
Por el noroeste de la Península Ibérica, partiendo de la meseta de Castro Laboreiro y marcando, con su descenso, 14 kilómetros de la frontera entre Galicia y Portugal, corre un río internacional conocido como Castro Laboreiro. Uno de sus afluentes, entre gargantas y barrancos, desemboca en unas encantadoras pozas, fruto de la erosión de unas cascadas que golpean, incesantes, al caer. Muy cerca, aislada en lo alto de un monte a 1.033 metros sobre el nivel del mar, se alza una antigua fortaleza, los restos de lo que fuera un enclave militar. Un castillo de orígenes desconocidos sobre un macizo rocoso que vigila, inmutable desde hace siglos, las altas tierras de Galicia y Portugal y que, desde 1944, es considerado un Monumento Nacional.
Pertenece al término de Melgazo (Melgaço), una villa portuguesa limítrofe con España. Desde esta localidad, una carretera serpenteante que recorre las laderas de altas montañas graníticas lleva hasta Castro Laboreiro, una aldea encantadora con unas vistas impresionantes del Parque Nacional Peneda Gerês: una vegetación exhuberante, con destellos de todos los tonos de verde, entre el frondoso bosque de acebos y salpicada de los azules y violetas del lirio de Gerês. Con suerte, y de prestar atención, uno podrá vislumbrar algún corzo, el símbolo del parque, y con menos suerte - a no ser que sea de lejos - también a su depredador, el lobo ibérico.
Como llegar al Castelo de Castro Laboreiro
Existen dos alternativas para llegar hasta el castillo desde la aldea, uno más sencillo pero más largo que bordea el macizo y, sin mayor complicación, llega hasta el lado sur; y otro, más empinado y algo más arriesgado que aprovecha las rocas con escaleras esculpidas directamente sobre ellas y con barandillas de seguridad, que llega directo. Lo más recomendable, en caso de ir acompañado de niños o personas mayores, es tomar el más largo, y es que, realmente, incluso las personas en plena forma disfrutarán más de esta opción, ya que se podrá disfrutar, aunque sea un poco más, de las maravillosas vistas.
La ruta es muy corta, en realidad, un ir y venir de poco más de un kilómetro y medio y con un desnivel positivo de 74 metros. Desde lo alto del monte, una vez en el castillo, se pueden observar todavía las murallas, la torre del homenaje, y un antiguo aljibe. El propio castillo, por su parte, todavía conserva dos entradas: la principal, conocida como la Puerta del Sol - con un paisaje indudablemente más bonito que su homónimo madrileño - y la del patio inferior, conocida como puerta de la traición o, alternativamente, la puerta del sapo, debido a la forma caprichosa de un peñón cercano que recuerda al anfibio.
También se conservan los vestigios de lo que fue, en su día, una caballeriza para animales, edificios para las tropas, y una segunda división interior con un arco de acceso hacia lo que, según expertos, debió ser un área de abastecimiento y de resguardo del ganado en caso de un ataque o saqueo.

Antes de llegar al castillo, pero siguiendo la misma carretera, se puede llegar hasta unas pasarelas metálicas que hacen las veces de mirador sobre una de las gargantas del río. Además, desde ahí, se podrá atravesar y descender al río para visitar las ruinas de un molino de agua que se encuentra junto al mismo.
A poco más de un kilómetro de seguir el ancho camino pedregoso, tomando primero el mismo desvío que lleva al Castelo pero cambiando de ruta hacia la izquierda poco después, se llegará al borde de un impresionante precipicio, un mirador natural que ofrece un espectáculo de la naturaleza: el rugir del agua, al caer en cascada hasta las pozas, y una serie de antiguos molinos con su estrecho y pendiente sendero de acceso prometen robar el aliento e invitan, no, obligan a sentarse y mirar, aunque sea un rato, para relajarse con su belleza.
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