
El día en que Héctor Abad Faciolince decidió marcharse a Ucrania lanzó, sin darse cuenta, una moneda al aire. Era 2023 y el escritor, por aquel entonces de 64 años, ya había estado cerca de la muerte tras una operación a corazón abierto. A pesar de eso, no se lo pensó dos veces al aceptar la invitación a una feria del libro en un país invadido desde hacía un año.
Quizá la moneda había sido lanzada antes: cuando recibió la carta de dos editoras de ese lejano país europeo en el que le pedían permiso para preparar una edición ucraniana de El olvido que seremos, su novela más exitosa. O tal vez antes: cuando, en una pizzería de Kramatorsk, para poder escuchar mejor, se intercambió el sitio con la escritora Victoria Amelina, una mujer que llevaba años publicando libros que registraban los crímenes cometidos en la invasión.
El caso es que, minutos después de ese intercambio, un misil ruso impactó en aquella pizzería. Amelina murió, mientras que el resto de los que estaban en aquella mesa sobrevivieron para contarlo. Eso mismo es lo que, este 2025, ha hecho el escritor colombiano: con su nuevo libro, Ahora y en la hora (Alfaguara), relata todo lo sucedido hasta ese momento, cómo acabaron todos allí y cómo quedaron después, mermados, y en su caso con la necesidad, oscura y casi enfermiza, de escribir lo ocurrido.
Con Ahora y en la hora, a medio camino entre la novela y el ensayo pero siempre aferrado a la realidad, Héctor Abad Faciolince recoge la moneda. En una cara, está la suerte de seguir con vida; en la otra, queda la culpa del superviviente. Y es ahí, en el filo, donde es imposible que la vida se sostenga por sí misma, desde donde se escribe el libro. Todos conocemos la moneda, todos la hemos lanzado alguna vez: en el filo, ese filo que no podría sostenerla, pero que la une y le da forma, está la muerte.

Alguien que se convierte en amiga después de muerta
-Pregunta: En el libro, hay una parte en la que asegura que, cuando leemos, de alguna forma nos convertimos en amigos del escritor. ¿Esta podría ser una conversación entre amigos?
-Respuesta: Puede ser. Cualquier conversación puede llegar a parecerse a una conversación entre amigos, pero no te lo sabría decir aún. Empezamos bien porque empezamos por el nombre al saludarnos. Eso intenta crear cierta confianza y familiaridad, pero todavía no lo sé. Pregunta como quieras, no como enemigo, espero, y no necesariamente como periodista.
-P: ¿Este es un libro sobre otra amiga?
-R: Sobre alguien que se convierte en amiga después de muerta. Porque no lo era antes, porque la conocí solo tres días y había silencios incómodos entre nosotros. Yo no la había leído y no sabía bien su historia familiar. Cuando ella dijo algunas confidencias durante el viaje, no me las dijo a mí, sino a Catalina Gómez, su verdadera amiga en aquel grupo. De hecho, yo le decía Victoria, pero después de haber escrito este libro, y después de haber leído todos sus libros, la podría llamar Vilma. Entonces, yo tengo la sensación de que, si los dos hubiéramos sobrevivido, habríamos llegado a ser amigos. Y si el muerto hubiera sido yo, creo que ella también habría llegado a ser amiga mía y a lo mejor sería ella la que estaría aquí conversando contigo y contándote cómo fue que mataron a ese colombiano viejo en Kramatorsk.
-P: Justo te iba a preguntar si, en el caso de haber sobrevivido ambos, hubiera sido ella quien habría escrito este libro.
-R: Yo creo que sí porque yo no escribí este libro con ganas de escribirlo. Me resultaba muy doloroso, solo lo hice porque ella no sobrevivió.

Un desorden universal
-P: ¿Piensas en el atentado todavía?
-R: Ya no, después de que terminé el libro. También eso es una liberación. Yo entregué el libro en circunstancias muy difíciles porque mis primeros nietos habían nacido prematuros extremos, estaban en la UCI y mi hija también estaba en el hospital, así que lo entregué como quien se desprende de algo que no es capaz de trabajar más. Digamos que el parto de mi hija fue precipitado y el parto de este libro también fue precipitado.
-P: ¿Da más miedo la muerte cuando la vives de cerca?
-R: Es raro. Yo soy muy cauteloso y miedoso. En el mismo instante (del impacto del misil), cuando la cosa se vuelve irremediable, tengo cierta tranquilidad, una cierta paz. Además, como yo siempre tiendo a pensar lo peor, lo que yo pensé entonces fue: ‘En realidad yo ya me morí. Creo que estoy vivo, pero ya me morí, sigo aquí como si estuviera vivo, no me doy cuenta de que estoy muerto’.
-P: Pero antes ya sentías la muerte. En el libro explicas que, con el paso de los años, vives una muerte lenta percibida por el hecho de que poco a poco vas perdiendo los sentidos.
-R: Sí, eso era antes del viaje y era algo que me tenía muy aburrido. Perder el olfato, perder el gusto, oír mal. Pero lo paradójico, lo tremendo, es que me salvó un signo de la vejez: mi sordera (se cambió de sitio para poder escuchar con el oído bueno), que tras la explosión empeoró todavía más. Veo que tengo que estar agradecido, por lo menos, con ese signo de vejez. Todo es raro, todo es muy raro. Uno supone que el orden de la muerte es que primero se mueren los más viejos y por último los más jóvenes y, por último, los más niños. Cuando no es así, es como un desorden cósmico. Y tú te sientes contento de sobrevivir a pesar de ser el viejo pero, al mismo tiempo, cuando piensas que el joven podría ser tu hijo o tu hija, sientes que ese desorden cósmico es insoportable y que tú eres el culpable hasta de lo que piensas.
-P: ¿Entonces es mayor el sentimiento de culpa o el de gratitud?
-R: Digamos que, después de terminar el libro y de que nacieron mis nietos, ya no es ni lo uno ni lo otro. Es como la sensación de que no voy a seguir pensando obsesiva y enfermizamente en la muerte y en el pasado, cosa que hacía antes de que pasara todo esto y cuando empecé a escribir. Ya me puedo permitir pensar, con alegría y esperanza, en el futuro y en la vida.
-P: ¿Tiene esperanza en el futuro?
-R: (Sonríe). En el futuro de mis nietos sí. En el futuro del mundo, no. No mucho.
El fin de la empatía
-P: ¿Asusta la guerra?
-R: Es asquerosa. Si no asusta, indigna, ofende, da ira. Se entiende la guerra cuando es de defensa, cuando es porque te invaden, te humillan, te masacran a tu gente, a tus hijos, a tus padres. Esa guerra es digna y comprensible. La que es inaceptable es la de agresión, la de invasión, la de venganza. Es inaceptable que, después de esto, Ucrania piense que tiene que matar a tantos rusos como les mataron a ellos. Es inaceptable que Hamás mate a 1.300 judíos o israelíes, y está bien que haya una operación de persecución a los que hicieron eso, de apresarlos o de matarlos, incluso, pero no puedes vengarte de todo un pueblo. No puedes, por cada 1.000 muertos que te hagan, hacer 10.000.
-P: La filósofa Hannah Arendt ya advertía de que el ser humano es incapaz de empatizar con un número tan alto de muertes: no somos capaces de imaginarnos 10.000 cadáveres y sentirlo por cada uno de ellos.
-R: No sé si viste que, hace poco, Elon Musk dijo que el mayor problema de la cultura occidental era la empatía, que era eso lo que estaba acabando con la civilización occidental. No me extraña que sea asesor de estos bárbaros, como el vicepresidente de Estados Unidos, que dice que el gran enemigo del país son las universidades. Estamos en un momento grave de inversión ética de todos los principios que Occidente ha tratado de defender.
-P: Haciendo un ejercicio de empatía, ¿qué cree que piensan los ucranianos sobre la guerra y un posible final de la misma?
-R: Ellos han sufrido tanto, les han quitado tanto, les han matado a tanta gente… Esta guerra ha producido algo malo, que es que un país queda desmembrado: un invasor más fuerte nos quita Crimea y nos quita una porción muy grande de Ucrania oriental. Eso es lo malo y lo injusto. No lo vamos a reconocer legalmente, pero vamos a hacer un alto al fuego y vamos a parar ahí para que no sigan la destrucción y la muerte. También hay algo bueno: Putin negaba absolutamente la existencia de Ucrania, pero este sufrimiento y esta guerra han producido algo increíble que casi siempre, y paradójicamente, es fruto del sufrimiento. Y es que Ucrania ahora existe más que nunca, no hay ninguna duda. Vale la pena parar la guerra en este momento, hacer un acuerdo de armisticio, porque ya ni Rusia misma puede negar la existencia de Ucrania. Rusia ganará la guerra, pero perderá la paz. Antes de esto, muchos de nosotros, yo mismo lo digo en el libro, no sabíamos bien ni lo que era Ucrania. Ahora lo tenemos muy claro.
-P: En ese contexto, ¿qué importancia puede tener ofrecer un testimonio como el de este libro?
-R: Los libros no transforman el mundo, pero algunas personas que te leen se dan cuenta de ciertas mentiras, se informan de ciertas verdades y así, en una simple discusión de amigos, tienen datos que pueden ser útiles para convencer a otros de cuáles son los hechos, cuál la propaganda y cuál la verdad. A lo mejor eso se puede expandir o difundir, ya que los virus malos son tan hábiles para reproducirse y expandirse, yo creo que es necesario también que intentemos difundir virus buenos que tienen que ver, no con la desinformación y la mentira, sino con la información cuidadosamente buscada y con la verdad. Los malos se defienden solos y no les cuesta mucho. Los que luchamos por ciertos principios y contra el sufrimiento inútil humano, también tenemos que hacer algo.
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