Por qué los adultos odian el reguetón que sus hijos adoran: “No hay consciencia de pertenecer a otra generación. La cultura nos niega la posibilidad de ser mayores”

El periodista y divulgador cultural Oriol Rosell analiza desde una perspectiva crítica el auge de la música urbana y la transformación de la sociedad contemporánea en el ensayo ‘Matar al papito’

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Montaje con diferentes cantantes de
Montaje con diferentes cantantes de reguetón (Bad Bunny, Rosalía y Karol G) junto a cubiertas de algunos discos clásicos de Don Omar, Daddy Yankee o Tego Calderón, entre otros. (Libros Cúpula / Montaje de Infobae España)

Suena en las radios, en las discotecas y en la calle; en las películas, en los bares y en los estadios. Aunque, quizá, lo más importante (y preocupante) es que el reguetón suena en los altavoces de los ordenadores y móviles de casi todos los jóvenes en España, América Latina y el mundo entero. El reguetón está por todas partes hoy en día. Inevitablemente, forma parte de la identidad del mundo en este primer cuarto de siglo (la canción Despacito, de Daddy Yankee y Luis Fonsi, es el segundo vídeo más visto de la historia de YouTube) y pone banda sonora a la vida de gran parte de la juventud del mundo entero como uno de los géneros musicales más escuchados.

Sin embargo, si bien entre las nuevas generaciones figuran nuevos ídolos como Daddy Yankee, Don Omar, Bad Bunny, J Balvin, Maluma, Raw Alejandro o Karol G, el reguetón es al mismo tiempo el género más odiado por parte de los adultos. Estos no tardan en criticar todos los aspectos posibles de esta música (la letra, los bailes, el mensaje) y relacionarla como síntoma de una decadencia cultural en la que el perreo es, para muchos, la mismísima encarnación del mal.

Ahora bien: ¿por qué ocurre todo esto? ¿por qué se ha generado un contraste tan grande, una distancia tan insalvable, entre la música que escuchan los padres y los hijos? Para Oriol Rosell, crítico y divulgador cultural, así como profesor de Historia de la Música Electrónica, se trata de “un debate que trasciende lo estrictamente musical”. Por eso, en su nuevo libro Matar al papito. Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos sí) (Libros Cúpula) desbroza el fenómeno de la música urbana hasta encontrar, a través del análisis social, cultural, político y tecnológico, las claves, deseos y ansiedades que se esconden detrás del éxito del nuevo género rey.

Cubierta de 'Matar al papito',
Cubierta de 'Matar al papito', libro de Oriol Rosell, junto a una foto del autor. (Libros Cúpula)

El rock no avanza; el reguetón explota

“No escribo sobre cosas que amo ni que odio. Escribo sobre aquello que está en el aire y necesito entender”, advierte Rosell nada más empezar la conversación. Su objetivo era “abordar por qué no entendemos lo que escuchan nuestros hijos“, lo que implicaba a su vez redefinir ”lo que significa la música popular hoy”. Así, Matar al papito es cualquier cosa menos un manual de introducción al reguetón. Contiene una serie de nociones para comprender cómo se produjo el auge de esta música en el mundo entero, pero siempre desde una perspectiva crítica que siempre tiene en cuenta hasta qué punto “la música popular es una clave de acceso al mundo”.

Así, para empezar, es necesario recapitular hasta el origen del cambio: la transformación que la música popular ha experimentado desde finales del siglo XX hasta la actualidad. Rosell señala que el surgimiento de las llamadas músicas urbanas, especialmente el reguetón y el trap, ha marcado el final de una era dominada por el “poprock blanco” y la cultura de la guitarra eléctrica. “La música popular, tal y como la conocimos en el siglo XX, se ha acabado; quienes la vivieron con intensidad se han dado cuenta de manera traumática con el auge de las músicas urbanas”.

En opinión del divulgador, el pop rock “ha entrado en una especie de atasco, repitiendo fórmulas y empantanándose en su propia tradición”. “Es muy significativo que si comparas el poprock que se hace hoy con el de hace 25 años, apenas hay diferencia. En cambio, entre los años 70 y 2000, el salto era abismal”. En cambio, las músicas urbanas han protagonizado una ruptura social y estética que se ha adaptado mejor a la nueva forma de sentir y pensar de las nuevas generaciones.

Noel (left) y Liam Gallagher,
Noel (left) y Liam Gallagher, integrantes del grupo 'Oasis'. (Zak Hussein/Europa Press)

Atrapados en el tiempo

Rosell escribe cómo, si el rock and roll no ha evolucionado, en realidad, sus oyentes tampoco: las tecnologías contemporáneas han contribuido a este fenómeno. Plataformas como YouTube han permitido que el pasado esté constantemente a disposición del presente. “Hoy, si viviste intensamente los 90, puedes seguir viviendo en ellos: tienes toda la música y todos los vídeos que quieras”, destaca Rosell. Grupos como Pearl Jam o Nirvana encuentran también su espacio entre los jóvenes, mientras sirven de refugio a todos aquellos nostálgicos que se niegan a abandonar la música que marcó una gran parte de su vida.

De este modo, el “choque social y cultural” es inevitable. Los padres dejan de entender, más que nunca, por qué sus hijos escuchan lo que escuchan. No obstante, tal y como apunta Rosell, puede que lo que más odien del reguetón es que esa diferencia de gustos con sus hijos les obliga a confrontar la realidad: que ellos (pues el autor de Matar al papito señala cómo los mayores haters del reguetón son los varones españoles blancos y cisgénero) ya no son los amos del mundo. Su época ha pasado... aunque ellos sientan que no es así.

Esta distorsión se produce, según el punto de vista del crítico cultural, por la pérdida de los esquemas clásicos de la adultez en la actualidad: “La estabilidad laboral se ha desvanecido, la meritocracia ha caído y la planificación a largo plazo es casi imposible”. Lo que algunos filósofos como Richard Sennet han definido en libros tan proféticos como La corrosión del carácter, se manifiesta más que nunca en una sociedad que ni deja hacerse mayor ni permite digerir el paso del tiempo. “No hay cultura de pertenecer a otra generación. Ser joven (o, mejor, no dejar de serlo) se ha convertido en un valor al alza. Estamos imbuidos en una cultura que nos niega la posibilidad de ser mayores, nos ofrecen una juventud prostética que nos han impuesto sin preguntarnos”, concluye.

El cantante Feid en el
El cantante Feid en el escenario del Lollapalooza París 2025. (@feid/Instagram)

De este modo, el título del libro, Matar al papito, no es solo una referencia a las letras del reguetón (pues papito es un término empleado por muchos cantantes al referirse a sí mismos), sino también una forma de señalar, a través de la fórmula clásica freudiana de “matar al padre”, la emancipación de los hijos respecto a la autoridad adulta y al desmoronamiento de toda una cosmovisión. “El reguetón entraña esa capacidad de matar al padre simbólico. Genera un corte con la autoridad cultural de la generación anterior”, afirma Rosell. En otras palabras: guste más o menos, lo cierto es que hay una nueva generación hegemónica en el mundo de la cultura, con otros códigos, otra forma de hablar y otros referentes.

Adiós a los rebeldes sin causa

El reguetón ha marcado una clara línea simbólica entre lo que es ser joven o no. Al joven que, en vez de escuchar lo nuevo de Rosalía prefiere cantar grandes éxitos de Julio iglesias se le llama viejuno. Pero, además de ayudar a crear una nueva definición de lo juvenil, el reguetón le ha dado la vuelta a otros esquemas fundamentales como podría serlo el de la rebeldía. De los Rolling a los Hombres G, de David Bowie y Kurk Cobain a Alaska o Mecano, pasando por Bob Dylan, Sabina o Raffaella Carrà. Los grandes ídolos musicales de antaño iban siempre a contracorriente: su mero éxito desafiaba, aparentemente, el statu quo... y escuchar su música también.

“El reguetón nunca ha querido no ser popular ni comercial”, subraya a este respecto Oriol Rosell. “A diferencia del pop rock blanco, donde se ensalzaba el underground y la rebeldía contra el sistema, las músicas urbanas parten de la constatación de que no existe una alternativa real: si hay que sobrevivir, hay que buscar el éxito y aspirar al dinero sin tapujos”. Y es que, para él, mientras a finales del siglo XX los fans asumían e incluso practicaban el relato rebelde de los grandes artistas, los jóvenes no están dispuestos a caer en el engaño: asumen el capitalismo no como opción sino como única realidad posible.

Portada del álbum 'Motomami', el
Portada del álbum 'Motomami', el segundo disco de la artista española Rosalía.

“La música pop rock blanca siempre se fundamentó en la promesa de una alternativa, pero era solo eso: una ilusión, fruto de la unicidad del capitalismo como única forma de entender el mundo”. Por eso, el reguetón refleja la claudicación ante el sistema de manera directa, casi cínica, con múltiples menciones a temas como el dinero y la ostentación.

Rosell incide en que, en realidad, la reivindicación del dinero encuentra sus raíces en el hip-hop y responde a la conciencia de precariedad y a la caída de la meritocracia: “¿Qué joven cree hoy que puede hacerse rico trabajando honestamente? El dinero ha pasado a ser el máximo valor social, y trabajar ya no garantiza nada”. Por eso, en la música urbana se produce incluso una exhibición de lo que se conoce como el “dinero sucio”, conseguido por méritos al margen de la ley. De este modo, si eso nos molesta más en el caso del reguetón para él se debe principalmente a un doble sesgo de etnia y clase. “Nos llama la atención la ostentación en el reguetón solo porque es hispanoamericano, aunque en realidad reproduzca patrones del hip hop”.

De los pioneros a las nuevas formas de sonar

Al mismo tiempo, si bien el reguetón empezó en sus inicios como un género musical en sí mismo, hoy en día es más bien “un recurso formal que ha invadido la música popular y se ha fusionado con el pop y el trap”. Además, a los pioneros del género, como Daddy Yankee, Don Omar o Tego Calderón, se les han unido nuevas voces, especialmente femeninas (Rosalía, Karol G, Nathy Peluso) que han acabado por expandir los límites de la música urbana tanto en lo musical como en sus códigos de representación (¿qué joven español no sabe a día de hoy lo que es una motomami?).

A estos nombres, no obstante, Rosell no tarda en añadir otro nombre para hablar de “un antes y un después” en la ambición y creatividad de los artistas de música urbana: Bad Bunny. “Me tengo que quitar el sombrero”, reconoce en relación con su último disco. “Lo ha llevado todo un paso más allá”.

Al final, ya sea en su vertiente más imaginativa y rompedora o en su faceta más comercial, el caso es que el reguetón ha venido a quedarse. A lo largo de su ensayo, Rosell no niega en ningún momento que el reguetón sea “fiesta” o que motive una “actitud de bailar con lágrimas en los ojos”. Al contrario, lo reafirma y lo subraya, porque es a partir de esta postura frente al mundo donde se descubre el “desengaño”: “La fuga momentánea frente a la precariedad de la existencia actual”. Por eso, para él concebir el reguetón y las músicas urbanas como un mero entretenimiento o algo superficial es perder la oportunidad de entender los cambios más profundos que atraviesan a toda una generación.

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