
“Preferiría no hacerlo”. Esta respuesta de Bartleby, el carismático protagonista de la novela de Hermann Melville, Bartleby, el escribiente, encarna a la perfección una verdad universal sobre nuestra época. No es tanto que alguien se niegue a realizar una tarea en su jornada laboral (algo que, por otro lado, cada vez resulta más difícil en casi todos los sectores), sino la sorpresa, la incredulidad o incluso el enfado que esa negativa despierta en compañeros, superiores y hasta familiares. Preferiríamos no hacerlo, pero cada día, nuestro trabajo nos plantea el mismo dilema: tenemos que hacerlo.
Quizá la obligación por excelencia del trabajo, sea la siguiente: entregar nuestro tiempo (y nuestra energía) a cambio de un salario. Esta ecuación: tiempo=dinero, es incluso la base sobre la que se construye el concepto mismo de lo que significa trabajar. Su resultado, sin embargo, es que a veces, incluso trabajando por encima de nuestras posibilidades, no tenemos una cosa ni la otra. Y es que, como explica Laura Camps de Agorreta, “tarde o temprano nos damos cuenta de que el sistema está amañado desde antes de que nazcamos”.
Esta activista digital y especialista en comunicación política acaba de publicar No nos da la vida (Bruguera), un ensayo en el que analiza los mecanismos mediante los que figuramos en el sistema laboral y se cuestiona algo tan simple, y a la vez complicado, como si vale la pena trabajar tantas horas como lo hacemos. “La respuesta es siempre que no”, escribe ella. Lejos de quedarse en la denuncia, ofrece una serie de reflexiones que, a través de un humor y una complicidad que nunca faltan en el libro, operan como antídotos frente al discurso dominante que intenta naturalizar lo que no es justo. Y es que, al final, “a toda la clase trabajadora nos pasa aproximadamente lo mismo”, y para Laura, es solo cuestión de tiempo que decidamos unirnos para hacer algo al respecto.

¿Qué quieres ser de mayor?
Empecemos por el principio, es decir, con una pregunta que nos hacen a todos desde pequeños. ¿Qué quieres ser de mayor? “Como si desde siempre la identidad estuviese atada al oficio”, observa Laura. “Desde pequeños, les decimos: ‘Pues seré doctora, seré cocinera, luego seré futbolista…’, vas creciendo y vas cambiando lo que quieres hacer, pero al final el oficio es como un objetivo superimportante y estructural de nuestras vidas”. Es más, desde que apenas adquirimos conciencia del trabajo, también nos hacen saber que solo podremos dejar de tener uno cuando nuestro cuerpo ya no pueda seguir. “Cuando ya no sirvas para nada ni le seas útil a la sociedad”, ríe Laura, “que también es mentira, pero bueno”.
“No estoy en contra de lo vocacional”, advierte la activista. “Pero sí que igual el ochenta por ciento de veces se usa en nuestra contra”. La pasión por un oficio se convierte en un recurso explotado por quienes controlan el mercado laboral para justificar jornadas extendidas, salarios bajos y ninguna facilidad para compatibilizar lo laboral con lo personal. “Luego se te promete un premio, que será un mejor trabajo, unas mejores condiciones, un puesto más prestigioso... pero todo eso al final es para una gran minoría, en general, de personas con un capital social, cultural y económico elevado”.
En el camino, además, hemos entregado (y seguimos entregando) lo más valioso que tenemos: el tiempo. “Eso de que no se puede comprar el tiempo no es del todo cierto, porque quienes tienen dinero tienen su tiempo propio y además dinero para comprar el tiempo de los demás”. Y no, no es que los ricos no trabajen. Más bien, consiste en que, si después de tu jornada laboral, tienes que llegar a casa, cuidar a familiares, atender las labores domésticas y resolver todo tipo de cuestiones, las horas del día acaban por terminarse. Y eso por no hablar de las horas extras, que, en España, según los datos de Laura, no cobran alrededor de 480.000 personas.

La importancia de las leyes y una movilización conjunta
“¿Quién quiere trabajar a jornada completa? ¡Nadie quiere trabajar más de 30 horas!“, se escribe en No nos da la vida. ”Lo que queremos es cobrar el sueldo de la jornada completa". Porque, de otro modo, pasaría lo que nadie quiere que ocurra: descubriríamos que no somos clase media, o media-baja o media alta, que somos clase trabajadora, aunque en el barómetro del CIS de septiembre de 2024 saliera que solo el 11,4% de los españoles considera que lo sea. La ilusión y el miedo, una y otra vez, son lo que nos hace aceptar la situación... o aún peor, pensar que no hay alternativa. ¿O sí?
Es en este contexto donde cobra relevancia una de las medidas más comentadas de la legislatura vigente en España: la famosa reducción de la jornada laboral. El Gobierno pretende bajar el máximo semanal a 37 horas y media, pero la patronal y algunos partidos de la oposición se oponen a ello. “Yo defiendo que la jornada debería ser de 32 horas”, afirma Laura, quien, con todo, considera que la aprobación de la ley sería un buen primer paso para que sindicatos y patronales empiecen a pactar convenios con jornadas por debajo de las 35 horas, una cifra ya alcanzada con el actual máximo de 40 en distintos sectores.
A pesar de todo, en el Congreso, ni a unos ni a otros parece importarles realmente cuántas horas trabaja la clase trabajadora. “En el Congreso lo que vimos el día 10 (de septiembre) era un pulso político de varios partidos que querían demostrarse cosas entre ellos. La reducción les daba igual”, comenta con resignación. A pesar de eso, recuerda que los verdaderos logros en materia laboral, y más aún cuando nos referimos a la cantidad de horas trabajadas, “en los comités de empresa y en los convenios colectivos”. Por ello, insta a lo importante que puede ser movilizarse, y pone de ejemplo a cómo la movilización de asociaciones, grupos de vecinos y sindicatos consiguió frenar, en Barcelona, el desahucio de Casa Orsola. “Está claro que si nos organizamos, conseguimos las cosas”.
Que no nos engañen
Laura es entusiasta “de fábrica”. Una demostración más de que la situación que vivimos hoy se puede combatir desde el mañana. “Si desde pequeño o pequeña te inculcan que creas que puedes hacer cosas, que las cosas tendrán un efecto y que te puedes unir con el resto de tu clase para organizar algo, ya vas generando esta cultura de lo común y de que el cambio es posible”. Si los problemas que sufrimos en nuestro día a día son los mismos que los de la mayoría, ¿la solución no debería ser también la misma? “Hay que luchar contra la individualización de las personas”, subraya.
Y, del mismo modo, tampoco pueden engañarnos con que quienes se aprovechan del sistema son los mismos. Si en España, el 27,5% de los españoles no puede permitirse calentar su casa en invierno ni poner el aire acondicionado en verano, pero al mismo tiempo el 1% de la población más rica del país concentra el 22% de la riqueza, es que algo falla. Más aún si se tiene en cuenta que esa minoría, en una gran mayoría de los casos, ni siquiera tiene que trabajar para tener ese dinero, sino simplemente invertir y especular con el dinero que ya tienen, en muchas ocasiones porque lo heredaron.
“En cambio, pensamos que quienes nos van a robar las dos cosas que tenemos en casa, porque no tenemos más, son personas que tienen menos que nosotros”, lamenta Laura. “El problema son esas personas, ¿no? No serán el uno o el dos por ciento más rico”. Por todo ello, en su libro utiliza tanto datos contrastados como su propia experiencia personal como persona trabajadora para que, finalmente, digamos: “Esto es absurdo”. Y sí, también para que, en la medida de lo posible, luchemos juntos por salir de eso que la autora llama “la pobreza del tiempo”: buscar espacios para el encuentro, la puesta en común, la reivindicación y la protesta. Y empezar, paso a paso, a construir una sociedad en la que, por fin, nos dé la vida.
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