En 2017, la actriz, directora y guionista Leticia Dolera publicó un artículo en la prensa en el que desveló el acoso y tocamientos sufridos por parte de un director a comienzos de su carrera, con 18 años, y en otro rodaje diez años más tarde. Poco después, las televisiones de todo el país, también las redes sociales, repetirían una y otra vez sus reivindicaciones en galas de premios como los Feroz o los Goya. “Todos los días son de reivindicación hasta que consigamos una sociedad igualitaria”, afirmaría en estos últimos, mientras su libro Morder la manzana. La revolución será feminista o no será llegaba a las librerías y la consagraba como una de las figuras públicas del feminismo más reconocibles del cine español.
Sin embargo, esta imagen también tuvo su contrapartida. “Como feminista ya no eres persona”, explica en una entrevista con Infobae España la también ganadora del premio a la Mejor serie en el Cannesseries por Vida perfecta. “Cuando una mujer es feminista y se posiciona públicamente en temas vinculados con el feminismo, parece que ya no es nada más que eso, que es una feminista y ya no es madre, ya no es hija, ya no es pareja, amiga, amante...”. Habla, en parte, de sí misma, pero sobre todo de la protagonista a la que interpreta en Pubertat (HBO Max), serie que ha escrito y dirigido, afirma, reflejándose “mucho” tanto en ese personaje como “en toda la serie”.
En Pubertat, seguimos a Júlia (Leticia Dolera), una periodista, divulgadora y activista feminista que ve cómo, en una visita a la casa familiar, su hijo de 13 años se ve implicado en un caso de agresión sexual junto a otros dos niños. “Me interesaba mostrar una mujer como ella”, afirma, “y hacerla navegar en la contradicción y en confrontar su propia ideología, porque en un mismo capítulo ella dice que siempre va a creer a la víctima que se atreva a denunciar y luego, cuando su hijo es denunciado, no sabe a quién creer. Es más, decide creer a su hijo”.
“Los hijos no son solo responsabilidad de los padres”
Júlia, como cualquier persona, es vulnerable: tiene miedos y heridas, aunque en todo momento trate de evitar que todo ello se traslade a su hijo Roger (Bruno Bistuer Farré). Pero todos sus esfuerzos por hacer de él una persona íntegra apelan a una realidad que, en cierto modo, escapa a su control. “¿Qué hacemos con los adolescentes que están creciendo rodeados de pantallas, de móviles, de inputs, de algoritmos, con unos padres que tienen que trabajar más porque la vivienda es más cara, porque los sueldos son más bajos y cada vez tienen menos tiempo y están más estresados?”, se pregunta.
Para sentir este tipo de preocupaciones, expone, no hace falta ser madre o padre. “Yo creo que podríamos acuñar un término que fuera ‘maternidad o paternidad políticas’. Todos formamos parte de la comunidad humana. Entonces, como tal, deberíamos sentir a los menores y a los adolescentes, en cierto modo, también nuestros. O sea, nuestra descendencia, nuestro legado, nuestros chavales”. Como consecuencia, no cree que los padres sean dueños de sus hijos ni que los hijos sean solo responsabilidad de los padres. “Creo que son del entorno y la sociedad”.

Una cuestión preocupante
Pubertat se vincula con otra miniserie reciente, Adolescencia (Netflix), en la que un joven de 15 años se ve implicado en el asesinato de una compañera de clase. “A estos señores de Inglaterra también les preocupa”, reconoce la directora que pensó cuando vio la serie creada por Stephen Graham, aunque por entonces, la idea de Pubertat ya llevaba muchos años (desde la primera temporada de Vida perfecta) en marcha. Aun así, advierte que, aunque parezca que se trate de ficciones muy similares, son más las diferencias: “En Adolescencia el caso es clarísimo y es mucho más dura y áspera. Pubertat navega más en los grises, en la complejidad, en las aristas, es más tierna y mucho más esperanzadora”.
La adolescencia, en sí misma, es un gris. Una edad en la que los niños empiezan a pensar y sentir como adultos; en la que experimentan, sin conocerla, su propia sexualidad y la de los demás. La serie plantea, entonces, la pregunta: ¿cómo afrontar en este tipo de casos una agresión sexual? Y señala que, más allá de la culpabilidad y las responsabilidades, la sociedad debe garantizar también vías que conduzcan a reparar (si es posible) el daño producido. “La cuestión es tener las herramientas para hacerlo mejor”, resume Dolera en relación con la forma en la que se gestiona la agresión en los últimos capítulos de la serie.

La metáfora perfecta de la sociedad
El diálogo constante sobre el rol de la familia, la comunicación y la comunidad atraviesa Pubertat. Es en esa conversación donde, quizá, es más importante que nunca saber aparcar en parte las ideologías de cada uno. “Las ideologías nos sirven para caminar hacia un lugar que podemos creer que el que nosotros pensamos es el mejor. En ese caminar podemos cambiar de opinión o podemos ver que hay otros que no piensan como nosotros, pero al final nos vamos vinculando con otros seres humanos y podemos cometer errores”. De eso va la vida, insiste la directora, que ve una peligrosa tendencia a confundir ideología con identidad, creando un escenario de “trincheras” en el que el término medio no es posible.
En este sentido, para Dolera la ambientación de la serie en el día a día de las collas castelleras catalanas no es una decisión arbitraria. Más bien, responde a una necesidad de situar la historia en el corazón de la cultura popular, donde se producen precisamente las tensiones entre las tradiciones y el progreso. En este ámbito se negocian, para la cineasta, tanto las identidades como los valores que han de definir a la propia comunidad. “Cuando di con la imagen del castell, ya no me la pude quitar de la cabeza: cómo la piña del castell tiene que estar bien construida. Si eso no está bien, el castell se cae”, continúa. “Para subir hay que confiar, y como los más jóvenes son los que suben más arriba, tienen que sostenerse sobre los adultos. Para mí es la metáfora perfecta de la sociedad y de lo que cuenta esta serie”.

La ficción como espacio en el que “poder hablar”
Al situar la cámara en el seno de esa colla castellera, observamos también cómo la violencia sexual que solemos erróneamente asociar con la calle se produce también en las familias, amistades y otras interacciones sociales. Agresiones de todos los tipos, algunas más evidentes y otras más sutiles, se producen continuamente, aunque tanto para los perpetradores como para las víctimas resulte muchas veces realmente difícil detectar esas conductas. “Pero por eso está bien hablar”, defiende Dolera, que ve en la ficción el lugar idóneo en el que “poder mostrar todo esto”.
Así, en Pubertat los agresores no son figuras distantes ni monstruos ajenos a nuestra realidad cotidiana. “Los agresores son nuestros amigos, son nuestros primos, nuestros hermanos, nuestros padres, nuestros abuelos. Son gente a la que queremos, son gente que a lo mejor incluso en otros ámbitos de la vida es maravillosa. Y esto es duro y es difícil de aceptar”. Eso sí, advierte que eso no es motivo para justificarlos, “porque comprender no es justificar”. Es al comprender cuando inevitablemente surgen algunas dudas. “¿Qué hacemos con esto?”, subraya Dolera. “¿Qué pasa cuando es tu hijo el que es acusado de agresión? ¿Dónde queda tu ideología y tu trinchera?”
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