
Desde que debutara con Verano 1993, Carla Simón se convirtió en uno de los ejes fundamentales de una de las grandes revoluciones que ha vivido el cine reciente: la de las mujeres detrás de la cámara.
Junto a sus compañeras de generación, entre las que se encuentran Belén Funes, Celia Rico o Pilar Palomero han constituido un relevo dentro de nuestra cinematografía gracias a sus respectivas y auténticas personalidades fílmicas.
En el caso de Carla Simón, hasta el momento, el motor de su cine ha sido eminentemente autobiográfico y ha estado marcado por las dinámicas familiares y por el hecho de que sus progenitores fallecieran de SIDA cuando ella era muy pequeña.
Después de alcanzar el Oso de Oro de Berlín con Alcarràs, su siguiente película, Romería, fue elegida para competir en el Festival de Cannes y acaba de ser ‘preseleccionada’ para representar a nuestro país en los próximos Oscar, junto a Sirat, de Oliver Laxe y Sorda, de Eva Libertad.
Una trilogía autobiográfica
En Romería, una joven, Marina (gran descubrimiento el de Llucía Garcia, como altor-ego de la propia Carla Simón) viajará a Vigo para encontrarse con la familia de su padre (al que no llegó a conocer) y solicitar el certificado que la reconoce como su hija, gracias al cual podrá estudiar cine. Durante ese viaje, seguirá los diarios de su madre e intentará seguir sus huellas en un recorrido que va más allá de la búsqueda de las raíces y se enfrenta a la memoria de un país que estigmatizó a los enfermos de SIDA.
Pregunta: ¿Concebiste Estiu 1993, Alcarràs y Romería como una trilogía desde el principio?
Respuesta: Ha ido surgiendo poco a poco. En el caso de Verano 1993, quería contar esa historia sobre mi infancia y a partir de ahí comencé a desarrollar Alcarràs. Luego hice el cortometraje Carta a mi madre para mi hijo, que fue el germen de Romería. Quería utilizar los diarios que había escrito mi madre, para mí era como cerrar un círculo. De alguna manera cada película tiene que ver con una de mis familias y creo que ese ciclo ahora se termina, porque todas estaban contadas desde las nuevas generaciones. Ahora que soy madre creo que debo dejar a los que vienen que cuenten las cosas desde su punto de vista, ya no tengo necesidad de hablar más de mí.

P: ¿Lo ves así?
R: Yo creo que sí. Romería ya está hecha desde el punto de vista de una hija que intenta entender a sus padres. Acabo de ser madre por segunda vez y mi vida ha dado un vuelco, me cambiado la forma de ver las cosas. Ahora me apetece mirar hacia el futuro y probar cosas nuevas, sí.
P: La película parte de unos diarios (los de tu madre), pero al mismo tiempo también se erige como un diario filmado, de forma que cada día se inicia con una reflexión
R: Me gustaba la idea de imbricar ambas cosas, el pasado con el presente, lo escrito con lo visual. Las frases de cada capítulo las añadimos en montaje y nos dio la sensación de que era una forma de aproximarnos más al personaje de Marina, a lo que le está pasando por dentro para entenderla mejor. Creo que al final, la película reflexiona sobre la memoria, sobre la necesidad de dejar un registro. Por eso, las cartas de mi madre fueron tan importantes, porque me permitieron escucharla, saber cómo se expresaba, su manera de estar en el mundo, de relacionarse con la droga, con la gente, con el trabajo.

Reparar un estigma
P: En los últimos tiempos hemos asistido, sobre todo en el ámbito literario, a una reverberación de libros que hablan del tema de las drogas y del SIDA en los años ochenta, tanto por parte de las generaciones que lo vivieron como de las nuevas. ¿Por qué cree que ha ocurrido esto ahora?
R: Yo creo que había un vacío sobre ese tema, casi una voluntad de eliminarlo del mapa. Cuando, al fin y al cabo, se trata de la memoria histórica de nuestro país. La generación de mis padres venía de una sociedad muy conservadora y ellos rompieron con todo, se rebelaron contra las jerarquías preestablecidas. Así que lo que pasó con la heroína, con el SIDA fue visto como una especie de castigo, como si se merecieran lo que les ocurrió, como si ellos lo hubieran escogido. Creo que por eso, hubo casi una labor de ocultamiento, de hablar mal de eso, de crucificar. Y ahora hay una voluntad de verlo desde otro sitio.
P: Es algo que también reivindica la autora Xulia Alonso con su libro Futuro imperfecto
R: Precisamente hablando con ella nos hicimos la misma pregunta. Creo que, por una parte, ha pasado el tiempo suficiente para hablar con la suficiente perspectiva y, por otra, creo que encontramos los suficientes indicios de que vuelva a pasar y que podamos volver atrás. También de reivindicar que lo que les pasó no fue su culpa.
P: Una forma de reconciliación
R: Claro, de reparar. En los ochenta también se hicieron películas sobre la juventud y la heroína, pero desde un punto de vista diferente. En Romería queríamos contar todo lo que se calló en ese momento.
Película de madurez
P: Se trata de una película en la que se aprecia una evolución evidente como creadora, como si rompieras de alguna manera con lo que habías hecho hasta el momento, en la que hay fugas fantásticas e incluso guiños a Godard
R: Sí, fue bastante inspiración, sobre todo Pierrot, el loco. Creo que era una película que invitaba a las referencias cinematográficas más que mis otros trabajos, que estaban más apegados a lo real. Durante la promoción de Verano 1993 no paraba de decir que “no se pueden generar recuerdos, solo te puedes apropiar del relato de los otros”. Y cuando intenté apropiarme del relato de los otros, me di cuenta de que no encajaba. ¿Y si sí podía generar recuerdos a través del cine? Creo que me faltaba esa magia y esa poesía para crear imágenes. Así que Romería es una especie de canto a la imaginación, a usarla para sanarnos.

P: Te has atrevido a salir de tu zona de confort
R: Desde el principio quise que supusiera un reto distinto. Eso está en la misma estructura, en ese relato episódico y en la idea de que cuando parece que termina la película, empieza otra.
P: Empieza el relato soñado
R: Era arriesgado, porque teníamos que romper con toda la narrativa anterior. Utilizamos la figura del gato como puente, como si fuera el conejo de Alicia en el país de las maravillas, que nos introdujera en un universo onírico.
¿Sabes? En realidad me sentí muy liberada, porque después de haber hecho dos películas en las que parecía que tenía mucho que demostrar, aquí me quité esa presión. Me apetecía reinventarme, poner un poco en cuestión el naturalismo tan puro que había explorado hasta ahora.
P: ¿Podríamos considerarla como tu película de madurez?
R: Yo la siento más madura, y más libre. La he disfrutado mucho, supongo que es lo que tiene ir cogiendo experiencia.
P: En toda tu obra encontramos un juego de espejo, pero en esta ocasión es algo que sustenta toda la película
R: Sí, fue muy bonito de crear porque... yo pienso que imaginar se acerca mucho a soñar. Y cuando imaginamos, soñamos, y siempre es a partir de cosas que hemos vivido. Por eso, Marina llega a Galicia muy virgen, y va creando un mapa de los sitios por los que pasaron sus padres mientras filma esos espacios. La idea era que la segunda parte de la película se construyera a partir de lo que habíamos visto en la primera, de ahí ese juego de espejos, esa imagen especular de ambas partes.
P: De hecho, si se ve la película por segunda vez, se descubren muchas más cosas
R: Qué guay, supongo que es porque van apareciendo las capas y los espacios rimados. A mí me gusta pensar en los guiones como piezas desplegables, que primero te quedes con una impresión y después puedas acceder a capas más profundas.
¿Por qué se llama Romería?<b> </b>
R: Romería significa peregrinación, es como un viaje para ver a la Virgen y lo traslado a ese itinerario espiritual (y físico) que hace la protagonista. Además, Romería es una fiesta popular del norte de España. Así que todo encajaba perfectamente, el título con esa idea de celebrar a esa generación.
P: Si en Alcarràs predominaba el terreno rural y agrícola, en Romería impera el mar, que lo inunda todo
R: Yo lo relaciono con mis padres, porque les gustaba navegar. Además, Vigo y el mar están integrados en la historia y quería trasladarlo de manera orgánica.

P: ¿La banda sonora la firma tu hermano?
R: Ha sido muy guay trabajar juntos, muy bonito. Él (Ernest Pipó) es músico y le encanta componer. Ya había hecho las piezas de jazz de Verano 1993 cuando era muy joven y luego alguna cosita para Alcarràs. Siempre hemos trabajado juntos, pero lo de ahora ha sido más serio. Lo bueno es que estamos siempre en sintonía, no tenemos que hablar nada de nada. Yo tenía claro que quería una especie de ‘antibanda’ sonora, que no fuera de subrayar momentos o emociones. De hecho, solo suena cuando el personaje imagina, o sea, cuando se siente cerca de sus padres.
P: Para terminar, durante los últimos años hemos hablado mucho del buen momento por el que pasa el cine español, que por primera vez en mucho tiempo está viajando, nos representa en los festivales internacionales. Pero, ¿cuál es el panorama real que crees que atraviesan las películas de autor en nuestro país?
R: Yo creo que estamos atravesando un momento muy dulce, porque hay voces y propuestas muy distintas. Yo me siento afortunada de formar parte de eso, porque creo que es un sentimiento colectivo de crecer juntos como generación. Pero también lo siento muy frágil, en el sentido de que no se puede dar nada por hecho, porque el cine de autor siempre está un poco en la cuerda floja. Y es necesario ponerlo en valor. Y se ha demostrado que cuando se tienen más recursos se llega más lejos, que es algo que también le ha pasado a Sirat y también a Romería.
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