
Si pensamos en James Cameron e imaginamos las películas en las que trabaja, seguramente a la mayoría nos venga a la cabeza la saga de Avatar y las múltiples secuelas que el director se encuentra preparando para seguir ampliando el universo de Jake Sully y los habitantes del planeta de Pandora. Sin embargo, lo cierto es que el realizador ha sostenido durante más de una década un vínculo intenso con un proyecto radicalmente distinto, alejado de paisajes de ciencia ficción y criaturas azules.
Desde hace 15 años, Cameron investiga y recopila información para una película basada en los hechos reales acontecidos en Hiroshima y Nagasaki, los dos únicos bombardeos nucleares militares perpetrados sobre blancos humanos en la historia de la humanidad. Lejos de abandonar definitivamente el cosmos de Pandora —Avatar 3 tiene fecha de estreno en diciembre—, el director ha declarado su interés creciente por embarcarse en historias con otro tono menos comercial y, sobre todo, con una relevancia moral ineludible.
Un film basado en testimonios y memoria: el nacimiento del proyecto sobre Hiroshima y Nagasaki
El futuro largometraje de Cameron tiene como cimiento el libro Ghosts of Hiroshima de Charles Pellegrino. Ese volumen reúne los relatos de más de doscientos sobrevivientes y familiares de las víctimas de los bombardeos, con un enfoque que trasciende la crónica histórica para sumergirse en el sufrimiento inmediato y la reconstrucción personal y colectiva tras la hecatombe.

En su búsqueda de autenticidad, Cameron ya convocó a Martin Sheen como narrador de la película, una voz en off que recuerda a la apuesta formal de Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan al representar el Día D y el Holocausto. Con todo, el director ha sido categórico: la película será “totalmente apolítica”, volcando la cámara y la mirada “únicamente sobre la experiencia humana” —desde el testimonio de las familias japonesas hasta el eco que la tragedia generó en generaciones posteriores— y procurando reflejar fielmente la perspectiva cultural propia de Japón. Cameron incluso menciona la posibilidad de trabajar junto a guionistas o productores japoneses para evitar distorsionar ese prisma único.
Compromisos personales, procesos largos y la dificultad de abordar el dolor
Detrás de esa decisión artística se encuentra, además, una promesa que Cameron realizó en vida al legendario Tsutomu Yamaguchi, único sobreviviente japonés que padeció y resistió la destrucción de ambos ataques atómicos. Cumplir ese compromiso vital, junto con la necesidad de explorar un tema que, a juicio del realizador, Hollywood siempre abordó de manera superficial o sensacionalista, marcan el pulso ético de la empresa.
De hecho, el anuncio de la película y su tono se ha relacionado inmediatamente con la película Oppenheimer de Christopher Nolan. Cameron no ha dudado en expresar su disconformidad con la representación —a su entender limitada— del sufrimiento nuclear en esta película. “Es interesante lo que Nolan evitó. Me encanta la cinematografía, pero sentí que fue una evasión moral porque no es que Oppenheimer desconociera los efectos. Solo hay un breve momento en el que ve algunos cuerpos carbonizados entre el público y después la película muestra cuánto lo conmovió. Pero sentí que esquivó el tema”, afirma el director canadiense.
La respuesta de Nolan a las críticas tampoco tardó en llegar: “Espero que alguien cuente esa historia, pero, para mí, esta no fue esa historia”. Cameron, lejos de polemizar, recogió el guante: “Bueno, levanto la mano. Lo haré, Chris. No hay problema. Venís a mi estreno y me decís cosas bonitas...”.
Un testimonio necesario: objetivos y justificación de una película distinta
Cameron es consciente de que enfrenta un desafío comercial y artístico inédito en su carrera. “Esta podría ser la película que menos recaude de todas las que he hecho porque no voy a ser parco ni circunspecto”, anticipó. Su intención no es competir en el terreno del espectáculo, sino construir un ejercicio testimonial cuya pertinencia —a la luz del clima internacional y la persistente amenaza nuclear— se revela urgente.
“La gente tiene que recordar ahora mismo el efecto de estas armas. Este es el único caso en el que se han utilizado contra un objetivo humano”, explica Cameron, enfatizando la urgencia de mantener vivo el recuerdo para evitar que se repitan las condiciones del desastre. Su propósito final: actuar como “testigo neutral” de un hecho que marcó a la humanidad entera, recordar que “solo habrán muerto en vano si olvidamos cómo fue aquello”.
Con la saga de Avatar aún en marcha y un público global esperando su próxima epopeya de ciencia ficción, Cameron apuesta, como testigo y narrador, por no dejar que los fantasmas de Hiroshima y Nagasaki sean borrados por el olvido.
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