Casualidad o broma. Netflix celebró sus diez años en nuestro país haciendo ficción propia con el estreno de Olympo.
Casualidad porque, de alguna manera, nos encontramos frente a una serie que se encarga de perpetuar los estereotipos con los que empezó la plataforma a través de Élite, pero llevándolos a un nivel de bochorno mucho superior, casi insostenible.
Broma porque no se puede celebrar absolutamente nada dentro de un negocio audiovisual, por muy ‘superpoderoso’ que sea, con semejante contenido que atenta directamente contra la ciudadanía, contribuyendo a perpetuar su mal gusto, en especial, el de los adolescentes, a los que supuestamente va dirigida la ficción en cuestión.
Un Élite de ‘tapadillo’
Olympo es un Élite de tapadillo. Se cambia un colegio elitista por un centro de alto rendimiento deportivo sin tener en cuenta las particularidades que esto implica. Porque aquí lo que importa son el sexo en los vestuarios, en las saunas y los cuchicheos y pugnas estudiantiles de medio pelo.
Lo único que cambia, y tampoco tanto, es el intercambio entre las diferencias sociales y la lucha de clases con la cultura del esfuerzo y la consabida frase (que sirve para todo): “Hasta dónde estás dispuesto a llegar para conseguir tus sueños”. Pues eso.

Evidentemente nuestros protagonistas están dispuestos a llegar a todo. Porque aquí el tema de la superación se diluye para dar paso a una trama rocambolesca sobre una organización (digamos en abstracto que sería “el sistema” corrupto) que en realidad es una marca de ropa patrocinadora, encargada de mover los hilos como si se tratara de una mafia absolutamente despiadada.
No hay drogas, pero sí dopaje
Como aquí los protagonistas no se pueden drogar de la manera convencional, tenemos la baza del ‘doping’. La organización secreta maligna es la que se encarga de reclutar a sus cobayas prometiéndoles la gloria eterna mientras experimentan con ellas. A algunos le dan ataques al corazón y todo, pero la sustancia en cuestión (la sustancia) es una maravilla que duplica las cualidades físicas y la resistencia y, ademas, es indetectable en sangre. Una maravilla.
También hay un grupo receloso de estas prácticas que no se sabe si envidian las nuevas capacidades de sus compañeros o si tienen una ética al respecto. Porque claro, aquí se trata de ganar y de tener las más altas aptitudes. Unos valores de lo más adecuados para la juventud de hoy, sobre todo si tenemos en cuenta el plantel de cuerpos perfectos que se extiende frente a nuestros ojos.
La falsa baza de la ‘visibilización’ LGTBI
Pero, atención, que la serie intenta además colarnos una baza de ‘visibilización’ del colectivo LGTBI. En Olympo hay personas hermafroditas (intersexuales), y una de las tramas principales se basa en el estigma de los deportistas masculinos en disciplinas de equipo en la que la identidad sexual ha sido históricamente silenciada.
Podríamos aplaudir esta decisión de guion si no fuera en realidad de lo más oportunista porque de lo que se trata es de mostrar más cuerpos desnudos copulando, arbitrariamente y sin ningún tipo de responsabilidad o coherencia argumental o narrativa. Al final, el tema de la identidad, el verdadero e importante, no se aborda de una manera mínimamente rigurosa.

Aquí lo que importa es la carne y sí, también la amistad y sus consecuentes traiciones.
No es muy sutil la serie. Hay multitud de referencias a la cultura popular que se utilizan sin vergüenza, como la caída por las escaleras de Show Girls para dejar a la contrincante fuera de combate.
También asistimos con los ojos tapados a los mensajes homófobos de los vestuarios masculinos para subrayar de forma infantil la apuesta a favor de la diversidad. “Somos España y nuestras pelotas son más grandes”, dice el entrenador. Claro que sí, hay que dejar claras las cosas.
Diálogos vergonzosos
El tema de los diálogos es un capítulo aparte. Sí, son tremendos. Cuesta entrar en un código (el que han dictado a los intérpretes) en el que todos los participantes no parezcan robots soltando frases aspiracionales ridículas.
Olympo es una nueva muestra de la decadencia de un modelo que no se aguanta más por ningún sitio, que es nocivo para los espectadores a todos los niveles.

Los protagonistas de este enredo (pobres actores, porque hacen lo que pueden, desde la siempre luminosa Clara Galle a muchos aciertos de casting) son jóvenes que luchan por un sueño y todo eso se ejemplifica de la peor manera posible.
El sacrificio, el esfuerzo, la valentía, el respeto... está todo devaluado. A lo mejor, nadie tiene la culpa, solo el propio sistema que permite que se perpetúe este pozo sin fondo.
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