
La periferia de Barcelona se convierte en el escenario de una de las propuestas cinematográficas más desafiantes del año gracias a Historias del buen valle, el nuevo largometraje de José Luis Guerín que compite por la Concha de Oro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
La película, que es un homenaje a la España periférica y un retrato ético y comprometido, sitúa al barrio de Vallbona en el centro de una narración que oscila entre el documental y la ficción, y que explora la vida de una comunidad marcada por el aislamiento, la diversidad y la amenaza constante de la gentrificación.
Aislado por el Rec Comtal, las vías férreas y la autopista, Vallbona se presenta como una isla dentro de la ciudad, un territorio fronterizo donde, según José Luis Guerín, “milagrosamente, ha estado sobreviviendo la vida rural, pero ahora está bajo amenaza”.
Una película reflejo de las tensiones de nuestro tiempo
El director ha expresado su inquietud por el futuro de la “morfología humana que habita el lugar, representante de una diversidad que para mí casi tiene algo de utópico”. Esta preocupación se traduce en una película que, lejos de idealizar su objeto de estudio, aborda las tensiones vecinales, el acoso escolar y los suicidios, sin ocultar la indignación ante el auge de los nacionalismos excluyentes: “La espada de Damocles que pende sobre Vallbona es el auge de los nacionalismos brutales. La ultraderecha basa su discurso en la ‘problematización’ de estas personas, y eso da mucho miedo”.
El filme se construye como un mosaico de testimonios y escenas cotidianas, donde la cámara de Guerín desaparece para dejar que los propios habitantes tomen la palabra.

Así, cada protagonista declara ante esa cámara qué espera de la película, y el resto del metraje se dedica a confirmar o refutar esas expectativas.
La película recoge una docena de idiomas: una madre y su hija conversan en un dialecto africano, una familia india cultiva hortalizas junto a las vías del tren, dos mujeres rusas discuten sobre las repercusiones de la guerra en Ucrania, y una mujer gitana portuguesa canta de manera incesante.
“La morfología humana de Vallbona es muy diversa y hay canciones de distintos rincones del mundo, sobre todo de las personas que tienen un origen rural. Son como los últimos retazos de una cultura popular campesina que sigue sobreviviendo”, explicó Guerín.
La película, producida por Los Ilusos, la productora de Jonás Trueba, se inscribe en la línea de trabajos anteriores del director, como En construcción e Innisfree, y retoma el dispositivo de “puesta en situación” que caracteriza su cine.
Según el director todo fue ido surgiendo, nada estaba premeditado. “Lo que me asiste es ese deseo de descubrir algo y compartirlo con vosotros, con los espectadores”.
Un western periférico
El componente western impregna la atmósfera de Historias del buen valle. El filme dota al barrio de la mítica propia del género: una comunidad aislada que funciona según sus propias reglas, un bar que actúa como ‘saloon’ (Els Xiprerers), una amenaza disfrazada de progreso en forma de las obras del AVE, y un solo de armónica que evoca el cine de John Ford.
Uno de los protagonistas llega a afirmar que el western es el género más apropiado para contar la historia de su barrio, y la película se convierte así en una metáfora de la frontera, no como muro de exclusión, sino como puerta de entrada a la diversidad y la dignidad.
El retrato de Vallbona se aleja de la nostalgia y se centra en el presente y el futuro de una comunidad que ha resistido a la desaparición de la vida rural y a la presión de la expansión urbana.
Guerín subraya el conflicto urbanístico entre las casas ‘autoconstruidas’ (al igual que ocurrió en la cercana Torre Baró, donde se ambientaba la película El 47) por los primeros migrantes tras la Guerra Civil y los nuevos bloques de la ciudad dormitorio, así como la amenaza de las infraestructuras ferroviarias que ponen en peligro la última vida que sobrevive en el barrio.
La película también aborda el impacto de la gentrificación y la crisis del mercado inmobiliario, que ha expulsado a muchos habitantes del centro de Barcelona hacia la periferia. Guerín reflexiona sobre cómo la vida cotidiana que él reconoce se mantiene en los barrios periféricos, mientras los centros urbanos se convierten en parques temáticos y pierden su tejido social.
La música y la cultura oral ocupan un lugar destacado en el filme. Durante el rodaje de su mítica Innisfree, a Guerín le sorprendió el patrimonio de canciones populares que compartían los irlandeses, en contraste con la pérdida de la cultura oral en España.
Flamenco, baile y esencias
En Historias del buen valle, el director encuentra esa herencia sonora en los momentos de ocio de la comunidad, donde la música, el flamenco y el baile se convierten en espacios de comunión.
El enfoque ético y político de la película se manifiesta en la denuncia de la violencia de los nuevos nacionalismos y en la celebración de la diversidad que aporta la globalización. “Yo quería celebrar esa diversidad que se produce con la nueva globalización, porque me despiertan un afecto extraordinario esas personas. Y siento que esto está amenazado en los tiempos que corren. Estamos ante un resurgir truculento de los nacionalismos con una violencia atroz”, declaró Guerín.

El regreso de José Luis Guerín a la competición donostiarra, 24 años después de obtener el Premio Especial del Jurado por En construcción, ha sido recibido como un acontecimiento cinéfilo.
El resultado es una obra que se caracteriza por su profundidad y honestidad y que parece destinada a marcar un resurgimiento de la trayectoria de Guerín.
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