Vanessa Springora: “Estamos cabreados, sí, pero no podemos legitimar la barbarie”

La escritora de ‘El consentimiento’ regresa con una nueva novela en la que investiga el pasado nazi de su abuelo para entender la relación con su progenitor

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La escritora Vanessa Springora.
La escritora Vanessa Springora.

El fallecimiento repentino del padre de Vanessa Springora tras la publicación de su libro El consentimiento marcó el inicio de una profunda indagación personal que desembocó en su nueva obra, El nombre del padre.

En este volumen, la autora francesa explora la figura paterna ausente, un tema que le llevó a descubrir secretos familiares hasta entonces desconocidos, incluyendo el pasado nazi de su abuelo. La investigación, que comenzó tras sentir que su testimonio literario había contribuido a la muerte de su progenitor, se transformó en una novela con tintes detectivescos y en un análisis apasionado sobre la identidad.

En El consentimiento, Springora relató la relación que mantuvo a los 14 años con el escritor Gabriel Matzneff, quien tenía 47, y también describió a su padre como un hombre ausente, irresponsable y falso. La publicación de este testimonio, que tuvo un fuerte impacto en la opinión pública, coincidió con el infarto fulminante que acabó con la vida de su padre pocos días después. La autora confesó que sintió que el libro había sido el detonante de su muerte, lo que la impulsó a iniciar una búsqueda sobre el pasado familiar.

‘Precuela’ de ‘El consentimiento’

La nueva obra, publicada por Lumen, no solo reconstruye la historia de su padre, sino que también revela aspectos desconocidos de su linaje, como la vinculación de su abuelo con el nazismo. Springora convierte su investigación en un relato que combina elementos de novela de detectives y reflexión sobre la identidad, al tiempo que ofrece una mirada lúcida sobre la Europa actual, donde resurgen los conflictos y las tensiones históricas.

'El consentimiento', de Vanessa Springora.
'El consentimiento', de Vanessa Springora. (Lumen)

-Pregunta: Me da la sensación de que este libro es, aunque no tenga nada que ver, una continuación del anterior, porque en realidad se habla un poco de esas figuras paternas o de esos hombres que han marcado tu vida.

-Respuesta: Sí, es verdad, es así. Es un poco como si yo hubiese seguido la exploración de la figura masculina, que ha sido tan determinante durante mi juventud. También podemos decir, si hablamos un poco como una serie, que esta novela sería la ‘precuela’ de El consentimiento. Porque, tal vez, si yo no me hubiese tirado en los brazos de una persona como Gabriel Matzneff, si yo no hubiese tenido un padre como el que tuve, un padre sumamente ausente, no me hubiera pasado nada de esto.

-P: En ambos libros escribes cosas muy difíciles de forma muy fácil. ¿Cómo logras esa claridad?

-R: Es porque tengo a veces esa preocupación, quiero clarificar las cosas para mí como persona, porque es mi historia personal, pero también para los otros. Es un esfuerzo de clarificación, de dar palabras, frases a situaciones que son complejas, que son tal vez sutiles. No puedo resumirlas en frases, necesito un libro entero para llegar a liberarme y hacer una nueva versión de las cosas que se acerque más a la verdad, que sea más justa. Así que busco esta simplicidad de cierta manera.

-P: En El consentimiento eras una narradora más introspectiva, pero en este nuevo libro eres parte activa en una investigación, como una detective. ¿Cómo fue ese proceso?

-R: Sí, es cierto, porque son libros escritos en circunstancias distintas. El consentimiento es un libro que yo he llevado en mí durante años sin haber tenido el valor de escribirlo. Es un libro que he madurado muchísimo en mi cabeza. Ahora, es una escritura a medida que iba sucediendo. Es una manera totalmente distinta, tal vez con menos reservas, menos distancia. Me ha divertido lo de buscar el hilo conductor, porque realmente no sabía qué hacer con esos materiales.

La literatura que yo amo es la autobiográfica, autoficción, las narrativas de uno mismo. Es un poco la literatura de lo íntimo.

La memoria ‘intergeneracional’

-P: En la novela parece estar presente la idea de secretos y tabúes familiares. ¿Piensas que esto es algo común en muchas familias?

-R: Es verdad. Esto es algo en mi generación está muy extendido. Yo estoy en los 50 y he visto muchos textos en Francia que han salido estos últimos años sobre la familia, el silencio, y es interesante ver que hay un cambio cultural. Es decir, la generación de nuestros abuelos era una generación que no hablaba, no tenían esa cultura de la palabra. A día de hoy, todo el mundo va a terapia, habla de sus problemas. Hemos entendido que ha sido importante culturalmente. Antes era distinto.

Vanessa Springora. (EFE)
Vanessa Springora. (EFE)

-P: ¿Crees que el silencio familiar tenía la intención de proteger o de ignorar?

-R: Depende. Pero sí, en muchos casos la intención era de proteger, de acoger, de cuidar a la gente de las cosas dolorosas. Por ejemplo, mi abuela no hubiera sido capaz de contar a sus hijos que su padre había sido nazi, era algo difícil, vergonzoso, muy difícil de llevar. Pero, en retrospectiva, te das cuenta de que, en realidad, lo más difícil de soportar para mi padre era el silencio. El silencio de su padre y todo lo que faltaba por subsanar.

-P: ¿Y quiénes son los que finalmente logran romper ese silencio?

-R: Es interesante saber que suele saltar una generación. El padre, por fidelidad o tabú familiar, sigue sin decir nada, se mantiene en silencio. Suele ser la siguiente generación, los nietos, quienes están un poco más desvinculados y son capaces de romper ese silencio y obtener una serie de respuestas para poder hacer su propia investigación.

El resurgimiento de ideologías extremas

-P: En este libro, igual que en El consentimiento, trabajas con un tabú. Pero además lo conectas con los tiempos actuales, donde vuelven ideologías y símbolos inquietantes. ¿Crees que realmente estamos regresando a esos males de los que tanto se habla?

-R: Exactamente. Hay muchos momentos de hipnosis, como si la masa estuviera siendo hipnotizada o contaminada por un discurso fascista. Se definen por esta manera de romper las barreras racionales. Las personas están como fascinadas y se les convence con la violencia, el autoritarismo, la supresión de libertades. Nos dicen que así vamos a arreglar problemas súper complicados.

-P: ¿Ves ese fenómeno solo en Francia o crees que es generalizado?

-R: Es una ola violenta que está llegando a toda Europa, y no solo Europa; ya ha contaminado Rusia y Estados Unidos. Con Trump vemos cómo en el mundo hay más tiranía y más dictaduras que democracias. Europa es una especie de bastión democrático que tenemos que defender, porque estamos al borde del precipicio. Caer al otro lado es muy fácil.

-P: Hay jóvenes que hoy exhiben símbolos que tus abuelos escondían con vergüenza. ¿Qué significado le das a esta recuperación de la simbología extrema?

-R: Es una especie de anacronismo. Vemos en Estados Unidos estos grupos neonazis vinculados a Trump, que ahora desfilan con los símbolos a la vista. En Europa igual, como una vuelta al nazismo. Hoy los nuevos ‘cabeza de turcos’ ya no son solo los judíos, son los árabes, los musulmanes, los inmigrantes en general. El poder de fascinación de esos símbolos es impensable.

'En el nombre del padre',
'En el nombre del padre', de Vanessa Springora. (Lumen)

-P: ¿Por qué crees que la juventud se siente tentada por esos discursos y símbolos?

-R: Yo no conozco neonazis personalmente, pero creo que sienten mucho odio, quizás porque no encuentran soluciones por la vía democrática. Cuando el sistema no responde, buscas algo más revolucionario, algo que exprese tu cólera. Pero apoyarse en el odio es imperdonable, porque volver a esos discursos significa legitimar el genocidio, el asesinato de opositores, de homosexuales, de judíos. Estamos cabreados, sí, pero no podemos legitimar la barbarie.

Identidad, migración y pertenencia

-P: En la novela ejemplificas el mestizaje en tu propio hijo y defiendes que todos somos una mezcla de todo. ¿Qué piensas del odio al extranjero que hay hoy?

-R: Ese es un poco el corazón de mi libro. Porque al explorar el origen de mi apellido y de mi familia, cuestiono la pertenencia y la identidad. En Francia hay un matiz entre ‘identidad’ y ‘lo identitario’. Cuando intentas luchar contra esas identidades múltiples y buscas una fantasía de uniformidad, como una población europea blanca y cristiana, todo eso es una ilusión. Nuestra identidad se construyó por oleadas migratorias sucesivas; heredamos migraciones y nacionalidades diferentes incluso dentro de la familia.

-P: Desde tu experiencia, ¿la diversidad fortalece a una sociedad?

-R: Totalmente. Es lo que hace la riqueza de un país y su fuerza. A nivel biológico y científico, los expertos explican que una especie endogámica termina debilitándose y desapareciendo. El mestizaje es una suerte para la especie humana. El racismo se apoya tanto en el odio a los demás como en un error científico e histórico. La integración puede ser complicada, claro, pero muchas veces funciona estupendamente y nadie lo resalta.

-P: ¿Y las políticas de cerrar fronteras como en EEUU o Israel?

-R: No podemos seguir construyendo muros. Trump quiso levantar una muralla entre México y Perú, pero la migración sigue. Israel también construye muros. Europa no puede fortificarse para impedir que lleguen extranjeros. El fenómeno migratorio es parte de nuestra historia y del presente, y la próxima gran ola será la migración climática. Hay que prepararse para aprender a convivir todos juntos.

El peso del nombre

-P: En la novela hablas sobre el descubrimiento de que tu apellido era falso, justo cuando estabas construyendo tu nombre literario. ¿Qué significó eso para ti?

-R: La verdad es que nunca me había planteado el peso del apellido en una familia, pero sí que siempre tuve preguntas sobre mi apellido. Era un apellido extranjero cuando era niña en Francia, y eso ya marcaba, te estigmatizaba pronto porque no llevabas un apellido local. Pero al hacer el libro, me di cuenta de que no solo heredamos el apellido, sino que también podemos construir algo propio en torno al nombre. Puede ser un seudónimo, un alias, como hizo mi abuelo para esconderse, o porque hay apellidos que suenan mal y las personas los cambian.

La escritora Vanessa Springora.
La escritora Vanessa Springora.

-P: ¿Consideras que crear un nombre artístico es una manera de tomar las riendas de tu identidad?

-R: Sí, es un movimiento de apropiación, de elegir una identidad más allá de la herencia. Es como empezar a ser protagonista de tu propia vida, como el trabajo inicial de cualquier escritor. Por eso, el último capítulo del libro termina con esa reflexión sobre el ‘nombre propio’. Para mí, es lo que leí de Virginia Woolf, el tema de tener una ‘habitación propia’ y un ‘nombre propio’, pertenecer a una tribu, lo que nos permite existir y contar nuestra historia.

-P: ¿Hasta qué punto la lealtad al apellido y a la comunidad determina nuestras decisiones?

-R: Para mi abuelo, su apellido fue fundamental, lo que determinó su lealtad a la Alemania nazi. Si su nombre hubiera sido checo, quizá habría sido otra su fidelidad. A veces la comunidad o la identidad heredada pesa tanto que resulta difícil ser crítico con ella, y eso lo veo en amigos pertenecientes a comunidades judías o árabes. Heredar una identidad colectiva puede impedirte tener una mirada objetiva, y es un tema que todavía no tengo completamente resuelto. Hacerse un nombre propio es crear desde el interior del mundo heredado, pero con tu propia voz.

El lugar de la literatura y sus referentes

-P: Sueles incluir autores literarios en tus obras, referencias claras, como hiciste con Virginia Woolf o Nabokov. ¿Cómo eliges los referentes y qué papel cumplen en tu escritura?

-R: Es algo que ya hice en El consentimiento. De vez en cuando nombro a autores, Nabokov, por supuesto, para recordar que se puede leer mal Lolita, como argumento para los pedófilos, aunque Nabokov siempre insistió en que era un libro en contra de la pedofilia. Para mí, apoyarme en referencias literarias es mi manera de reflexionar: soy lectora, y cuando leo reflexiono sobre lo que leo; me gusta compartir eso con mis lectores.

-P: En este libro aparecen autores checos menos conocidos en Francia. ¿Por qué esa elección?

-R: Hay referencias sobre todo a autores checos, como Jaroslav Hašek, muy conocido entre los checos, pero desconocido en Francia, una especie de antihéroe nacional. Pero estas referencias me ayudaron mucho a comprender la cultura de mi familia. Yo no sabía bien cuál era la situación de mi abuelo y no podía viajar al Este de Europa durante mi juventud. La literatura era mi pasarela, mi contacto con Checoslovaquia, con Polonia, Hungría, Bulgaria era Kafka, Hašek, Kundera: la literatura me permitió entender algo de la mentalidad o la nostalgia de esos mundos.

-P: Mencionas en el libro La ignorancia de Kundera y el verbo “añorar” del español. ¿Por qué esa referencia te marcó?

-R: Me impresionó cómo Kundera utiliza la palabra ‘añorar’, diciendo que los españoles entienden lo que es la nostalgia por un lugar que ya no se puede visitar, el restaurante donde ibas, la calle donde vivías… Cuando se corta el contacto, la literatura puede servirnos de puente. Ese es mi objetivo, compartir con el lector la posibilidad de aproximarse a esos mundos cerrados a través de los libros.

Heridas y cicatrices

-P: ¿Se pueden cerrar alguna vez las heridas del pasado? ¿La escritura te ha ayudado a lograrlo?

-R: Creo que las heridas tal vez no se pueden cerrar del todo, pero sí cicatrizar. Me han hecho esta pregunta desde que publiqué El consentimiento. Lo que creo ahora es que, con el tiempo, llegamos a darle palabras a las situaciones y eso nos permite tener otra versión de los hechos. En este caso, mi versión da distancia sobre traumas antiguos. No quiero decir que desaparecen, pero se hacen menos presentes.

Varios lanzamientos, entre ellos algunos de los más esperados de la temporada.

-P: ¿El haber hecho terapia fue fundamental para poder escribir sobre ello así?

-R: Sin duda. Si no hubiese hecho tantos años de terapia, quizá no habría podido escribir El consentimiento como lo hice. Si lo hubiese escrito a los 25 años, habría sido muy violento, un grito de cólera y venganza. Estoy contenta de haber gestionado mis heridas a través del trabajo terapéutico, porque pude crear un libro más distanciado y ligero para el lector y para mí.

-P: ¿Cómo cambia tu perspectiva familiar después de este proceso de investigación y escritura?

-R: Gracias a obtener algunas respuestas, entendí mejor quién era mi padre y por qué me abandonó. Al principio escribí desde el enojo y la herida infantil, pero al final del libro, después de entender su historia y la de mi abuelo, logré cambiar de punto de vista. Entendí que mi padre, antes que padre, fue un niño, y que cargar con el pasado fue duro para él. Eso me permitió perdonarlo.

-P: ¿Crees que el conocimiento de la verdad ayuda a sanar?

-R: Lo que más me ayuda a cicatrizar es conocer la verdad. Eso es lo más importante para mí. Compartir ese testimonio y dar palabras a esos secretos familiares también ayuda a otros, porque todos tenemos nuestros propios silencios y heridas, sobre todo en relación con la Segunda Guerra Mundial.

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