La irrupción de un extranjero enigmático en una comunidad rural valenciana marca el punto de inflexión en La tierra negra, la nueva película de Alberto Morais.
Este personaje, Miquel (interpretado por Sergi López), contratado para trabajar en el molino de los hermanos protagonistas, despertará una desconfianza generalizada entre los habitantes del lugar.
Aunque logra establecer un vínculo especial con María (Laia Marull) y Ángel (Andrés Gertrudix), la revelación de su pasado carcelario intensificará las suspicacias y terminará por condenarlo ante la mirada colectiva.
Dos hermanos contra un espacio hostil
En este entorno, la película sitúa a los hermanos, herederos de un antiguo molino en una tierra marcada por la pobreza agrícola y ganadera. La sensación de orfandad y desarraigo se acentúa por la hostilidad de los vecinos, quienes, convencidos de que el molino les pertenece, forman una suerte de comunidad sectaria. Esta presión constante buscará expulsar a los hermanos, generando una atmósfera de acoso y violencia latente que impregna cada rincón del relato.
El director, tomó ciertas experiencias personales para componer esta película, “estuve en Asturias con una amiga que había tenido un bebé y que trabajaba en un molino industrial. Yo la ayudaba a llevar sacos que pesaban más de 50 kilos. A mucha gente, por ese trabajo, le pagaban con alcohol”, cuenta el cineasta a Infobae España.

Alberto Morais, reconocido por su capacidad para retratar a personajes marginados y explorar las heridas invisibles que los atraviesan, elige en esta ocasión un escenario rural atemporal.
La ambientación, que podría situarse tanto en el presente como en un pasado indefinido, sirve para subrayar la persistencia de los instintos más primarios y la cerrazón moral de ciertos espacios. La violencia, aunque subterránea, se manifiesta en la dinámica de poder y exclusión que domina la vida de los protagonistas.
Cuando el realismo se convierte en fábula
La llegada de Miquel introducirá una dimensión que trasciende el realismo inicial de la propuesta. Su presencia, envuelta en misterio, aporta una capa de ambigüedad que desestabiliza la aparente cotidianidad.
No quedará claro si posee habilidades extraordinarias o si simplemente encarna a esa ‘otredad’ que el entorno rechaza. Lo cierto es que su influencia alterará el equilibrio de la comunidad, despertando temores y prejuicios que remiten tanto a la desconfianza hacia el forastero como a la intolerancia que recorre la sociedad actual.
“Hay una reflexión muy interesante porque vivimos en una sociedad extremadamente violenta, tanto a nivel verbal como institucional que hace que estemos todos muy crispados”, cuenta Andrés Gertrúdix. “Creo que esta película es como una especie de fábula que representa quienes somos en este momento, cómo percibimos el miedo al que viene de fuera y que conlleva una violencia y un linchamiento, algo que está presente en los medios de comunicación todos los días”.

En cuanto al personaje que encarna Sergi López, el director quería que se convirtiera en una especie de elemento ‘sacro’, como ese cordero de Dios que aparece al principio de la película. “Quería que la película fuera una especie de réquiem, de ‘vía crucis’, por eso los símbolos de la religión católica se encuentran tan presentes”, continúa.
Una puesta en escena diferente
En el plano formal, Morais se distancia de la representación tradicional del drama rural. Renuncia a la exaltación emocional y opta por una puesta en escena austera, evocando la severidad de autores como Brecht o Bresson.
Los personajes se presentan como arquetipos, portadores de odios ancestrales y afrentas milenarias, cuyas huellas permanecen inalterables. Esta aproximación dota a la película de una frialdad calculada, casi piadosa, que evita la dramaturgia convencional y refuerza el carácter simbólico del relato.
La terra negra se configura así como una fábula oscura, una tragedia de resonancias griegas que recurre al imaginario de los cuentos ancestrales y explora las emociones más primitivas.
La película, contenida en su forma pero intensa en su fondo, combina una belleza visual con una violencia desoladora, logrando transmitir una sensación de delicadeza herida.
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