‘El principio del mundo’, una gran novela contra el racismo en Perú: “Mi madre nunca quiso transmitirme el amor por su tierra porque creía que me iba a ensuciar”

Jeremías Gamboa publica una oda de casi 1.000 páginas a la memoria, la educación y el amor materno frente al “infierno” de la discriminación en su país

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Jeremías Gamboa, autor de 'El
Jeremías Gamboa, autor de 'El principio del mundo'. (Alfaguara)

Hace más de 10 años, Jeremías Gamboa dio comienzo a una novela sobre el Perú. Al principio pensaba que sería cuestión de unos meses, luego de unos años, y cuando escribió otro libro en mitad del camino y vio cómo el proceso se alargaba y alargaba, de pronto se dio cuenta de que, en realidad, llevaba más de una década tratando de contar una única (y gran) historia.

“Si lo hubiera sabido, no la habría escrito”, reflexiona un autor cuya primera novela, Contarlo todo (2013), fue elogiada por Mario Vargas Llosa y merecedora del Premio Tigre Juan en España. Ahora, el escritor regresa con El principio del mundo (Alfaguara), una novela de 970 páginas en la cual aborda la historia de un hombre, Manuel Flores, que regresa a su país sin nada: ni amigos, ni pareja, ni trabajo... tampoco con un futuro y hasta sin pasado, pues el barrio de su madre en el que encuentra cobijo es, precisamente, aquel al que un día juró que nunca volvería.

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Cubierta de 'El principio del mundo', de Jeremías Gamboa. (Alfaguara)

Revertir el “blanqueamiento”

El mundo al que regresa Manuel es el mismo en el que su madre fue agredida sexualmente al grito de serrana de mierda; donde, décadas después, su hijo experimentaría también ese mismo desprecio: indio, serrano, queso, terruco... palabras para despreciar su raza y transformadas en un lastre del que Manuel intenta escapar cuando se marcha a Estados Unidos. Allí, paradójica aunque no sorprendentemente, también sería detenido y violentamente interrogado por policías bajo la sospecha de ser un “latino criminal”. “La mancha humana. La peruana. La ayacuchana. La sensación de algo interno que está mal, algo que nos disminuye ante los demás. Vergüenza de origen y del origen”, escribe Gamboa en su novela.

En ese proceso de volver a pisar la tierra en la que creció, Manuel Flores experimenta una sensación muy similar a la del propio escritor, quien considera esta novela como el “costo” que ha tenido que pagar por haber seguido “el manual perfecto del blanqueamiento”, es decir: haber “renunciado a la memoria” para poder ascender socialmente, a través de sus estudios, su trabajo, sus relaciones sociales... “Hasta mi mujer (la dramaturga Mariana de Althaus) tiene un apellido alemán”, reflexiona hoy el autor.

El racismo y el clasismo de Perú le obligaron a olvidarse de sí mismo. En ese viaje, las palabras de su madre resonaban como imperativos categóricos: “Sé alguien, no seas como nosotros”. “Eso significa que no seas como las personas que más quieres, las que más te aman, cuyas pieles te han abrazado, cuyo color de piel es el tuyo”, explica el escritor para describir la violencia simbólica que vivió desde pequeño. Unas violencias de las que solo ha podido escapar, al fin, tras un proceso de revisión y recuperación de la memoria.

Jeremías Gamboa, autor de 'El
Jeremías Gamboa, autor de 'El principio del mundo'. (Alfaguara)

Una novela “chola”

Para ese proceso, ¿qué lugar mejor que la literatura? Esa “casa” desde la que Gamboa afirma que escribe. “La literatura no miente; con ella no puedes generarte un falso self... lo puedes hacer, pero entonces te sale mala. Yo lo que hice fue ser sincero, con un proceso de psicoanálisis sentí una serie de malestares por las renuncias a las que me vi sometido”. Visitó los pueblos de su madre y de su padre, vivió las fiestas y costumbres de allí y las compartió con sus mujeres y sus hijos. “Me he reconectado con lo ayacuchano. Y mi novela es una novela chola, amplia y ambiciosa”, reivindica.

Esa misma novela es la que le ha llevado a encontrar, sin pretenderlo, imágenes que su cerebro había impreso en su subconsciente y que ha ido descubriendo. Un niño castigado en un patio del colegio que vio desde una ventana y que le hizo anotar: “¿A cuántas cosas tiene que renunciar alguien para que al final se convierta en nada?”; una chica vestida de uniforme de empleada doméstica mirando el mar que le hizo detener su camino y, sin saber por qué, romper en llanto. “De repente, te encuentras esas imágenes que te electrizaron en la novela”, reconoce Gamboa.

La literatura es, a su vez, un lugar de encuentro con otros que experimentaron, en otras claves y geografías, el mismo rechazo por ser quien eres. Así, esa “mancha humana” a la que hace referencia El principio del mundo es también la de la novela homónima de Philip Roth, la misma de la que hablaba Toni Morrison cuando uno de sus personajes pide nacer “con los ojos azules” para escapar total o parcialmente de la discriminación, o la misma de la que también advierte la británica Zadie Smith: “Los inmigrantes no pueden escapar de su historia más de lo que uno puede escapar de su sombra”.

Imágenes de la escritora británica
Imágenes de la escritora británica Zadie Smith, una de las autoras actuales que mejor ha novelado el racismo sufrido en el contexto multicultural de una ciudad como Londres.

Los sentimientos contradictorios de la madre

De Morrison, Gamboa confiesa que también ha recogido el elemento real maravilloso del espiritismo en algunas secuencias. Los sueños y premoniciones de la madre, que un día también le cuenta a su hijo que “voló” sobre el “mar de Lima”. “Me di cuenta de que, si Manuel Flores va realmente a abrir su mirada a la madre, tenía que entenderla con todo”, explica el escritor. “No podía narrar a esa mujer en su totalidad si yo no me prestaba completamente a su fe”.

Las velas, oraciones y plegarias a las que atendía Candelaria son también las de su propia madre, con la cual hablaba de noche en esos términos paranormales, pocas horas después de leer lo último de filósofos como Foucault o Derrida: “¿Cómo congenias el ser hijo de una mujer andina y tu educación occidental? Eso también está en la novela”.

Su madre leyó fragmentos de El principio del mundo antes de fallecer. Explica Gamboa que, en ese proceso, la mujer experimentó sensaciones de todo tipo. “Nunca tenía una claridad”, indica. “Ella odiaba a los blancos, los odiaba y los amaba. Ella quería a los cholos, pero los quería asesinar también a la vez: mi mamá era una contradicción andante y una fuerza de la naturaleza”. Aun así, está convencido de que, a estas alturas, sentiría “un orgullo muy grande” al ver la novela terminada, y que llevará incluso fuera del Perú y de América Latina su querida ciudad de Ayacucho. “Ella sentía un gran amor por su tierra, pero nunca quiso transmitírmelo porque creía que me iba a ensuciar”.

Santuario histórico de la Pampa
Santuario histórico de la Pampa de Ayacucho.

“Si se acentúa la brecha social, Perú se va a romper”

Es aquí donde entra el otro elemento central de la novela: la educación. El principio del mundo es también una novela sobre la escuela y en la que uno de los personajes principales es la profesora que, muchas décadas atrás, había enseñado a leer y escribir a Manuel. “La educación lo es todo”, sentencia Gamboa. Es allí donde los alumnos experimentan por primera vez el racismo, practicado incluso por los profesores, y donde acaban interiorizándolo. “Con una escuela que enseñase a integrar a los peruanos, que de todas las partes se sintieran iguales, Perú sería un país extraordinario”.

Ese trabajo requeriría tiempo, pero es la única forma que siente que podría acabar con ese “apartheid” que adivina en la educación y de la que Manuel, subraya, es un “sobreviviente”. Junto a eso, está el hecho de que el racismo se ve también en quién estudia en las escuelas públicas y privadas. “No hay buena educación pública en Perú, quienes gobiernan el país estudian en escuelas privadas y es gente que no tiene ninguna identificación con el país”. Por todo ello, su novela deviene en alegato por una educación que ayude “a cerrar una brecha que, si se acentúa, el país se va a romper”.

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Frente al fin del mundo, un principio “femenino”

Por dimensiones, temática y profundidad, El principio del mundo tiene aires de novela total, como las que escribían autores tremendamente influyentes para Gamboa, como el Gabriel García Márquez de Cien años de soledad o el Mario Vargas Llosa de La casa verde. Sin embargo, él rechaza esa categoría: “Yo no creo que Perú ya sea encapsulable tal y como lo planteaba Vargas Llosa”. De su libro, en cambio, le gustaría que fuera por un camino distinto: una vía que él describe como “femenina”.

“El mundo es monstruoso, lo que prima son los actos de depredación, violencia, dominio... y en El principio del mundo la lente está puesta en los actos de cuidado de la madre, en las clases y angustias de la profesora por educar a los niños. Es una novela bastante femenina”. A los diálogos sordomudos donde los hombres se preguntan en qué momento se jodió el Perú (leitmotiv de Conversación en la Catedral), les sucede una historia donde “los personajes se insultan, se piden disculpas, se miran a los ojos, lloran, compadecen, se perdonan... tienen conversaciones que se alejan de las que han acostumbrado a mantener los hombres”.

También por eso, inevitablemente, el final de la historia concluye con Manuel contemplando el “cielo lácteo” limeño. “Creo que en ese cielo hay algo materno”, precisa Gamboa, “a lo que yo no quiero renunciar, porque cada escritor escribe con lo que recibió de niño”. Por eso, frente al fatalismo que solía habitar en la literatura latinoamericana, él confronta los afectos. “Yo recibí cuidados, amores, miraba telenovelas con mi mamá (llorábamos por las separaciones)... el horror estuvo fuera de casa, el horror fue el Perú”.

Si, pese a ese particular fin del mundo, gana el amor, es porque también vence la literatura. Esa misma que, cita Gamboa de la filósofa española Irene Vallejo, “inventaron las mujeres”. En el principio del mundo gana la luz, ganan los cuidados y gana la aceptación de uno mismo: ese momento en el que uno comienza, por fin, a aceptar a los demás.