
No hay ciudad como París cuando se trata de seducir a viajeros de todo el mundo con el peso de su historia, el brillo de sus monumentos y el arte que respira en cada rincón. Recorrer la capital francesa es encontrarse, casi a cada paso, con hitos icónicos que han trascendido fronteras: la Torre Eiffel y su estructura de hierro perfilando el cielo; la silueta majestuosa de Notre-Dame sobre la Île de la Cité; el Arco de Triunfo en el extremo de la elegante avenida de los Campos Elíseos o los inagotables tesoros artísticos del Museo del Louvre.
El Sena, atravesando la ciudad, suma un aire romántico a la postal parisina, donde los puentes antiguos y los boulevares arbolados enmarcan escenas cotidianas tan fotografiadas como admiradas por generaciones. En este entorno privilegiado sobresalen también los grandes almacenes, cuyo sistema comercial marcó un antes y un después en la vida urbana europea. Entre estos templos parisinos del consumo y el diseño, figura un edificio cuya historia y transformación son reflejo de un París siempre en diálogo entre tradición y modernidad.
Situado entre la rue de Rivoli y la orilla del Sena, a pasos del Pont Neuf y a escasos minutos de los principales atractivos turísticos, La Samaritaine ocupa un lugar especial tanto en el imaginario colectivo como en la trama urbana de París. Este edificio de más de 150 años de historia constituye una de las joyas arquitectónicas de París. Esto es gracias a su imponente fachada y lujosos interiores donde el Art Decó y el Art Nouveau conviven de una manera armoniosa.
Un edificio progresista

El origen de La Samaritaine se remonta a 1870, cuando Ernest Cognacq y su esposa Marie-Louise Jaÿ abrieron una pequeña tienda en la esquina de la rue du Pont-Neuf y la rue de la Monnaie. Inspirado en el modelo de Le Bon Marché, Cognacq apostó por un comercio innovador para la época: precios fijos, libre circulación de los clientes y la posibilidad de devolver los artículos, unas ideas revolucionarias que sentaron las bases del gran almacén moderno en París. Estas propuestas, junto al crecimiento de su clientela, permitieron que el negocio se expandiera paulatinamente, absorbiendo edificios aledaños y consolidando una superficie comercial que, ya en el inicio del siglo XX, ocupaba varias manzanas.
Pero la tienda no solo fue pionera en la aplicación de nuevas estrategias comerciales, sino también en la creación de bienestar social para sus empleados, promoviendo vivienda, centros médicos y prestaciones en una época en que tales beneficios eran excepcionales. Este espíritu progresista fue un rasgo distintivo durante las primeras décadas del siglo pasado, periodo durante el cual La Samaritaine se consolidó como referencia en la vida urbana de París, tanto por su modelo de negocio como por sus valores sociales. Sin embargo, a partir de la década de 1970, el desarrollo comercial y la llegada de nuevos formatos de tiendas introdujeron desafíos para los grandes almacenes.
El declive en popularidad y rentabilidad llevó a un periodo de incertidumbre que se prolongó durante las siguientes décadas. En 2001, el grupo LVMH adquirió el complejo, con el objetivo de aprovechar su potencial histórico y comercial. La adquisición marcó el inicio de una nueva etapa: en 2005, las puertas cerraron para someterse a una extensa renovación, motivada tanto por la necesidad de modernización como por el carácter imprescindible de adaptarse a las estrictas normativas de seguridad que exigía la ciudad. Durante dieciséis años, el futuro de La Samaritaine fue objeto de renovadas expectativas por parte de comerciantes, urbanistas y habitantes de París, hasta su reapertura en 2021 tras profundas obras de restauración y transformación.
Una arquitectura que vive en armonía

Si algo distingue a La Samaritaine es su fusión de estilos arquitectónicos y su capacidad de adaptación a los cambios urbanos de París. El edificio original, ampliado a finales del siglo XIX, llevó la firma del arquitecto Frantz Jourdain, que introdujo elementos del Art Nouveau entonces en pleno auge. La estructura metálica, las amplias vidrieras decorativas y las ornamentaciones florales en hierro forjado se convirtieron en rasgos distintivos.
La ligereza visual de estas soluciones arquitectónicas respondía a la voluntad de crear un espacio interior bañado de luz natural, con formas y colores que transmitieran modernidad y optimismo en pleno corazón de la capital francesa. Ya en la década de 1920, una nueva etapa se reflejó en la intervención de Henri Sauvage, quien añadió pabellones de líneas más sobrias y fachadas en piedra, alineadas con el movimiento Art Déco. Esta suma de estilos es hoy una de las señas de identidad más llamativas del edificio, que conserva elementos originales junto a adiciones más recientes.
Igualmente, a lo largo del siglo XX y especialmente durante la gran renovación acometida entre 2005 y 2021, la arquitectura de La Samaritaine se adaptó a nuevas exigencias. El estudio japonés SANAA diseñó para la rue de Rivoli una fachada innovadora, compuesta por paneles de vidrio ondulado que reflejan los edificios haussmannianos y el ritmo del tránsito urbano contemporáneo. Además, los trabajos de restauración permitieron recuperar interiores originales, ampliando la luminosidad de los espacios y restaurando elementos decorativos del patrimonio industrial parisino.
Un hotel, 600 marcas y restaurantes de lujo
Tras dieciséis años de clausura y una inversión cercana a los 750 millones de euros, el complejo volvió a recibir visitantes con una oferta multifuncional que trasciende el mero acto de comprar. Hoy, La Samaritaine se consolida como un espacio diverso donde coexisten el lujo, la hospitalidad, la gastronomía y la inclusión social. En el interior del gran almacén, que ocupa 20.000 metros cuadrados, confluyen alrededor de 600 marcas, entre casas internacionales de prestigio y firmas emergentes de moda, belleza y diseño.
Pero no solo es, pues el edificio alberga además el hotel Cheval Blanc, un establecimiento de cinco estrellas que suma 72 habitaciones y suites con vistas privilegiadas al Sena y a la ciudad. Junto a la oferta de alojamiento, el complejo integra una docena de restaurantes, cafeterías y espacios gastronómicos, que incluyen desde una pastelería artesanal hasta una brasserie y un salón de té, ampliando el atractivo para el público gourmet.
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