
El precio de la verdad puede ser muy alto, sobre todo si es una verdad que nadie quiere que se sepa. Por eso, las infiltraciones resultan tan peligrosas. Un descuido, una mala decisión o simplemente mala suerte pueden hacer que el intento de descubrir lo que está ocurriendo acabe de la peor forma. Es, simple y llanamente, arriesgar la vida.
“Nosotros solo queríamos contar la verdad, tal y como sucedió”, afirma el director de cine Pablo de la Chica al referirse a su nuevo documental, Infiltrada en el búnker. Este largometraje, disponible en Prime Video, retrata la historia real de la infiltración más larga jamás realizada en un laboratorio de experimentación animal. Una incursión realizada para ofrecer algo de luz acerca del oscuro debate del uso de estos seres vivos en favor de la ciencia.
Las imágenes mostradas al mundo por una tal Carlota Saorsa (nombre ficticio) revelaron el trato que se daba a los animales en el laboratorio de la empresa especializada en seguridad farmacológica y toxicología Vivotecnia, ubicado en Tres Cantos (Madrid). Golpes, insultos, risas... el desprecio de empleados del lugar por los conejos, monos, cerdos y roedores con los que se experimentaba era constante, lo que hizo que las imágenes llegaran a todo el mundo a través de redes sociales y los medios de comunicación, al mismo tiempo que la Fiscalía de Medio Ambiente abría una investigación por supuesto maltrato animal.
Cuatro años después, el documental no solo expone un entorno de crueldad extrema, sino que invita al espectador a vivir un viaje incómodo, real y profundamente transformador desde el interior de un búnker en el que se llevaban a cabo prácticas con animales que escandalizaron a todo el mundo.

“Yo no sabía quién era ella”
El comienzo de la aventura llegó, como relata el propio director, a partir “de casualidades”. “Volvíamos de rodar en Ecuador y recibí un mensaje de la actriz Natalie Poza, que me quería presentar a alguien”, relata De la Chica. Gracias a este contacto, logró reunirse con Carlota, quien le entregó una parte inicial de todo lo que había grabado durante 18 meses en el laboratorio de Vivotecnia.
“Cuando apareció en la reunión, yo no la conocía de nada. Yo no sabía quién era”, reconoce De la Chica. “Empezó un trabajo de hablar, de conocernos, de entenderla, de entender de dónde venía todo, de entender su activismo, de comprender muchas cosas”. A ese primer disco con grabaciones le siguieron otros. “Toda la investigación, creo que la tengo yo, la Guardia Civil y pocas personas más”.
El proceso de desarrollo fue extenso y exigente, plagado de dudas e incertidumbres sobre el formato adecuado para plasmar la historia. “No sabíamos si iba a ser una película, una serie, un cortometraje o un reportaje, no teníamos ni idea”, admite el cineasta. Lo que sí tuvo claro desde el principio fue la necesidad de contar los hechos tal y como ocurrieron, sin forzar el guion ni la estructura narrativa. “Nos sentamos con el equipo creativo, con los coproductores y nosotros y dijimos: ‘Vamos a contar la verdad, vamos a contar el proceso como ha pasado’”.
La presencia de Carlota fue clave a la hora de revisar y contextualizar las imágenes. “No es lo mismo ver las imágenes a solas sin saber quién te las está dando, que verlas con ella y entender, que te explique y tenerla al lado”, señala él. Finalmente, optaron por estructurar el relato de forma cronológica para hacer partícipe al espectador de una experiencia auténtica y respetuosa. “Este es un buen viaje a un búnker”.
Un viaje largo y extremadamente duro
Han sido, en total, dos años y medio de trabajo hasta llegar al resultado final: este documental de poco más de 90 minutos en los que tanto el director como su equipo han dedicado buena parte de (o todo) su tiempo. “Yo no me dediqué a nada más”, precisa De la Chica. La revisión constante de horas de grabaciones cargadas de violencia extrema impactó profundamente al cineasta. “Había unas 70 u 80 horas extremadamente violentas que, cuando tienes que sentarte a verlas y analizarlas para entenderlo, te atraviesa. No es fácil llegar un día y al siguiente volver a trabajar o a tu casa”.
Sin embargo, parte de los sacrificios y los riesgos que afrontó Carlota durante su infiltración dieron fuerzas tanto al cineasta como a sus compañeros. “Igual que Carlota tuvo ese compromiso, yo tenía el compromiso de estar ahí sosteniendo, revisando y entendiendo. Porque no puedes contar una historia si no la conoces”. Al fin y al cabo, tal y como explica el director, la infiltrada estuvo “muchas veces en peligro” y recibió amenazas de muerte y comentarios violentos una vez se supo lo que había hecho.
El director y su equipo tuvieron claro que, ante esta gesta en la que estaba en juego su propia vida, tenían la historia perfecta para enganchar al espectador, no horrorizarle: buscar que conectara con la historia y no que se perdiera en lo complejo o en lo oscuro. “Partimos de base de una cosa que para mí es muy importante: lo tiene que ver mi madre, lo tiene que ver cualquier persona que de repente se siente, vea el póster y se deje llevar por ese viaje”.

Proteger a quienes cuentan la verdad
Desde el inicio, el aspecto legal fue una preocupación latente en la realización de Infiltrada en el búnker. “Siempre que haces un documental de investigación puedes tener consecuencias legales porque estás investigando algo. Y siempre hay una parte contraria que puede opinar que no deberías hacerlo”, concede el director del documental. “Obviamente, estábamos muy preparados porque había muchísimos equipos legales detrás de nosotros, pero no hemos pensado en ningún momento que estuviésemos haciendo nada malo”.
De hecho, De la Chica va más allá: “Es el derecho a la información. El derecho a la información está recogido en la Constitución, en la Carta Magna. Si yo hago una investigación y cuento la verdad, revelar la verdad no puede ser jamás un delito, y menos porque se lo estoy diciendo al gran público”. En la misma línea insiste en el reconocimiento, por parte de las autoridades, de la importancia del trabajo realizado por la infiltrada. “La misma administración y la justicia ha decidido que Carlota sea la primera activista que es testigo protegido por su investigación”.
Tan protegida se encuentra la identidad de la infiltrada que, desde la dirección del documental, se decidió incluir actores y escenas recreadas para protegerla en todo momento. Pablo de la Chica explicó que la opción de mostrar únicamente la imagen y voz distorsionada de una persona durante hora y media de metraje podía provocar desconexión. “Como espectador, no puedes estar viendo y escuchando a una persona con la cara y la voz distorsionadas durante tanto tiempo, porque te desconectas auditiva y visualmente”.

El proceso de selección fue exigente y detallado. Se realizó un casting amplio de actrices hasta encontrar el perfil adecuado para el papel de Carlota Saorsa. “Hicimos un casting muy grande de actrices y conseguimos a Goyce (Blanco, la actriz protagonista), que se mimetizó, que copió muy bien los movimientos y que pudo integrar en poco tiempo lo que era el personaje”, subraya el director.
La definición de terrorismo
El acercamiento de Pablo de la Chica al mundo del activismo animal y del Frente de Liberación Animal ha sido uno de los mayores procesos de aprendizaje durante la realización del documental. El director reconoció que, antes de embarcarse en este proyecto, apenas tenía referencias puntuales de grupos animalistas y de algunas acciones vistas en reportajes o redes.
A lo largo del desarrollo de Infiltrada en el búnker, De la Chica pudo establecer un diálogo directo con figuras internacionalmente relevantes en la defensa de los animales, algo que consideró un privilegio: “Ha sido un gusto poder hablar largo y tendido con esas personas que empezaron hace más de cuarenta años esto”.
En España, el Frente de Liberación Animal no está considerado organización terrorista, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, donde la ley los incluye en este tipo de listados. “No tiene mucho sentido que un grupo de liberación animal que no tiene ningún tipo de muerte en su historial sea considerado terrorista”, opina el director. Además, De la Chica plantea la contradicción y el conflicto legal existente: “Si rescatas un animal, se te puede considerar igual que a un miembro de Al Qaeda. Es conceptualmente muy complicado, algo que hemos trabajado mucho en la película y que era importante dejar claro”.

Un problema con las administraciones
La repercusión mediática de la investigación de Carlota Saorsa y la publicación de las imágenes bajo titulares como “el laboratorio del horror” provocaron un debate profundo sobre la dimensión real de los hechos expuestos en Infiltrada en el búnker.
Sin embargo, para el cineasta lo que se ve en documental no es una excepción. “A nivel mundial, el titular de ‘horror’ podríamos dárselo a todos. Siempre que hay una infiltración o un ex trabajador arrepentido, aparecen imágenes de violencia extrema y delitos. Qué casualidad; y esto ocurre aquí, en Estados Unidos, en la India, en Alemania… Si siempre aparece, es porque está pasando y es generalizado”.
La investigación realizada por él y su equipo a partir de los materiales de Carlota pone de relieve también la lentitud y la falta de contundencia por parte de las administraciones en España. “En Alemania saltó el escándalo y se cerró el laboratorio de forma permanente; aquí solo se paralizó la actividad tres meses… Me gustaría que algún día los responsables de la administración diesen explicaciones”.

Preguntas incómodas
A pesar de haber contactado con representantes del Parlamento Europeo y otras autoridades, De la Chica encontró que los obstáculos legales y la lentitud administrativa son una realidad habitual en España: “La administración de este país es lenta y compleja. Este caso está pendiente de juicio y nadie sabe cuándo va a ocurrir. Si tarda siete años en juzgarse un caso, la sociedad civil ya ni lo recuerda; vivimos en la inmediatez”.
Por eso, el cometido principal de Infiltrada en el búnker es ofrecer al público las herramientas para reflexionar y no quedarse en la superficie del relato, conocer al menos lo suficiente como para querer indagar más y formarse su propio punto de vista. En otras palabras, generar preguntas incómodas sobre el papel de la administración, la justicia y la sociedad en la protección de los derechos de los animales y la transparencia institucional.
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