Marta Sanz, escritora: “No me asusta la muerte ni que mi identidad se pierda... Lo que me da miedo es envejecer sin dignidad”

La narradora, ensayista y poeta madrileña publica ‘Amarilla’, un poemario profundamente personal y al mismo tiempo político en el que tiñe de ese color la realidad que nos envuelve

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Fotografía de la escritora Marta
Fotografía de la escritora Marta Sanz. (A. Pérez Meca / Europa Press)

Escribe Marta Sanz que “en la lengua no existe simetría, sino intranquilidad”. La misma intranquilidad que, en sus libros, nace en algún lugar entre el dolor y el alivio, entre lo triste y lo alegre, lo envejecido y lo que está por despertar. Tal vez por eso, como ella misma expresa en otro de sus versos, “todos los poemas le salen amarillos”.

Sea como sea, es algo por lo que merece la pena preguntar a una de las escritoras más celebradas (y celebrables) en España. Más allá de los premios, que no le faltan; de si es en clave narrativa, poética y ensayística, lo que destaca de Marta Sanz es esa voz tan suya, tan lúcida e inquieta, casi neurótica, con la que a través de las palabras va colándose en cada una de las esquinas de una realidad que nos apela a todos. Es esa misma voz la que encontramos en Amarilla (La Bella Varsovia), su nuevo poemario, y también en sus respuestas cuando la entrevistamos en la librería Rafael Alberti de Madrid.

Dentro de unas horas, presentará un libro en el que, a través del envejecimiento que avanza tanto en sí misma como en la realidad que la envuelve, ha encontrado esa “melancolía eléctrica” con la que hablarnos, sin lamentarse, de heridas, injusticias y miedos. Porque, para Marta Sanz, la alegría siempre existe en el lenguaje. Y quién sabe si algo más: si, de esa intranquilidad con la que escribe, nace también la transformación.

Cubierta de 'Amarilla', el nuevo
Cubierta de 'Amarilla', el nuevo poemario de Marta Sanz. (La Bella Varsovia)

Un color lleno de melancolía “eléctrica”

- Pregunta: ¿Quién te gustaría que viniera a la presentación?

- Respuesta: Uy, esa pregunta es bien difícil. Me encantaría que pudieran venir mis padres, porque ellos están todo el rato en el subtexto de Amarilla. Mis padres son una pareja mayor con la salud bastante mermada. No escribiré ni una sola palabra sobre ellos cuando ya no estén en este mundo. Entonces, el hecho de poder compartir con mis padres, cuerpo a cuerpo y de viva voz, el amor, el duelo anticipado y mi propio proceso de envejecimiento frente a sus ojos, que son aún más viejos que los míos, es algo importante. Eso sí, te digo que me encantaría porque iban a venir, pero se ha roto el ascensor, así que ya veremos (ríe). También me gustaría ver a los poetas y las poetas que han formado parte de mis lecturas y de mi escritura. Yo admiro mucho a la poeta española Olvido García Valdés, y yo que sé, poetas ya difuntas como Sylvia Plath, como Anne Sexton, Alejandra Pizarnik o Lorca. No sé si seríamos una congregación muy alegre, pero sin duda sería una reunión bien interesante.

- P: ¿Se conoce mejor a alguien a través de sus poemas?

- R: Yo creo que es inevitable, porque ahí están tus pulsiones, tu manera de entender el mundo y tu sensibilidad. Sin embargo, yo creo que en todos los libros, ya sea en poesía, novela o hasta unas memorias, lo que tiene menos importancia es la figura de la escritora o la figura del escritor. Marta Sanz no importa nada en Amarilla, ni si un día está más triste o más alegre. Lo que importa realmente es dar con una combinación de palabras para transmitir una vibración que todos compartimos y que ese texto pueda acabar formando parte del cuerpo y el sentir de otras personas porque tiene algo de universal.

- P: En cuanto a esa vibración, ¿por qué escribes en este libro que todos los poemas te salen amarillos?

-R: Pues mira (ríe), me salen amarillos porque estoy en un momento un poco elegíaco de mi vida. Tengo la sensación de que hay una manera de entender la literatura que está transformándose muy deprisa por efecto de las pantallas y nuestra nueva relación con los textos y las prisas que ahora tenemos siempre. Los escritores y escritoras que éramos de la cofradía de Faulkner, de los subtextos y de todas estas historias vemos cómo ahora es tremendamente distinto. Eso está coincidiendo, además, con un cambio físico en mi vida. Te notas que no tienes el mismo empuje o la misma energía, que tu percepción de la realidad cambia porque no estás en un momento de esplendor físico. Seguramente por eso todos los poemas me salen amarillos.

- P: ¿El amarillo es entonces un color melancólico?

- R: Sí, pero de una melancolía eléctrica, que lejos de regodearse en sí misma o de ser paralizante, quiere ser estimulante. Visibilizar la fragilidad, la vulnerabilidad y que nos sobreponemos a un estado de ánimo a partir de la alegría que depositamos en el lenguaje, en las palabras y en esa capacidad de la literatura para establecer conversaciones con los demás.

La escritora Marta Sanz mantuvo
La escritora Marta Sanz mantuvo una entrevista con Europa Press por su novela "Persianas metálicas bajan de golpe". Foto: (A. Pérez Meca - Europa Press).

“En un momento determinado, para poder vivir, parece que tengo que no ver”

- P: ¿Da miedo hacerse mayor?

- R: No me asusta la muerte, ni que mi identidad se pierda. No tengo eso que decía Unamuno del “sentimiento trágico de la vida”. A mí lo que me da miedo es envejecer sin dignidad. Creo que la vejez tiene una fragilidad que, desde el punto de vista social y político, hay que abordar de una forma delicada, porque lo que vemos todos los días son indignidades contra el cuerpo de las personas que envejecen.

- P: Podría decirse entonces que lo que te da miedo es el dolor.

- R: Absolutamente.

- P: ¿El dolor existe más allá de tu propio cuerpo?

- R: El yo es la primera persona del nosotros, y a mí me interesa mucho el concepto de la empatía y de que el dolor propio es indisoluble del peso de la historia, de la comunidad y de lo público. Yo siento que mi escritura, mi persona y mi cuerpo son una confluencia de voces que pertenecen a algo, aunque esto sea más viejo que el hilo negro: “Soy humano y nada de lo humano me es ajeno”. El problema es que a veces nos olvidamos de eso y vivimos con un concepto de la individualidad que hace que nos encapsulemos en la identidad y construyamos una especie de singularidad que es solamente aislante y publicitaria. Para bien y para mal, yo me siento parte de un montón de cosas.

Envejecimiento precoz y riesgo de enfermedad neurodegenerativa: los viajes espaciales pasan factura a los astronautas.

- P: ¿Y no llega un punto en el que el dolor de muchos es inimaginable?

- R: Llega un punto en el que pierdes la conciencia de la pluralidad porque es inasumible. Entonces, no mirar es una manera de protegerte. Me interesa ese filo moral y la contradicción en la que yo, en un momento determinado y para poder vivir, parece que tengo que no ver porque todo me hace demasiado daño. En estos poemas se trabaja esa conciencia del umbral, que es un umbral contradictorio y dolorosamente humano, pero que pretende ser transformador.

“El mejor antídoto contra esta realidad es el sentido del humor”

- P: En ‘Consolación de la muerte’, parece que morirse es una forma de evitar para siempre el dolor.

- R: En ese poema, la muerte, más que un concepto, es una denuncia política. Es un poema donde se habla de lo que sucede en Palestina, en el que se habla de Donald Trump y de los discursos autoritarios. Al final se dice: “Bueno, pues para esto mejor nos morimos”, pero la muerte es una figura retórica, pura ironía para decir que la muerte ya no tiene tanta importancia porque el mundo me parece una aberración.

- P: ¿Tu escritura nace de lo que el mundo proyecta en ti o de lo que tú proyectas en el mundo?

- R: Es algo inseparable. El dentro y el fuera, lo íntimo y lo público, lo personal y lo político, convergen en un mismo punto que es el texto. Lo que siento cuando escribo es la alegría de la escritura. Incluso cuando estás escribiendo de las cosas aparentemente más amargas o insoportables, creo que en toda escritura hay un gesto de alegría.

- P: ¿También escribes con los sentidos?

- R: Mucho. Soy una mujer hiperestésica: tengo un oído muy fino, un olfato que, con el paso de los años y no sé por qué extraña razón, se me va haciendo también especialmente fino. Y fíjate que esa cualidad hiperestésica está en la base del género de terror. En el comienzo de La caída de la Casa Usher, de Edgar Allan Poe, te das cuenta de que, para Roderick Usher, la realidad es intolerable porque percibe los estímulos de una manera tan aguda que no puede vivir. Todo le hace daño. En Amarilla está esa intuición de no saber si tus sentidos tan agudos te hacen ver la realidad de una manera más negra o más triste, o si es esa realidad la que se te mete dentro, esa realidad de la que no te puedes escapar y te acabas enfermando. Y para eso el único antídoto, creo, es el sentido del humor.

- P: Un sentido del humor amarillo

- R: Amarillo chillón (ríe). Y, como te decía al principio, lleno de melancolía eléctrica.