
La Costa Perdida de California alberga uno de los paisajes menos alterados de la costa oeste de Estados Unidos: un extenso tramo costero donde el antiguo Faro de Punta Gorda, abandonado en la actualidad, domina las playas de arena negra y praderas que caen al Pacífico. La región a la que pertenece se sitúa exactamente entre Rockport y Ferndale, presenta un aislamiento natural tan marcado y desafiante que ni la emblemática carretera estatal 1 puede acceder a sus sinuosos acantilados.
Así, se extiende a lo largo de 120 kilómetros a la par que ha evitado las grandes obras viales y urbanas desde el siglo XIX. Secret San Francisco ha señalado que al estar fuera de los principales trazados, se ha limitado su acceso solo a visitantes experimentados que buscan recorrer el Sendero de la Costa Perdida. Aun así, es verdaderamente emocionante saber que su historia se remonta a siglos previos a la colonización europea, cuando los pueblos indígenas Sinkyone, Mattole y Wiyot habitaban estas tierras, donde vivían de la pesca y la caza gracias a la abundancia de recursos.
La lucha para conservar el hábitat natural de la zona
La llegada de colonos en el siglo XIX trajo consigo el desarrollo de pueblos cercanos como Ferndale y Shelter Cove, pero la topografía dificultosa impidió cualquier proyecto de urbanización a gran escala. La fiebre del oro reconfiguró la región, aunque sin forzar la transformación de este tramo oceánico prácticamente intacto. La década de 1960 marcó el punto donde fracasaron nuevamente los intentos masivos por urbanizar o explotar turísticamente el área. Pero gracias a la acción de la fundación de la Comisión de Rutas Costeras de California y la integración de la zona al Área de Conservación Nacional de King Range, se logró consolidar su estatus de santuario natural para las generaciones venideras.
Para quienes desean conocer la profundidad de este entorno, el sendero ofrece una travesía de cerca de 40 kilómetros (25 millas) desde el río Mattole hasta Shelter Cove, pasando por bosques costeros y praderas suspendidas sobre acantilados. Al mismo tiempo, se atraviesan playas de arena negra, un fenómeno geológico que distingue a esta región. Debido a que no existen puntos de abastecimiento y la travesía demanda autosuficiencia total, el Estado exige un permiso para ingresar. La Costa Perdida está integrada, así, en la California Coastal Trail (CCT), una red de senderos públicos que recorre más de 1.230 millas (1.980 kilómetros) desde Oregón hasta México, lo que convierte a esta región en uno de los últimos refugios naturales del litoral californiano.

Cómo llegar hasta el Faro de Punta Gorda y por qué dejó de usarse
A lo largo del trayecto, destaca la silueta blanca y robusta del Faro de Punta Gorda, erigido en 1912 por el Servicio de Faros de Estados Unidos. Su presencia, solitaria y dominante entre la vegetación y la bruma, remite a la influencia humana en un entorno que ha permanecido en gran medida virgen. La construcción de este faro supuso un hito para la seguridad de la navegación en la costa norte californiana, aunque su utilidad se desvaneció tras la Segunda Guerra Mundial por el alto costo que implicaba su mantenimiento y su remota localización.
De este modo, en 1951, se interrumpió definitivamente su funcionamiento, tras la instalación de una boya luminosa en alta mar. Los edificios auxiliares y la casa del farero fueron demolidos poco después, mientras que la torre de hormigón y el antiguo depósito de petróleo permanecen en pie y han sido restaurados parcialmente. Sin embargo, fue inscrito en el Registro Nacional de Lugares Históricos en 1976, y elementos originales como la lente de Fresnel y el mástil de bandera se exhiben actualmente en el Museo Marítimo de la Bahía de Humboldt.
Quienes optan por visitar el faro suelen partir desde Mattole Beach Trailhead, uno de los puntos accesibles en automóvil más cercanos a la estructura. Desde allí, el camino requiere cruzar terrenos arenosos y llanuras llenas de vida silvestre. Es habitual divisar manadas de alces de Roosevelt o focas descansando en la costa, y el tránsito por la zona resulta tan escaso que la sensación de aislamiento refuerza el carácter poco intervenido de este litoral.
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