
Gustavo Santaolalla tenía diez años cuando su maestra de música tiró la toalla con él. “Este niño es más fuerte que mi música”, dijo ella entonces, para inmediatamente después marcharse y no volver. No imaginaba que, seis años después, ese joven alumno sería uno de los referentes del nuevo rock argentino, ni que gracias a su labor de productor otros nombres como Maldita Vecindad, Molotov o Café Tacuba se convertirían en grandes referentes en América Latina.
Sin embargo, ni eso, ni los 14 premios Grammy Latino ni los Gardel podrían explicar la carrera que Gustavo Santaolalla ha logrado tras 60 años (es decir, toda su vida) en el mundo de la música. Ni siquiera el hecho de que solo él haya sido capaz de lograr, en este siglo, hacerse con dos premios Oscar consecutivos a la Mejor Banda Sonora. Al contrario, los logros son insuficientes si se tiene en cuenta “la búsqueda”, tal y como él expresa, que aun a día de hoy sigue en pie por encontrar, a través de los instrumentos, las melodías y los sonidos, una forma de expresar su propia identidad.
De un corazón al de todos los demás
“No es que me sienta orgulloso, pero a día de hoy no sé ni leer ni escribir música”, dice Gustavo Santaolalla en su entrevista con Infobae España, recordando a su primera maestra. El famoso músico y compositor nacido en Ciudad Jardín (Zona Oeste del Gran Buenos Aires) nos habla desde Los Ángeles, donde prepara nuevos conciertos, espectáculos y grabaciones antes de empezar su nueva gira por Europa, que lo llevará a actuar en España, en ciudades como Valencia, Málaga o Barcelona. “Creo que el volumen de trabajo ha ido en aumento”, considera respecto a los 16 años con los que empezó su andadura en la industria.
Sin embargo, no podría ser de otro modo: “La música y yo somos inseparables”, sentencia. Lo que suena de sus instrumentos no es sino una prolongación de sí mismo: da igual si suena la banda sonora de películas como Brokeback Mountain, Babel o Amores Perros, si estamos empezando por primera vez The Last of Us o si escuchamos una canción de grupos como Arcoíris o Bajo Fondo. Cualquiera de sus composiciones responde a sus propias emociones, a lo que conecta su corazón con el de los demás.
Esa cuestión identitaria fue la razón por la que, tan pronto como empezó a componer canciones, decidió que, pese a que sus mayores ídolos eran Los Beatles, él tenía que cantar en castellano. Y no, no ese pop que por aquel entonces estaba tan de moda en su país y en el mundo entero. “A mí me interesaba mucho lo que estaba pasando con el fenómeno del rock, que se había convertido en una especie de música folclórica de los jóvenes del mundo”.

El sonido del ronroco, una epifanía
El folclore sería otro hito en el camino. “En él había algo, más que en el tango, una cosa muy primitiva y salvaje que se podía asociar o enganchar con el lenguaje”. Entonces recibió muchas críticas. ¿Cómo un roquero iba a tocar canciones con un charango (instrumento de cuerda de la familia del laúd originario de la región andina de Sudamérica), al ritmo de una chacarera (danza tradicional argentina)? Con el tiempo, sin embargo, fue imposible no reconocerlo: a pesar del origen andino en la música de Santaolalla, el resultado iba mucho más allá. “A veces puede sonar como música africana, como música del este de Europa, como música de Asia, pero está siempre esa identidad atrás: esa cosa de un tipo que viene del sur”.
Entre los 18 y los 24 años, Santaolalla llevó a cabo una existencia que él define como “monástica”, donde pudo centrarse al máximo en la búsqueda espiritual que nacía de cada una de las canciones que componía. Fue entonces cuando adquirió algunos de los elementos que le acompañan desde siempre, pero que hasta hace poco no podía nombrar. “Siempre han venido por intuición, no por nada académico. Lo que el tiempo me ha dado ha sido la posibilidad de articular todas estas cuestiones, de que hoy te pueda hablar, por ejemplo, de cómo hoy manejo el silencio, el ruido o el error, que más allá del acierto puede ser una intención oculta”, reflexiona.

“No existe ninguna regla”
Por eso, la primera vez que vio un ronroco (instrumento musical boliviano de la familia de los charangos) sintió algo que no era capaz de explicar. “Tuve una epifanía”, rememora. “Sentí una conexión muy profunda con el instrumento que me llegó al alma. Parecía un charango, pero sonaba más grave: el instrumento reaccionaba de una manera distinta”. Durante mucho tiempo, estuvo aprendiendo a tocarlo por su cuenta, probando todo lo que este le ofrecía. Era consciente de que no lo tocaba a la manera andina, y por eso mismo, a pesar de que por aquel entonces ya era un gigante en la industria y todos reconocían su talento, tardó trece años en atreverse a sacar un disco con algunas de esas composiciones.
La decisión no la podría haber tomado sin haber sido empujado a ello por Jaime Torres, legendario músico folclórico argentino con el que Santaolalla trabajaba en un disco por aquel entonces, y al que le dio una grabación alegando que era algo que había hecho un amigo suyo. “El que toca acá sos vos, a mí no me engañás”, adivinaría Torres a los pocos días. No obstante, los temores de Santaolalla desaparecieron en cuanto el músico folclórico reconociera la valía de la música que había compuesto. “No existe ninguna regla”, le dijo. “Vos le encontraste el espíritu al instrumento y tenés que hacer un disco porque la gente tiene que escuchar eso”.
Su salto al mundo del cine
El resultado de esas grabaciones fue ‘Ronroco’, un bellísimo álbum instrumental en el que, a través de su particularísima forma de tocar el instrumento, Santaolalla realiza un recorrido por diferentes etapas y ritmos provenientes de todas partes del mundo para fusionarlas con el instrumento andino. En el resultado, podemos incluso reconocer la simiente de lo que llegaría en The Last of Us (una de las bandas sonoras más reconocibles de este siglo) en temas como Iguazu.
Más allá de las innovaciones que trajo Ronroco, lo cierto es que el álbum supuso un antes y un después en la vida de Santaolalla. Después de que el éxito del disco lo llevara a sonar en algunos de los principales programas musicales de Los Ángeles, recibió la llamada de la oficina de un tal Michael Mann, que quería conocerle y usar un tema del disco para una película que había hecho con Al Pacino y Russell Crowe.
La película, El dilema, se transformó en la puerta de entrada de un Santaolalla que siempre había querido hacer cine (no pudo hacerlo porque los militares cerraron la escuela cinematográfica más cercana a su casa), y al que desde siempre le habían destacado el carácter “visual” de sus canciones. Después de eso, llegaría la propuesta de ponerle música a la primera película de un joven mexicano, Alejandro González Iñárritu, quien después de trabajar con él en Amores Perros le presentaría a un brasileño, Walter Salles, para al año siguiente conseguir su primer Oscar con Ang Lee y su Brokeback Mountain y, al siguiente, hacer lo propio con Babel, también de Iñárritu.

Esto es lo único que Gustavo Santaolalla conoce de Valencia
“En todo lo que hago soy yo, no me gustaría quedarme en una sola cosa”, considera Santaolalla, que no ve que trabajar desde un estudio de grabación en Hollywood o desde un escenario sea distinto. El compositor siente que ha alcanzado el éxito en todos los ámbitos en los que ha trabajado, y es por eso mismo que, en este momento de su carrera, cree que es uno de esos artistas “que eligen bien los distintos fórums donde expresar su creatividad”. La repercusión, el dinero o las multitudes han pasado a un carácter secundario. “De hecho, sigo queriendo hacer cosas distintas. Hace varios años que trabajo con Guillermo del Toro y Paul Williams en un musical del Laberinto del Fauno, y tengo más ideas también en teatro y danza”.
Entre esas nuevas ideas, también figura la de esta nueva gira europea para celebrar el cuarto de siglo de Ronroco. “Hasta ahora, mis conciertos siempre se destacaban por tener una gran variedad de energías, por lo que esto era un desafío enorme. Armé un grupo muy lindo e hicimos el año pasado una gira que nos llevó a diez lugares, con tanto éxito que este año estamos haciendo como veinte”. Barcelona, Málaga, Valencia o Cartagena será las paradas que el famoso cantautor realizará en España a lo largo de lo que queda de octubre y las primeras semanas de noviembre.
España es un país que conoce muy bien. “He estado en muchos lugares actuando”, subraya. “Desde Madrid hasta Cádiz, pasando por el sur. Conozco Zaragoza y los Pirineos, también Barcelona y Cartagena, donde volveré ahora después de muchos años”. La única ciudad en la que todavía no había estado, por lo tanto, es Valencia. “Lo único que conocía de allí es el grupo Seguridad Social”, reconoce entre risas. “Tengo muchas ganas de estar allí con mis amigos”.
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