
Antes de Sonny Hayes, estuvo Pete Aron. Antes de Joshua Pierce, estuvo Jean-Pierre Sarti. Y antes de F1: La película, estuvo Grand Prix. La película de Brad Pitt que acaba de llegar a los cines está siendo todo un éxito en taquilla, conquistando nuevos aficionados para la Fórmula 1 y demostrando que en el terreno cinematográfico aún hay muchas metas que alcanzar. Pero, aunque muchos no lo recuerden, hubo una película anterior que ya rompió muchas barreras y allanó el camino para obras como F1: La película, pero también para todas las que precedieron a esta.
La historia arranca en los años 60, y el hombre encargado de hacer posible el salto del asfalto a la gran pantalla tiene nombre y apellidos: John Frankenheimer. El director de cine se había hecho un nombre en Hollywood gracias a películas como Los jóvenes salvajes, El hombre de Alcatraz y El tren junto a Burt Lancaster, películas de gran éxito en las que había podido demostrar su capacidad para innovar en una época de cambios dentro de Hollywood como eran los 60. Su última película, Plan diabólico (Seconds), había sido especialmente controvertida por su forma de filmar con la técnica del ojo de pez y tratando un tema tan complejo como la identidad humana y la capacidad de cambiar la personalidad. Frankenheimer, que antes de cineasta había sido militar y poseía un gran coraje y muy poco miedo, decidió plantearse para su siguiente película una empresa mucho mayor.
A mediados de los 60, varios estudios de Hollywood andaban detrás de hacer una película de carreras, y la creciente popularidad de la Fórmula 1, que había arrancado en 1950, era la excusa perfecta para llevarlo a cabo. Aunque había otros directores y estrellas al acecho, como John Sturges y Steve McQueen —quien terminaría haciendo otra gran película de carreras como fue Las veinticuatro horas de Le mans (Lee H. Katzin, 1971)—, Frankenheimer consiguió la pole ayudado por sus contactos en la Fórmula 1, especialmente a través de los pilotos Dan Gurney, Carroll Shelby y el campeón del mundo Phil Hill. Durante su juventud, el propio Frankenheimer había hecho sus pinitos como conductor de carreras, por lo que su afición a la velocidad fue vehículo indispensable para que el proyecto llegase a buen puerto. Echando mano del guionista Robert Alan Aurthur, autor entonces del western Warlock y posteriormente de All That Jazz (Empieza el espectáculo), ambos encontraron la historia para darle hilo a las carreras.

Reuniendo a un grupo de actores extraordinarios
Al igual que sucede con el Sonny Hayes de Brad Pitt en Fórmula 1, Grand Prix inventó un piloto ficticio en vez de centrarse en uno real. Pete Aron (James Garner) es también una vieja gloria del automovilismo que intenta recuperar la gloria de los primeros días, pero al que una serie de malas decisiones llevan a quedarse sin equipo después de intervenir en un accidente que provoca una grave lesión a su compañero de equipo en Jordan BRM, Scott Stoodard (Brian Bedford). Aron es degradado a reportero de televisión, pero encuentra una segunda oportunidad en el equipo Yamura —liderado por el mítico Toshirō Mifune de las películas de Kurosawa—, una escudería japonesa que, como la ficticia ApexGP de Javier Bardem en F1, necesita de una gran victoria para afianzar su posición en la parrilla.
Pero Grand Prix no es una película de un único protagonista, sino de historias cruzadas. Del otro lado se encuentran los pilotos de Ferrari —la escudería real al principio se mostró escéptica con el proyecto y tenía miedo de la representación que recibiese, pero terminó aceptando colaborar—, Nino Barlini (Antonio Sabàto), un joven aspirante tan talentoso como mujeriego, y sobre todo Jean-Pierre Sarti (Yves Montand), un piloto veterano que lo ha ganado todo pero que puede estar viviendo su última temporada en la Fórmula 1, algo que sabe tanto él como el resto de su equipo. Entre medias de estos tres pilotos surgen también tres historias románticas: la de Barlini con la francesa Lisa, la de Sarti con la periodista estadounidense Louise (Eva Marie Saint) y la de Aron en un triángulo amoroso con la pareja del excompañero al que ha mandado al hospital, Pat (Jessica Walter).
De mejor manera que en F1: La película con el personaje de Kerry Condon, las relaciones amorosas sí que caracterizan a los personajes y los ayudan a darles un propósito en cada carrera, que se van sucediendo a lo largo del filme de 1966. Carreras que fueron rodadas en circuitos reales, como los de Monte Carlo, Spa-Francorchamps, Monza, Brands Hatch o Clermont-Ferrand, con el equipo de producción literalmente siguiendo el calendario del campeonato mundial y con la estrecha colaboración de los pilotos reales, como Graham Hill, Jim Clark, Jack Brabham, Phil Hill o incluso el mismísimo Juan Manuel Fangio. Pero no fue la presencia de estos lo que dio auténtica verosimilitud al filme, sino la innovadora técnica que decidió poner en práctica.

Técnicas y accidentes que lo cambiaron todo
Al ser su primera película en color y de gran presupuesto, Frankenheimer quiso contar con un gran equipo para la ocasión. Grand Prix se rodó por ello en Metrocolor (una variante del Eastmancolor usado por MGM), pero sobre todo en 65 mm del formato Super Panavision 70, lo que confería al filme planos muy amplios para poder apreciar la magnitud de los circuitos y la majestuosidad de los alargados bólidos en movimiento. La cosa no acaba ahí, ya que el autor de El tren apostó por colocar cámaras sobre los propios monoplaza, una versión modificada de los coches de Fórmula 3 para que lucieran como F1 sin costar tanto, pero coches reales al fin y al cabo.
“Los efectos especiales, los accidentes, eran muy difíciles de hacer. Tuve un excelente especialista en efectos especiales, Milton Rice, que ideó un cañón de hidrógeno que funcionaba según el principio de un disparador de guisantes. El coche estaba unido a un eje y cuando el hidrógeno explotaba, el coche era literalmente propulsado por el aire como un proyectil a unos 125 a 135 kilómetros por hora y se podía apuntar a donde se quisiera. Y todos los naufragios se hicieron de esa manera. Eran coches reales. Nada de maquetas. Todo era muy real. Y por eso era, bueno...”, diría Frankenheimer de la película, sin saber que tuvo también un gran impacto en la Fórmula 1, y no solo como forma de promocionarla, como ocurre ahora con el filme de Brad Pitt.
En 1966, durante el Gran Premio de Bélgica en el antiguo y peligroso circuito de Spa-Francorchamps, Jackie Stewart, que además de competir actuaba como doble de conducción del actor Brian Bedford, sufrió un accidente gravísimo bajo una intensa lluvia. A más de 270 km/h, perdió el control de su BRM al atravesar un charco, salió despedido de la pista, atravesó una caseta de madera, se estrelló contra un poste telefónico y cayó por un terraplén. Quedó atrapado en el coche, empapado en gasolina y sin poder salir, temiendo que una chispa lo convirtiera en una bola de fuego. Vio un helicóptero sobrevolando y pensó que venían a rescatarlo, pero se trataba del equipo de filmación de la película, que estaba registrando imágenes de la carrera. Finalmente, fueron sus compañeros Graham Hill y Bob Bondurant quienes se detuvieron, pidieron una llave inglesa a un espectador y desmontaron el volante para liberarlo.
Este episodio marcó profundamente a Stewart: desde entonces, empezó a llevar siempre una llave inglesa pegada al coche, y más importante aún, se convirtió en el principal activista por la seguridad en la Fórmula 1. Gracias a su insistencia, se implementaron barreras de protección, mejoras médicas en los circuitos y se dejaron de usar trazados extremadamente peligrosos, cambiando para siempre la historia del deporte.
En definitiva, Grand Prix es una película que no solo sirvió como primera toma de contacto de la Fórmula 1 y el mundo del automovilismo en el cine, sino que también contribuyó a incorporar nuevas técnicas e incluso a que la propia Fórmula 1 cambiase a mejor. Sin ella no se podría entender el estreno de F1: La película ni todas las que la precedieron, como Gran Turismo, Le Mans 66′ o Rush. Un milagro tan accidentado como valioso que resumiría como nadie el hombre que la hizo posible, Frankenheimer. “Siempre estábamos rodando, normalmente donde no nos querían, y normalmente con todo fuera de nuestro control. Pero teníamos que conseguir esas multitudes. Cuando miro atrás, no sé cómo demonios hicimos esa película”.
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