
Durante el franquismo, la censura cinematográfica en España dejó una huella profunda y, en ocasiones, absurda en la historia del séptimo arte.
Las autoridades del régimen intervinieron en cientos de películas, tanto nacionales como extranjeras, con criterios que han oscilado entre la obsesión política, la moral sexual y el temor a cualquier atisbo de crítica social.
Los censores llegaron a emitir instrucciones tan insólitas como “la adúltera debe morir al final”, y mutilaron miles de filmes, a veces con indicaciones que rozaban el esperpento.
La censura franquista no solo afectó a la integridad de las películas, sino que condicionó la creatividad de los cineastas, obligándoles a desarrollar estrategias para sortear las restricciones.
Más de 500 películas censuradas
En los años cuarenta, por ejemplo, se recomendaba que los cortes fueran tan limpios que el público no pudiera advertirlos, para evitar que la imaginación de los espectadores superase en escabrosidad a la propia escena eliminada.
La llegada de Gabriel Arias Salgado al Ministerio de Información y Turismo en 1951 endureció aún más la censura, como él mismo reconoció en declaraciones recogidas por un periódico italiano: “Antes de que implantásemos estas nuevas normas de orientación el 90% de los españoles iba al infierno. Ahora, gracias a nosotros, solo se condena el 25%”.

El caso de Rojo y negro, dirigida por Carlos Arévalo en 1942, ilustra la complejidad de la censura política. La película, que permaneció apenas tres semanas en cartel, fue retirada por su retrato nada patriótico de la Guerra Civil y por mostrar a un miliciano del Frente Popular como un ser humano capaz de enamorarse y de gestos heroicos.
La censura no solo afectó a la producción nacional. El organismo censor también metió la tijera en más de quinientas películas a lo largo de los cuarenta años de dictadura.
En los primeros años, la obsesión principal era el contenido político, pero posteriormente el foco se desplazó hacia la moral sexual y la represión de cualquier atisbo de libertad.
El caso de Mogambo es paradigmático: para evitar el adulterio, los censores modificaron los diálogos y convirtieron a los esposos en hermanos, lo que transformaba la trama en una historia de incesto. En Psicosis, la famosa escena de la ducha fue “aligerada” y se suprimió por completo la secuencia inicial en la que Janet Leigh y John Gavin aparecían juntos en la cama, dificultando la comprensión de la motivación de los personajes.
El ingenio de los cineastas frente a la censura
La creatividad de los directores españoles fue clave a la hora de sortear la censura. Luis Buñuel, Luis García Berlanga, Fernando Fernán-Gómez, Miguel Picazo, Vicente Aranda o Eloy de la Iglesia fueron desarrollando, cada uno a su manera, estrategias para burlar las restricciones y, en ocasiones, convirtieron sus películas en obras maestras del regate al censor.

En el caso de La venganza (1958), de Juan Antonio Bardem, la censura exigió que la acción no transcurriera en el presente, sino en los años treinta, para que la miseria de los personajes recayera sobre la República y no sobre el franquismo. Carmen Sevilla logró que la película se exhibiera internacionalmente, lo que la convirtió en la primera cinta española nominada al Oscar.
La censura también castigó a directores como Fernando Fernán-Gómez, cuya película El extraño viaje permaneció cinco años sin estrenarse por su crítica a la sociedad española. El ministerio la calificó de “obra de ínfima calidad y nulos valores artísticos”, una etiqueta reservada habitualmente a la pornografía, lo que disuadió a las distribuidoras de hacerse cargo de ella.
La censura no desapareció inmediatamente con la llegada de la democracia. En 1979, el Ministerio de Cultura revocó la licencia de exhibición de El crimen de Cuenca, de Pilar Miró, por considerar que podía contener escenas constitutivas de delito. La película, basada en la historia real de dos campesinos torturados por la Guardia Civil, fue objeto de una intensa polémica y su directora llegó a ser procesada. Finalmente, El crimen de Cuenca se estrenó en 1981 y se convirtió en la película más taquillera del año.
Más allá del cine español
Dentro del cine internacional también hubo muchos casos célebres. Drácula, de Terence Fisher, fue prohibida por considerarse “un peligro para los psicológicamente débiles”. En Casablanca, el personaje de Bogart pasó de combatir en la Guerra Civil española a hacerlo en la resistencia antinazi austriaca, gracias a un simple cambio en el doblaje. En Con faldas y a lo loco, la censura prohibió la película por “subsistir la veda de maricones”, y en Tarzán se consideró intolerable la escasa ropa del protagonista.
La censura llegó incluso a los carteles de las películas, donde se taparon escotes y piernas para evitar cualquier insinuación sexual.
El mercado internacional se convirtió en una vía de escape para el cine español. Directores como Paul Naschy rodaban varias versiones de sus películas, una suave para España, otra más fuerte para mostrar a los censores y una secreta, aún más explícita, destinada directamente al extranjero.
Algunas películas alcanzaron el estatus de mito precisamente por las mutilaciones sufridas. Viridiana, de Luis Buñuel, fue prohibida tras ganar la Palma de Oro en Cannes y solo pudo estrenarse en España quince años después, gracias a que Silvia Pinal huyó a México con una copia clandestina. La tía Tula, de Miguel Picazo, quedó casi reducida a “un tráiler” tras ocho cortes impuestos por la censura, y La semana del asesino, de Eloy de la Iglesia, fue desfigurada con más de cien cortes, aunque su éxito internacional permitió recuperar la versión íntegra.
La censura franquista ha dejado una larga lista de películas prohibidas o mutiladas, como Senderos de gloria, El gran dictador, El último tango en París o ¿Por quién doblan las campanas?, que no pudieron verse en España hasta bien entrada la Transición.
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