
El mundo del arte y la alta restauración francesa enfrenta una de sus mayores polémicas tras descubrirse una sofisticada red de falsificación de mobiliario histórico. Al centro del escándalo se encuentra Georges “Bill” Pallot, reconocido como el principal experto y restaurador de muebles de estilo francés del siglo XVIII, quien durante años gozó de total acceso a los archivos del Palacio de Versalles y del Museo del Louvre. Su conocimiento profundo y prestigio profesional le permitieron identificar piezas históricas ausentes en las colecciones y, junto al restaurador Bruno Desnoues, orquestar la producción y venta de falsificaciones que engañaron a instituciones y coleccionistas internacionales.
La investigación judicial, desarrollada a lo largo de nueve años, reveló cómo Pallot aprovechó su reputación y acceso para rastrear muebles originales y fabricar réplicas con un nivel de detalle que superaba la mirada de los expertos más rigurosos. Esta trama salió a la luz en 2016, cuando se constató que varias sillas atribuidas no solo a María Antonieta, sino también a figuras como Madame du Barry, la princesa Élisabeth y la princesa Louise Élisabeth, eran en realidad obras falsas. Tanto el propio Palacio de Versalles como coleccionistas privados de alto perfil, entre ellos el príncipe Mohammed bin Hamad Al Thani de Qatar —quien llegó a pagar 2 millones de euros por un par de sillas asociadas a la última reina de Francia—, resultaron víctimas de este esquema.
La operación de Pallot y Desnoues comenzó en 2007, cuando replicaron una butaca restaurada para poner a prueba la pericia de otros especialistas. El éxito del engaño les animó a incrementar la escala de la producción. Mientras Pallot obtenía armazones en subastas y gestionaba las ventas a través de intermediarios, Desnoues —elegido mejor escultor de Francia en 1984 y restaurador principal de muebles en Versalles— se encargaba de aplicar técnicas precisas de envejecimiento y acabados, recurriendo incluso a sellos auténticos extraídos de mobiliario original o a la falsificación de marcas de época. Las piezas, convertidas en aparentes tesoros nacionales, llegaban así a prestigiadas galerías como Kraemer y Didier Aaron, para ser posteriormente vendidas a gigantes del mercado como Sotheby’s en Londres o Drouot en París.

Así se gestó la estafa
La dupla de falsificadores recibió el apoyo de intermediarios que canalizaban las ventas a coleccionistas o instituciones. La red se desmoronó cuando las autoridades detectaron signos de riqueza atípica en un ciudadano portugués, quien tras ser interrogado confesó su papel como intermediario y permitió desenmarañar la trama que conectaba de vuelta con Desnoues y Pallot.
El impacto del caso sacudió a otras figuras del sector. La Galerie Kraemer y su director Laurent Kraemer enfrentan cargos por “negligencia grave”, al haber vendido algunas de las sillas a coleccionistas y al propio Palacio de Versalles sin comprobar con rigor extremo la autenticidad de los muebles. Aunque Kraemer y la galería insisten en que también fueron víctimas y que jamás tuvieron contacto directo con los falsificadores, la fiscalía francesa subraya que conforme a su reputación y experiencia debieron verificar el origen de piezas de valor tan elevado. El tribunal escucha los alegatos y las defensas mientras la industria observa con atención.
Ante el tribunal en Pontoise, cerca de París, tanto Pallot como Desnoues reconocieron su responsabilidad. Pallot explicó su función como cerebro del plan con una frase significativa: “Yo era la cabeza y Desnoues las manos. Todo era falso, menos el dinero”. Los fiscales estiman que el fraude generó beneficios por más de 3 millones de euros, aunque los acusados calculan la cifra en 700.000 euros, depositados en cuentas extranjeras.
Los abogados de la Galerie Kraemer han insistido en que su cliente no actuó con intención de fraude y subrayan que, al igual que los principales expertos y el Palacio de Versalles, fueron engañados por el alto nivel técnico y documental de las falsificaciones. El proceso ha destapado carencias en la verificación y autenticación de antigüedades en Francia y ha puesto en evidencia la fragilidad de los sistemas de control ante la pericia y recursos de falsificadores experimentados.
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