
Trece leyendas, diez ciudades y una única pasión. Esta fórmula podría aplicarse a muchas de las películas que conocemos, e incluso a ese grupo (un poco más, un poco menos) reducido de las que nos gustan. Sin embargo, hay películas en las que una sencilla descripción de sus partes no las explica: ni a ellas ni por qué, a lo largo de los años y las décadas, no solo siguen ancladas en nuestra memoria, sino que además han marcado el curso, y el discurso, de lo que llegó después.
Algo así pasa con Calle 54. La película documental de Fernando Trueba sobre el llamado jazz latino que este lunes cumple 25 años y que el célebre crítico estadounidense Vincent Canby introdujo en su libro de La guía del New York Times de las 1.000 mejores películas que se han hecho nunca. En esta, en efecto, 13 de los mejores músicos del planeta, provenientes de diez ciudades diferentes, se juntan en un estudio para grabar en directo diferentes conciertos que aparecen sucesivamente durante una hora y 45 minutos.
El resultado, afirman varios de esos intérpretes en este aniversario, es una película “para la historia”, capaz de marcar un antes y un después tanto en la historia del jazz contemporáneo como en sus propias vidas. Un cuarto de siglo después, cada una de las canciones que aparecen vuelven a sonar en Madrid en el marco del ciclo de conciertos Villanos del jazz. Es al ritmo de esos recuerdos, justo cuando los instrumentos empiezan a sonar, cuando nos preguntamos: ¿cómo contar lo que supuso esa película? ¿Pueden sus diferentes partes explicar el todo? Hagamos un intento.
El genio y su lámpara
“A principios de los 80, un amigo me regaló un disco que complicó mi vida”, suena una voz al inicio del documental. No es otro que Fernando Trueba, un director que en 1994 (seis años antes del estreno de Calle 54) se había consagrado como el segundo director español de la historia en conseguir un premio Oscar a la Mejor Película Internacional. Por aquel entonces, si hacemos caso a su confesión, Trueba ya llevaba más de una década convertido en “un adicto al jazz latino”, algo que veríamos más adelante en películas como Chico y Rita (2010) o Dispararon al pianista (2013), pero que tuvo su génesis en una aventura anterior en la que trató de llevar a la pantalla la música que, con ese primer disco, le había enamorado.
“A pesar de que sea un director de cine muy galardonado y muy reconocido, él en realidad es mucho más un amante de la música que un cinéfilo”, opina Chano Domínguez. Chano es el único músico español que aparece en la película, y ejerce de representante de una corriente, la del jazz flamenco, que ha experimentado una gran evolución en las últimas décadas. Nos explica por teléfono que su relación con Trueba empieza cuando el director asiste a sus conciertos en el Café Central (mítico local de Madrid que, durante varias décadas, ha acogido a algunos de los mejores intérpretes que han tocado en nuestro país). “Recuerdo que él me decía: ‘Te voy a llamar para una película’, y yo le decía ‘venga, hombre’. De repente, un día me llamó y me dijo que quería contar conmigo. No me lo creía”.
Poco después, en su agenda ya figurarían las fechas de su viaje a Nueva York para grabar en un estudio “casi cinematográfico” que se encontraba entre más famosos del mundo: el que Sony tenía en la calle 54, los mismos en los que la MTV grababa las actuaciones en acústico de los artistas más famosos del mundo: Nirvana, Rod Stewart, Sting, Phil Collins, Duran Duran. El mérito de haber podido grabar allí fue en gran parte de Julio Martí, productor musical de Calle 54 nominado a un Grammy al año siguiente por su trabajo en la película. En una conversación con Infobae España, nos explica que en un principio los músicos querían tocar en sitios distintos, lo que complicaba un poco tanto la logística como la unidad de todas las actuaciones que aparecerían en la película. Por eso, cuando vio la posibilidad de reunirlos a todos en la Gran Manzana, no se lo pensó: era el sitio ideal para que Fernando Trueba, al que define como un “genio”, tuviera su lámpara, es decir, un lugar “con las condiciones adecuadas para la imagen que él quería ofrecer”.

“La música hecha cine”
A Julio, todo sea dicho, no le gusta la etiqueta de jazz latino. “De latina no tiene nada”, ríe cuando habla de la particularidad de todos esos músicos que acudieron al estudio: Eliane Elías, Gato Barbieri, Cachao López, Tito Puente, Patato Valdés, Paquito D’Rivera, Bebo Valdés, Michel Camilo, Jerry González, Orlando Puntilla Ríos, y Chucho Valdés, quien nos da unas claves de por qué al productor musical puede molestarle esa denominación. “En el jazz latino está la fuerza de las raíces”, describe, “las raíces africanas en la música cubana, por ejemplo, pero también de otras como del flamenco, que es una música que yo considero de pura sangre”. Las influencias africanas y jondas, por ende, están mucho más presentes que las latinas. “Ahí está lo mejor de toda la historia”, presume el pianista cubano. “De todo lo que heredamos de España, de África, de Cuba. Yo creo que eso no se puede superar”.
La razón por la que esa herencia llega a sonar de la forma en la que suena en Calle 54 es la misma por la que Chano explica de qué manera el jazz sigue sonando a día de hoy: “La música sobrevive siempre”. También por eso, cuando a Chucho Valdés le explicaron en qué consistía la idea de aquel oscarizado director español al que aún no conocía del todo, pensó inmediatamente que lo que estaba a punto de ocurrir “iba a quedar en la historia, porque ahí estaban algunos de los más importantes de la música que hacemos. Cuanto más tiempo pasara, más valor iba a tener”.
Sin embargo, la imagen era tan importante como la música. En ese sentido, Julio opina que Calle 54 es, en términos de una música como el jazz, “el proyecto artístico más ambicioso de los últimos 30 años”. Solo así se podría definir el hecho de que contaran, por ejemplo, con hasta seis cámaras para grabar en Panavisión cuando lo habitual, con suerte, era tener una. “Cada cámara llevaba tres o cuatro operadores”, rememora el productor, que también hace referencia a las sesiones de “más de 12 horas” que realizaron durante varias semanas para lograr el directo perfecto. “La música hecha cine”, sentencia. “Calle 54 va a quedar para la historia porque no se ha hecho casi nada igual en la historia. Los americanos, por ejemplo, es algo que han hecho muy mal toda su vida. Los músicos más importantes que ha dado el jazz: Louis Armstrong, Duke Ellington... están muy mal retratados en la filmografía americana. O fíjate en John Coltrane. ¡Qué poco legado fílmico tenemos de John Coltrane!”.

Maestro y alumno, padre e hijo
La emoción con la que Julio habla no es otra que la que se respiraba en los estudios de Sony hace ahora 25 años. “Éramos una familia en la que veníamos mucho tiempo haciendo cosas juntos, mostrándonos y escuchándonos, admirándonos: una familia de músicos que se querían, y que tocaron con todos los deseos y con todo el amor del mundo”, afirma Chucho. Prueba de ello es la pieza que se le ve interpretar a él a solas frente a su piano, Caridad Amaro, que lleva el nombre de su abuela, una canción que le ha acompañado durante toda su vida, hasta el punto de que afirma que para tocarla frente a Trueba y las cámaras no le hizo falta ni ensayar.
Sin embargo, el momento más emotivo de la película, opinan todos, es en el que Chucho se reencuentra con su padre Bebo Valdés tras más de cinco años sin verse. Tras un sentido abrazo, ambos se meten en el estudio y tocan juntos con dos pianos frente a frente. “Fue una de las cosas más hermosas que ha pasado en mi vida”, reconoce Chucho. “Hicimos una versión de La Comparsa, que papá y yo tocábamos cuando yo era niño. Tampoco tuvimos que ensayar eso: nosotros empezamos a tocar y todo iba fluyendo con la exacta comunicación que hay entre un maestro y un alumno, un padre y un hijo, dos amigos. Eso no se repite otra vez nunca más”. Cuando, meses después, recibió la primera copia de la película que había hecho, no pudo evitar llorar.

Pensando en el futuro
“Fue algo vibrante”, coincide Julio, quien recuerda Calle 54 como “uno de los momentos más importantes” de su vida. Tan importante fue también para Chano, quien señala que, tras el estreno de la película, lo que ocurrió fue que de pronto todo el mundo sabía quiénes eran ellos. “Hasta ese momento, yo solo había ido a Estados Unidos a tocar una vez. A partir de la película empecé a ir con asiduidad, del mismo modo que varios artistas que nunca habían tenido la oportunidad de venir a Europa a tocar, empezaron a venir”. Ese, considera, fue el “granito de arena” que Fernando Trueba y su película aportaron a la historia de la música.
Eso sí, por mucho tiempo que haya pasado, los integrantes de Calle 54 tienen claro que su legado debe pensarse en la dirección opuesta: hacia el futuro. “Para los músicos de jazz ha sido una película importantísima porque las nuevas generaciones han podido ver lo que se estaba haciendo y escuchando, como una escuela”, subraya Chucho. Julio está de acuerdo, y precisamente por eso opina, al igual que el pianista, que debería hacerse una segunda parte en la que incluir a quienes han seguido el camino. “En España, podríamos incluir a algunos imprescindibles, como Antonio Serrano, Álex Conde, Vicente Amigo...”, cita entre muchos otros el productor, quien también considera que podrían entrar otros países que en su momento no se tocaron.

Puede que, algún día, ese deseo se haga realidad. Sea como sea, todos tienen claro que lo más esencial de todo les sobrevivirá. Y es que sí, el tiempo pasa: ya no quedan 13 músicos, y quién sabe si esas diez ciudades siguen siendo las mismas, si no han cambiado y apenas se reconocen más allá del nombre. Al final, quedará la música, esa pasión que los unió y que los sigue uniendo cada vez que alguien los escucha en algún club a miles de kilómetros de Nueva York; ese todo por encima de las partes que, pasen los años que tengan que pasar, cada vez que alguien vea su película, seguirá sonando.
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