A mediados de los años noventa, Danny Boyle se convirtió en uno de los enfants terribles del cine británico. Desde su ópera prima, Tumba abierta (1994), en la que descubrimos a Ewan McGregor, logró captar la atención tanto de la crítica como del público. En el Festival de San Sebastián, ganaría la Concha de Plata al mejor director.
Pero su verdadero descubrimiento fue a través de Trainspotting, una película espídica que se encargó de adaptar la novela de Irvine Welsh y que se convirtió en un clásico de culto inmediato al lograr captar el nihilismo de una generación outsider sumida en las adicciones.
De ‘Trainspotting’ a ‘28 días después’
A partir de ese momento, los títulos empezaron a sucederse hasta convertirse en uno de los cineastas más prolíficos de la época.
Además, cada una de sus películas tenía la particularidad de insertarse dentro de géneros totalmente diferentes, aportando unas dosis de frescura inéditas.
Su primer encuentro con un jovencísimo Alex Garland se produjo a partir de la adaptación de su novela La playa, que estaría protagonizada por Leonardo DiCaprio, una especie de epopeya new age que tuvo tan malas críticas como un éxito rotundo en taquilla.

El tándem se volvería a reunir para reinventar el cine de zombies, convirtiendo a esas criaturas sobrenaturales en algo más tangible, o lo que es lo mismo, en infectados por la mutación del virus de la rabia que, en esencia, provocaba los mismos síntomas: las personas dejaban de ser ellas mismas, el nivel de contagio era por mordeduras y, como diferencia, estos nuevos seres eran extremadamente rápidos e imprevisibles.
28 días después, que así se llamaba esta otra cult movie del director, tendría una continuación de la que se hizo cargo el español Juan Carlos Fresnadillo, titulada 28 semanas después.
Ahora, 23 años después del estreno de la película original, Boyle y Garland (que ha desarrollado por su parte una prolífica carrera como director), se ha vuelto a reunir para hacer una tercera parte.
“Cuando decidimos hacer esta película habían pasado dos cosas importantes. La primera, la pandemia del covid, que nos hizo darnos cuenta de que ya no estábamos escribiendo un guion especulativo, sino que habíamos asistido en primera persona a los efectos que podía tener un virus. Nuestro mundo se había convertido en un escenario postapocalíptico“, cuenta Danny Boyle a Infobae España.
“La segunda cosa que sucedió fue el Brexit. Ese acontecimiento fue fundamental para situar la película en una especie de isla que se encuentra ‘aislada’ para protegerse de un enemigo externo en la que prima una especie de orgullo muy primario", continúa el director.
De qué va ‘28 años después’
En efecto, 28 años después, se ubica en ese espacio temporal al que remite el propio título. Los supervivientes han formado comunidades de resistencia, pero, de alguna forma, sus ritos y costumbres resultan muy atávicos.
En ese contexto, un padre (Aaron Taylor-Johnson), se encargará de iniciar a su hijo de 12 años en la caza de infectados. Una especie de ceremonia de paso para alcanzar la edad adulta.

Sin embargo, cuando se adentren en el territorio prohibido, descubrirán que el peligro es más grande que nunca. Hay especies de infectados que se han desarrollado y que tienen unas características especiales.
Además, la madre del chico (Jodie Comer), está enferma y el pequeño intentará encontrar como pueda a un médico que la ayude (encarnado por un Ralph Fiennes casi sacado de Apocalypse Now).
28 años después apuesta de una forma clara por el terror más violento y el ‘gore’, por lo que su visionado no es apto para paladares remilgados en este sentido.
“Creo que el género de terror es uno de los más puros que existen. Puedes elevarlo al nivel que quieras, pero también sirve para componer metáforas del mundo que nos rodea”.
Un hito a nivel de las nuevas tecnologías
La primera parte de la saga tenía una particularidad, y es que supuso un hito a nivel tecnológico al rodarse en formato digital utilizando el sistema cinematográfico de 24 cuadros por segundo (24 fps).
Fue una de las primeras grandes producciones en utilizar cámaras digitales profesionales en lugar de película fotográfica tradicional de 35 mm. Específicamente, se emplearon las cámaras digitales Canon XL-1 y Sony CineAlta de 24 cuadros por segundo para capturar la imagen.
Ahora, Danny Boyle vuelve a experimentar con el lenguaje cinematográfico de una manera todavía más extrema y que entronca con las nuevas formas de expresión a través de la imagen.

La película está grabada con iPhones 15 Pro Max y con cámaras Arri Arriflex D-20 y Thomson Viper Filmstream, ambas capaces de grabar en resoluciones de 2K y mayores, superando la definición estándar de cine.
Las escenas se filmaron en formato de adquisición de imágenes RAW, que captura toda la información de la imagen sin compresión, brindando mayor latitud de exposición y rango dinámico.
“Toda esta tecnología que mencionas... (ríe) sí, hay un motivo orgánico para no utilizar los equipos clásicos. Me encanta experimentar. Me parece un reto para mí y para el equipo y resulta refrescante. Además, eran cámaras muy ligeras para utilizar en zonas donde no queríamos dejar mucha huella. Así que utilizamos una especie de ‘bullet time’, como en Matrix, pero a lo pobre. En vez de una súper-cámara, teníamos un sistema casi casero”, comenta Danny Boyle.
Como ocurre en buena parte de las creaciones de Alex Garland, también encontramos en esta ocasión un elemento casi metafísico en el personaje que interpreta Ralph Fiennes. “Yo soy irlandés, pero creo que en España también hay una filosofía muy saludable de la muerte. Era lo que queríamos transmitir, que es algo que nos llega a todos, sin diferencias de clase, y de lo que no podemos escapar. A veces parece que no seamos conscientes de ello”.
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