
Fuerza, rebeldía y una creatividad indómita definieron la trayectoria de Niki de Saint Phalle, artista franco-estadounidense que irrumpió en la escena del siglo XX con una propuesta radical y profundamente personal.
Su nombre se asocia a la monumentalidad, el colorido exuberante y una férrea voluntad de desafiar expectativas, tanto en el arte como en la vida.
A través de esculturas, como las icónicas “nanas”, performances de alto voltaje y colaboraciones en la moda, Saint Phalle se convirtió en un símbolo de transgresión y elegancia.
Una trayectoria repleta de dolor y rebeldía
Nacida en Francia en 1930 y criada en Nueva York, el contexto familiar marcó sus primeros pasos; su familia, de banqueros, sufrió las consecuencias de la crisis bursátil y su infancia estuvo marcada por los abusos sexuales.
Expulsada de un convento escolar tras pintar de rojo esculturas clásicas, la joven Niki ya mostraba “temperamento artístico”, como relataba en más de una ocasión.

A los 18 años se fugó junto a Harry Mathews, con quien compartió matrimonio y una etapa temprana entre el ‘modelaje’ para revistas como Vogue y Life y exploraciones en el teatro y la pintura.
Su creatividad fue su refugio definitivo después de una crisis nerviosa. Le diagnosticaron esquizofrenia y fue sometida a ‘electroshocks’ (algo muy extendido para tratar a las mujeres de la época).
La única mujer dentro de ‘Los Nuevos Realistas’
La llegada a París tras separarse de Mathews y su convivencia con el artista suizo Jean Tinguely impulsaron su inclusión en el círculo de vanguardia de los Nuevos Realistas, convirtiéndose en la única mujer destacada de la corriente junto a figuras como Christo y Yves Klein.
Su carrera artística estuvo marcada por experimentaciones radicales y un activismo vehemente: en 1962, atrajo la atención internacional al realizar un “tiroteo artístico” en Malibú, disparando pintura con una escopeta sobre sus obras ante espectadores como Jane Fonda. “Me estaba disparando a mí misma, a mi propia violencia y la de nuestros tiempos”, explicó sobre aquella impactante práctica, que convirtió el proceso artístico en un acto catártico y político.
Este espíritu combativo se reflejó también en obras que retaban los mitos de la belleza femenina y la cultura de la violencia, como la vez en que vestida con uniforme napoleónico disparó a una Venus de Milo de escayola, o en piezas que criticaban la tensión de la Guerra Fría mediante símbolos y caricaturas de líderes mundiales y figuras populares.

Su círculo la situó al lado de Robert Rauschenberg, Jasper Johns, Marcel Duchamp y Dalí, con quienes protagonizó colaboraciones tan explosivas como el toro de escayola que estallaba con fuegos artificiales en una plaza de toros.
La influencia española en su obra
En el plano internacional, España desempeñó un papel esencial en el imaginario de Niki de Saint Phalle. Su visita al Parque Güell en Barcelona la inspiró a crear su proyecto más ambicioso, Il Giardino dei Tarocchi (“El Jardín del Tarot”) en la región italiana de la Toscana: un parque monumental concebido con 22 esculturas cubiertas de cerámica y cristal, al estilo de Gaudí, que tardó dos décadas en completarse y se inauguró en 1998. “Es mi destino hacer un lugar al que la gente pueda venir y estar feliz: un jardín de la alegría”, declaró en una ocasión.
Para financiar esta obra, la artista lanzó un perfume que llevó su nombre y recurrió a redes de amistad, contando con el apoyo económico de figuras como Jacqueline Cochran y la familia Caracciolo.
Musa de los diseñadores de moda
Su huella en la moda fue asimismo intensa y duradera. Más allá de su etapa como modelo, cultivó lazos creativos con diseñadores de la talla de Yves Saint Laurent y, en 1965, con Marc Bohan, entonces director creativo de Dior, quien adquirió varias de sus esculturas y se dejó inspirar por su estilo.
La conexión entre arte y moda reapareció décadas más tarde, cuando Maria Grazia Chiuri utilizó la obra de Saint Phalle como motor creativo para la colección Dior de verano 2018. Este diálogo entre disciplinas ha alimentado exposiciones internacionales, como la del MoMA PS1 en Nueva York, subrayando su vigencia y poder de seducción.
La fama definitiva le llegó a través de sus “nanas”, figuras voluptuosas y coloridas inspiradas en la maternidad y el empoderamiento femenino. En 1966, realizó en Estocolmo una escultura monumental a la que los visitantes podían ingresar por una apertura en las piernas, descubriendo en su interior una galería, una sala de cine y un acuario.

Sus obras, a menudo incomprendidas en sus inicios, fueron recuperando el reconocimiento institucional y crítico con los años, hasta integrar las colecciones de museos destacados y convertirse en ejemplo de arte comprometido y vitalista.
Saint Phalle permaneció activa hasta el final de su vida. Los últimos años los pasó en San Diego, donde falleció en 2002 como consecuencia de una enfermedad pulmonar relacionada con los vapores tóxicos de sus materiales de trabajo.
Ahora llega a la pantalla su biopic, dirigido por Céline Sallette y protagonizado por Charlotte Le Bon, mientras continúa la recuperación de su legado en casas de moda y museos reafirmando la vigencia de una figura que desafió los límites de su época y revolucionó la relación entre arte, feminismo y espectáculo.
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