
La diferencia de edad en una relación sexo-afectiva no tiene por qué ser un problema. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero cada vez encontramos más casos en los que las diferencias entre la persona mayor y la persona joven implican, además de una fecha en el carné de identidad, una diferencia de poder.
Un ejemplo de esta asimetría se puede dar en las relaciones que pueden mantener los profesores y profesoras de universidad con sus alumnos. Unas relaciones que, siempre y cuando sean consensuadas, no son ilegales -en casi todos los casos los alumnos universitarios ya son mayores de edad-, pero si “problemáticas”. Al menos, así las describe en una entrevista con el medio británico The Guardian la escritora Madison Griffiths, quien ha publicado recientemente Sweet Nothings, un libro en el que recoge varios testimonios de personas que han vivido esta experiencia, tanto desde un lado como desde el otro, para indagar en lo que denomina “zona gris”.
La inquietud de Madison Griffiths nació como un cuestionamiento personal publicado en Instagram a finales de 2023: “¿Alguien aquí ha mantenido una relación con un profesor o tutor?”. La avalancha de respuestas sorprendió a la autora, quien observó que, al menos en su experiencia, fueron exclusivamente mujeres las que compartieron sus testimonios. “Ningún hombre se presentó para decir que había estado en una relación con un profesor o tutor”, detallando así el marcado componente de género presente en estas historias.

Su propia experiencia
El impulso inicial resultó autobiográfico, ya que, al tener 21 años, Griffiths invitó a salir a un tutor universitario casi dos años después de haber sido su alumna, cautivada por su inteligencia y magnetismo. Lo que siguió fue una relación intermitente de cinco años dominada por una desigualdad de poder invisible pero latente. Ella llegó incluso a cambiar de carrera para evitar coincidir en sus clases. “Desde los 19 años, mi dinámica con él era una en la que lo ponía en un pedestal y quería que de verdad me ‘viera’... y creo que eso tenía todo que ver con el desequilibrio de poder implícito que operó desde el principio”, reflexiona Griffiths, según recoge el medio. No fue hasta el final de la relación cuando empezó a pensar en estas cuestiones con otra perspectiva.
Así, en Sweet Nothings, Griffiths examina las implicancias éticas y emocionales de esas “relaciones pedagógicas”, para lo que cuenta con la participación de diferentes estudiantes y profesores varones. “Me interesaba el sexo que resulta ‘problemático’ pero no necesariamente ‘malo’”, explica Griffiths. Y añadió: “Cada mujer con la que hablé tenía la edad legal de consentimiento, pero sin duda llevaba consigo un daño único. […] No sentían que hubiera sucedido algo completamente, escandalosamente inapropiado; era otra cosa completamente distinta”.
A partir del análisis y la reflexión de todos esos testimonios, la autora concluye que el magnetismo de hombres en posiciones de autoridad puede resultar cautivador para mujeres jóvenes, en etapas donde ellas perciben que la juventud y la belleza representan una fuente de poder. No obstante, en vez de caer en condenas unívocas, la autora buscó retratar la agencia de las mujeres y examinar sus propios deseos, aunque observa que una vez pasada la relación, muchas identificaron sensaciones de “vergüenza complicada y enfado”, sobre todo al mirar el pasado y descubrir que sus recuerdos universitarios quedan oscurecidos por esa experiencia.
En The Guardian se señala además cómo dos de las mujeres entrevistadas se enteraron más tarde de que sus exprofesores habían salido con otras estudiantes después de ellas. Tal descubrimiento, sostiene Griffiths, generó una herida notable: “El darse cuenta de que quizá formaban parte de un fetiche —y no de haber encontrado al amor de sus vidas en circunstancias equivocadas— causó un daño muy severo respecto a cómo se sentían a sí mismas”. Además, constatar que el hombre al que admiraban, a la vez tutor y experto en el área a la que ellas aspiraban, reducía su relación al sexo, resultó todavía más devastador en retrospectiva.
Un caso reciente en Barcelona
Este tipo de cuestiones son las que han hecho que, pese a ser legales en muchos países, las relaciones entre profesores y estudiantes no sean vistas con buenos ojos. En España, muchas universidades han ido cambiando su código ético en los últimos años para evitar este tipo de casos, considerados como “mala praxis”. Una de las últimas fue la Universidad de Barcelona, donde se realizó este cambio a raíz de una sonada polémica por la publicación de unos mensajes sexuales entre una estudiante y uno de los vicerrectores de la entidad.
En este mismo centro, en septiembre de 2023 una alumna hizo pública una carta denunciando un supuesto caso de violencia sexual en el que un profesor de Literatura la había acosado sexualmente. “Acercamientos hacia mí, comentarios fuera de tono, insinuaciones, acoso y tocamientos en su despacho, insistencias de demandas sexuales y varias intimidaciones hasta el punto de obligarme (cerrando las ventanas y la puerta con llave y asegurándose de que no había nadie cerca) a tener sexo en tres ocasiones diferentes”, enumeraba ella.
Pese a que los Mossos, que atendieron la denuncia, llegaron a la conclusión de que las relaciones habían sido consentidas y que “no había delito” (a esa misma conclusión llegó la Audiencia Provincial de Barcelona), la Universidad sí consideró que se había producido “una infracción disciplinaria muy grave”, puesto que el profesor se había aprovechado “de la condición de empleado público para obtener un beneficio indebido para sí o para otro”. Por eso, tras una investigación de varios meses y la acumulación de diferentes testimonios, se decidió, este mismo 2025, suspender de trabajo y sueldo a dicho profesor durante 18 meses. “Se aprovechó de su posición para conseguir favores sexuales de la alumna”.
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