
Entre las freguesías de Galegos y Oldrões, en el pueblo de Peñafiel, se alza uno de los tesoros históricos más singulares de Portugal. Este enclave, situado en lo alto de una colina, muestra una vista maravillosa vista las sierras de Marão hacia el este y Montemuro hacia el sur. Pero este no es su único encanto, pues la cima de la montaña cuenta con hasta 20 hectáreas de murallas derruidas, casas a la mitad y calles que hace siglos estaban llenas de vida.
Así, el castro de Monte Mozinho emerge como uno de los mayores castros romanos que se pueden encontrar en la Península Ibérica. Su descubrimiento tuvo lugar hace más de un siglo y revela una profunda convivencia entre galaicos y romanos que duró numerosos siglos. Además, su privilegiada situación a más de 400 metros de altura le permitía dominar la depresión donde discurren el río Cavalum y el arroyo Camba, un camino natural que conecta el norte del municipio con el río Duero.
Un tesoro histórico
El castro de Monte Mozinho fue fundado entre finales del siglo I a. C. y principios del siglo I d. C., aunque estuvo habitado hasta el siglo V. El castro destaca por sus dos líneas de murallas defensivas que protegían una extensa superficie habitada de aproximadamente 22 hectáreas. Pasear por este yacimiento es descubrir los rastros de diversas etapas urbanas, donde conviven conjuntos de casas con patio y compartimentos circulares de clara tradición castreña junto a avanzadas viviendas de arquitectura romana, con plantas cuadradas o rectangulares que demuestran la adaptabilidad de sus moradores a los nuevos modelos traídos por Roma.

El sector superior del fuerte fascina especialmente por su robusta muralla del siglo I, cuyo acceso original estaba protegido por dos imponentes torres. Entre sus elementos más notables se encontraban las estatuas de dos guerreros gallegos, actualmente conservadas en el Museo Municipal, que evocan el espíritu guerrero de quienes habitaron la región. Sin embargo, si hay un rincón que destaca sobre los demás es su acrópolis. Esta se ubica en el punto más alto del castro y se caracteriza por la gruesa muralla que la rodea y la ausencia de edificaciones.
Allí, bajo la protección de la ciudadela, se celebraban actividades fundamentales para la vida social, como asambleas, mercados y distintos juegos comunitarios, reafirmando la importancia del espacio para la cohesión e identidad de sus habitantes.
La “Cidade Morta”
El interés por el Castro de Monte Mozinho surge en el siglo XIX cuando el militar e investigador Francisco Soares de Lacerda Machado, tras conocer las ruinas gracias a José Monteiro de Aguiar, visitó el yacimiento en 1919. Fruto de esa experiencia, impartió una conferencia en el Instituto Histórico do Minho (Viana do Castelo), que sería publicada al año siguiente por la Universidad de Coimbra bajo el título “Una ciudad muerta en Monte Mòsinho o Castro de Santo Estevão de Oldrões”. Este documento constituye el primer estudio conocido sobre el castro y abrió el camino a nuevas investigaciones.
Fue a partir de 1943 cuando comenzaron oficialmente las excavaciones arqueológicas, lideradas por Elísio Ferreira de Sousa hasta 1954. Tras varias décadas de pausa, los trabajos se retomaron en 1974, bajo la dirección de Carlos Alberto Ferreira de Almeida, y continuaron posteriormente con grandes especialistas como Teresa Soeiro, responsable desde 1980 En 2004 se inauguró el Centro de Interpretación de Castro de Monte Mozinho, extendiendo el legado arqueológico a todos los viajeros y curiosos que deseen sumergirse en este pasado fascinante.
Este espacio, dependiente del Museo Municipal, ofrece paneles informativos, maquetas detalladas y expone algunos de los restos cerámicos hallados en las excavaciones de la necrópolis. Con un pequeño auditorio, aparcamiento, baños públicos y hasta zona de pícnic, el centro facilita la visita, permitiendo que grandes y pequeños disfruten tanto del patrimonio como del contacto con la naturaleza circundante.
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