
El otoño despliega en Huelva una paleta de colores que transforma sus sierras en un espectáculo visual y sensorial. Cuando el verano se retira, paisajes verdes y temperaturas suaves invitan a pasear entre bosques, escuchar el crujido de las hojas secas y perder la noción del tiempo bajo cielos limpios. La provincia andaluza se revela en este periodo como un destino ideal para familias que buscan rutas accesibles y experiencias compartidas en la naturaleza, donde el aprendizaje y la diversión caminan juntos.
Dentro de esta tendencia, la Ruta Micológica La Nava se ha consolidado como una de las opciones predilectas. Situada en pleno corazón de la sierra, esta senda circular destaca por su accesibilidad: solo 1,4 kilómetros de trazado, dificultad baja, y una duración aproximada de hora y media, lo que la convierte en un plan familiar idóneo para descubrir el otoño y el invierno andaluces en un entorno seguro y estimulante.
El itinerario se desarrolla dentro del marco del Plan CUSSTA (Conservación y Uso Sostenible de Setas y Trufas de Andalucía), iniciativa respaldada por expertos medioambientales que promueve la educación y el turismo responsable en áreas de alto valor natural. Así, la senda se convierte en una auténtica aula al aire libre, donde adultos y niños pueden profundizar en el papel de los hongos en los ecosistemas y en la importancia de la conservación del entorno.
Diversidad verde y micológica

La ruta arranca entre dos pequeños valles en los que predominan los chopos y sauces, árboles de ribera asociados a hábitats frescos y emblemáticos. No faltan los poderosos alcornoques y encinas centenarias, que dan al paraje una atmósfera de solidez y memoria viva del paisaje serrano andaluz. A medida que el sendero asciende, el visitante se adentra en un ambiente característico del matorral mediterráneo, con la fragancia inconfundible de las jaras y la floración estacional de los brezos.
Es allí, entre los pinares repoblados, los castaños y los madroños, donde la biodiversidad fúngica alcanza su máxima expresión: una variedad que sorprende por la abundancia de especies y por el rol ecológico fundamental que desempeñan los hongos en el ciclo de la vida del bosque. De hecho, durante el recorrido, el senderista tiene la oportunidad de observar hasta veinticuatro especies de hongos diferentes. Bajo las sombras de los alcornoques aparecen joyas culinarias como el Boletus aestivalis o el conocido Pie Azul.
Entre los pinos, los micólogos encuentran especies micorrícicas esenciales como el Níscalo (Lactarius deliciosus) y el Suillus bovinus, que establecen una simbiosis imprescindible con los árboles para el equilibrio del ecosistema. La ruta también expone la labor silenciosa de los hongos saprobios, conocidos como los “barrenderos del bosque”, responsables de reciclar madera y materia orgánica muerta. Sobre troncos caídos, trametes versicolor y Schizophyllum commune muestran al paseante cómo los ecosistemas se renuevan y el suelo se enriquece para nuevas generaciones de plantas y animales.
Huellas humanas que cuentan historias
Pero La Nava no solo es paraíso de hongos: sus paisajes guardan pistas de la interacción ancestral entre el ser humano y la sierra. A mitad de camino serpentea el arroyo que da nombre a la ruta, junto a los manantiales de la Fuente Sinforosa, antaño reconocida por sus aguas sulfurosas y propiedades medicinales. La senda culmina junto a muros de piedra seca, testigos de la arquitectura rural local y de un modo de vida ligado al aprovechamiento respetuoso del paisaje.
Sin embargo, la creciente popularidad de la Ruta Micológica La Nava obliga a recordar algunas normas de oro: fotografiar siempre antes que recolectar, y si se recogen ejemplares con fines educativos, usar cestas rígidas que faciliten la dispersión natural de esporas. Al terminar el paseo, la premisa es dejarlo todo “como si nadie hubiera pasado”, respetando la fragilidad de los ciclos y del micelio, esa misteriosa red subterránea que es la base de la vida fúngica estacional.
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