Cuando el mundo de Oz fue la pesadilla de toda una generación: la desconocida secuela producida por Disney que se convirtió en película de culto

Muñecos animatrónicos de lo más perturbadores, monstruos en patines y muchas más criaturas poblaban la excéntrica continuación del clásico

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Imagen de 'Regreso a Oz'
Imagen de 'Regreso a Oz'

Las luces se apagan justo cuando el tornado acaba y Dorothy, insomne, se enfrenta a un nuevo giro en su historia: esta vez no la esperan canciones ni la calidez del color sepia, sino un sillón de hospital psiquiátrico y la promesa de borrar los recuerdos de Oz con electricidad. El insólito comienzo de Return to Oz -titulada en nuestro país como Oz, un mundo fantástico- cumple cuarenta años en pleno repunte del interés por el universo Baum, a raíz del esperado estreno de Wicked: Parte Dos, y con ello vuelve a la conversación una de las películas infantiles más oscuras y fascinantes de Disney.

Estrenada en 1985, Oz, un mundo fantástico fue recibida con frialdad. Un fracaso en taquilla —once millones de dólares recaudados en Estados Unidos— y una acogida crítica que osciló entre la extrañeza y el desdén, evidencian que el público no estaba preparado para enfrentar aquel relato inquietante. Sin embargo, lo que entonces fue rechazo, hoy ensalza el estatus de culto de una cinta que nunca buscó complacer a todos los espectadores. El tiempo ha relegado la película al rincón de los recuerdos imborrables, esos que resisten al olvido justo cuando una generación vuelve la mirada con curiosidad a los orígenes tras descubrir nuevas relecturas del mito, como ocurre ahora con el fenómeno de Wicked.

El artífice de esta rareza fue Walter Murch, hasta entonces conocido por su trabajo como montador y diseñador de sonido en filmes fundamentales de los años setenta, pero debutante en la dirección. Cuando Disney atravesaba cambios directivos y buscaba fórmulas de éxito, apostó por un regreso a Oz más fiel a los libros de L. Frank Baum que a la imaginería resplandeciente de la clásica película de 1939.

Imagen de 'Regreso a Oz'
Imagen de 'Regreso a Oz'

Construyendo la secuela imposible

Murch tenía claro el camino: la secuela sería sombría, incluso perturbadora. Su Dorothy —encarnada por Fairuza Balk, de solo nueve años— sería testigo de la oscuridad y la desesperanza, acorde al espíritu de los textos originales. En la pantalla, la niña es sometida a terapia eléctrica por un doctor siniestro, quienes la tacha de loca por hablar de mundos imposibles. La secuencia fusiona el auge real de las terapias electroconvulsivas en la América rural de 1890 con el universal temor a no ser escuchado, a perder la memoria, a quedarse solo. “A veces, los padres, aunque bienintencionados, toman decisiones que ponen en peligro a sus hijos”, explicaba el director sobre el abandono simbólico de Dorothy a manos de tía Em, figura encarnada como una madre exhausta ante la adversidad.

Una vez en Oz, la pesadilla apenas empieza. El mundo ha cambiado: la Ciudad Esmeralda yace en ruinas, los amigos de Dorothy son esculturas petrificadas y la amenaza viene de los Wheelers, seres con risas estridentes y ruedas en los pies, y de la hechicera Mombi, coleccionista de cabezas humanas. Los compañeros, lejos del trío entrañable de antaño, son una gallina parlante, un robot que necesita ser remontado para vivir, un hombre-calabaza que teme perder su cabeza y el grotesco Gump, un alce inerte atado a un sofá. Todo en Oz, un mundo fantástico induce a la inquietud; todos los personajes viven acechados por el deterioro y el olvido.

La actriz Sophie Ward, una de las muchas caras de la bruja Mombi, aún recuerda la impresión de participar en una fábula donde la represión de la imaginación y el temor a que no nos crean flota como telón de fondo. “Hay algo muy actual en todo esto: la idea de terapias mal aplicadas y de mujeres a quienes no se escucha”, confesó tiempo después. El clima denso nunca abandonó el plató, pero los miembros del reparto evocan a Murch como una presencia serena y cálida, capaz de sostener el ánimo colectivo pese a los golpes de los estudios. La atmósfera de trabajo se sostuvo gracias a la dedicación de Murch y su mujer, mientras fuera del set arreciaban las tormentas.

Imagen de los perturbadores patinadores
Imagen de los perturbadores patinadores de 'Regreso a Oz'

Un rodaje lleno de imprevistos

El rodaje, como la historia que contaba, estuvo marcado por el sobresalto. Problemas de presupuesto, despidos repentinos, cambio de productores: la película llegó a perder a su director durante unos días hasta que George Lucas, al tanto del caos, cruzó medio mundo para negociar su regreso y restablecer el pulso al proyecto. El equipo, entonces, logró concluir el filme a tiempo, desafiando la cadena de obstáculos técnicos y logísticos que implicaba trabajar con marionetas y efectos especiales minuciosos para la época.

Pese al esmero de sus creadores y las aportaciones de artistas emergentes como el joven Brian Henson, la película se encontró con el rechazo. La crítica advertía que, lejos de la nostalgia y el escapismo prometido por la marca Disney, Oz, un mundo fantástico podía traumatizar a los más jóvenes. Según Aaron Pacentine, autor de un documental reciente sobre la cinta, la empresa no supo cómo promocionarla ni aceptaría jamás un filme así en la saga si no fuese por obligación contractual. Sin embargo, en Japón el filme sí halló eco, señal de que su rara belleza encontraba público donde menos se esperaba.

Las décadas y los revisionados vinieron a darle razón a los defensores de la película. Los niños que sintieron miedo frente a las cabezas mudas o los rocas vigilantes hoy reconocen en esa oscuridad una verdad insólita del crecimiento: la memoria y la imaginación ya no se ven como juegos inofensivos. “Muchos comparan Oz, un mundo fantástico con una película de horror”, confiesa Pacentine, “y creo que por eso conecta tanto: porque se permite hablar del temor a la pérdida y la soledad sin filtros”.

El propio Walter Murch mantiene su orgullo por un filme que —cree— sobrevivirá porque fue creado entre muchas mentes y corazones, desde un cuidado colectivo por no traicionar el espíritu de los materiales de origen ni la experiencia de los espectadores más jóvenes. El reciente resurgir del universo Oz con la llegada de nuevas adaptaciones como Wicked obliga a repensar el lugar de Oz, un mundo fantástico una anomalía que, lejos de ser olvidada, sigue creciendo en el lado más incómodo y fascinante de la memoria.