
Los seres humanos nacemos sin saber nada del mundo. Una afirmación que puede parecer obvia... salvo por el hecho de que cuando morimos seguimos sin saber demasiado. Como mucho, hemos encontrado las preguntas sin respuesta que nos llevaremos a la tumba. ¿Qué nos hace ser quienes somos? ¿Qué nos ha conducido a este final y no a otro? Se trata de interrogantes que forman parte de la condición humana y que el escritor Marcos Giralt Torrente le transmite a su madre con esta pregunta: Mamá. Tu padre era escritor, tu hermano lo fue... ¿por qué tuve que serlo yo?
En Los ilusionistas (Anagrama), el regreso a la novela del ganador del Premio Herralde de Novela y el Premio Nacional de Narrativa tras más quince años, Giralt Torrente transcribe su propia memoria para hallar la dudosa sombra que envolvió a varios miembros de su familia. Ese mundo de los adultos cuyo patriarca era el aclamado escritor Gonzalo Torrente Ballester (su abuelo), uno de los autores más destacados de su generación. Todo parecía parte de un truco de magia en el que los hijos del famoso intelectual rellenaban los huecos de su vida -desde la falta de amor paterno y la muerte de un ser querido a la mala suerte o la pereza- con historias.
Por eso, desde niño Marcos Giralt observó a su madre y sus hermanos, los protagonistas de este singular retrato, con extrañeza. Ya entonces, tal vez podía encontrarse en sus ojos el prematuro brillo de esa mirada “desleal” del escritor que, más adelante, se verá obligado -porque no parece que la escritura es un mal sin remedio- a descifrar la realidad. Porque Los ilusionistas es, al fin y al cabo, una búsqueda de la verdad familiar a partir de una duda propia y al mismo tiempo universal. Una indagación precisa y afilada, profundamente humana, que se impone por la marcha de los que estuvieron antes y la llegada de los que habrán de quedarse en un futuro.

Cada libro en su momento justo
- Pregunta: ¿Cuándo nace Los ilusionistas?
- Respuesta: La idea que está detrás de esta novela la tengo desde mucho antes de decidir ser escritor. Pensar por qué estos cuatro hermanos fueron como fueron o son como son me acompaña desde siempre, porque desde siempre fui consciente de que, de alguna forma, tenían unas vidas muy diferentes a las que uno a priori había pensado que deberían ser las vidas de una familia acomodada, burguesa e intelectual. Ya siendo escritor, yo nunca había pensado en escribir autoficción o como queramos llamar a este tipo de novelas reales o de relatos reales. Tiempo de vida nació de una necesidad acuciante y por el camino aprendí a convertir la realidad en literatura sin mezclarla con invención, a novelar tu verdad estricta. Una verdad real, digamos. O sea que fue Tiempo de vida el que me dio la llave. Y de hecho, los primeros textos del libro los escribí poco después de ese libro anterior.
- P: Han pasado, desde entonces, 15 años sin publicar otra novela.
- R: Me molesta mucho esa servidumbre de someter la literatura o el arte en general a las necesidades de consumo capitalista. Percibo que al sistema, al engranaje editorial, le conviene que los escritores publiquemos cada dos años para que el público no se olvide de nosotros, para facilitar las tareas promocionales, para estar en un escaparate. ¿Pero cuántos libros sin vida se publican cada dos años? Mis libros, desde siempre, están muy conectados con urgencias o necesidades muy íntimas y sobre todo con un proceso de maduración y de asimilación de la vida y de las problemáticas de la vida que vas descubriendo paulatinamente con el paso del tiempo. Por fortuna, no necesito entrar en ese engranaje y me puedo permitir el inmenso lujo de publicar a mi ritmo. Entretanto, en estos 15 años he publicado dos colecciones de cuentos, una de ensayos, he sido padre, me he dedicado con intensidad a la paternidad y he vivido. A veces es más entretenida la vida que la escritura. Por otro lado, este libro es mejor ahora que si lo hubiese escrito hace 15 años. Yo creo que no hay que pecar de impaciencia. Los libros necesitan su tiempo.
- P: ¿Se puede escribir sobre un pasado que no se ha superado?
- R: Se puede escribir sobre todos los pasados, superados o no. Siempre escribimos desde el pasado, no somos otra cosa que pasado, entre otras cosas porque la imaginación necesaria para escribir, ya sea ficción o no ficción, nace de la memoria. La imaginación es una manipulación, dicho a grosso modo, de la memoria sin memoria. Sin pasado, no hay posibilidad de imaginar.
- P: La pregunta entonces sería otra: ¿se puede hacer literatura desde el rencor?
- R: No, y por eso no escribí este libro antes.

“Representar la complejidad de la existencia de la condición humana”
- P: Leyendo la novela, pensaba en cómo los escritores de novela histórica se documentan para ambientar sus libros. En el caso de Los ilusionistas, ¿cómo se documenta un escritor que va a indagar en su propia memoria?
- R: En este libro en concreto hay cierto trabajo de documentación: todo un capítulo que abarca 700 cartas que tuve que leer, extractar, entender, leer y ordenar por orden cronológico. Ha sido la única vez en mi vida como escritor que he necesitado un material preexistente que he tenido que asimilar de alguna forma. En general, no soy un escritor que trabaje para que necesite documentación. En el caso de esta novela, son personajes con los que en todos los casos excepto en el de una de mis abuelas tuve una relación intensa, densa y estrecha. Naturalmente, sobre ese conocimiento tienes que superponerle una reflexión para convertirlos en literatura, que se teje sobre todo sobre los recuerdos, la observación y la reflexión. Nada sale automáticamente y la literatura debe aspirar a representar la complejidad de la existencia de la condición humana, lo cual te obliga a a enseñar lo malo, lo regular y lo bueno.
- P: En la novela creo que dices algo así como que “escribimos bajo los ojos de un presente que el pasado no conoce”. Es difícil no juzgar el pasado.
- R: Creo que si escribes sobre algo estás obligado a juzgar ese algo. Juzgar no quiere decir que sometamos a un proceso las cosas para hallar culpables y inocentes, porque eso también es muy maniqueo. Cuando te estás juzgando la vida, cualquier pequeño hecho, cualquier culpabilidad, se disuelve desde el momento en el que esa culpabilidad también es relativa. ¿De qué eres culpable? ¿Por qué sucedieron las cosas? Todos tenemos partes buenas y malas o nos comportamos bien para unas cosas y no tan bien para otras. Pero si estás escribiendo, estás obligado a dirimir sobre esa realidad todos los componentes.
- P: Antes de publicar la novela, ¿la leyó algún miembro de tu familia?
- R: Muchos. La leyó mi mujer, la leyó mi madre, mi amiga Luisa Castro, mi amiga Gabriela Ibarra, mi amigo Ray Loriga... Soy un escritor inseguro y paso los manuscritos a mucha gente.
- P: ¿Y qué dijo tu madre?
- R: Le gustó, lo cual a mí me hace dudar de la calidad del libro, porque si escribes un libro en el que tu madre participa o comparece como personaje o es uno de los personajes principales y le gusta el libro, me pregunto si no es que he hecho algo mal. Tengo la obligación de ser implacable con todos los personajes.

Nieto de Gonzalo Torrente Ballester
- P: En el libro afirmas varias veces que el escritor siempre es un desclasado.
- R: La posición del que está desubicado, del que está desplazado, del que no pertenece exactamente al lugar en el que está, siempre ofrece una mirada muy interesante. Yo creo que de alguna forma el arte exige que si no estás desplazado te desplaces y te desubiques. Más allá de eso, creo que es una condición casi bastante innata en los hijos de artistas. Es parte de lo que padecieron los ilusionistas del libro. Un artista puede salir en los periódicos y ser muy famoso, pero no tener dinero para pagar la luz. Entonces, si tú creces en una casa de esas características y ves a tus padres en los periódicos, pero luego no puedes pagar la luz y ves que el vecino del quinto se va todos los días a un trabajo anodino y vuelve todos los días a la misma hora, pero nunca le cortan la luz, dices ‘¿qué coño es esto de ser artista? ¿A qué mundo pertenecemos?’.
- P: En tu caso, ¿cómo fue crecer en un entorno así?
- R: Los niños quieren distinguirse, quieren ser como sus amigos, como los amigos del colegio y como sus vecinos. Cuando eres niño lo que quieres es que tus padres sean como todos, que tu merienda sea como la de todos, que el coche de mi padre no se distinga del de todos. De manera que en la medida en que se distinguen y tus padres van vestidos diferente y tu coche es una tartana, y en tu casa no hay un Atari, una especie de ordenador que había en mi época, pues lo padeces porque eres como raro. Te lo hacen ver en el colegio y luego en la adolescencia a lo mejor encuentras cierto orgullo en esas cosas que que de niño te hacían sufrir porque te singularizaban. Más allá de la adolescencia, ya no hay manera de rectificar. Uno asume lo que es y y en todo caso se pone a pensar sobre ello.
- P: ¿Tienes alguna foto de tu abuelo en tu casa?
- R: En los cajones, pero no tengo fotos de nadie. La única foto que hay en mi casa es una de José Bergamín (escritor muy cercano a la familiaen el salón y una de mi hijo cuando era pequeño. No es una casa de esas con mesitas llenas de marcos.
- P: ¿Sientes que te has reconciliado con él?
- R: Por momentos. Pero la vida es así: no hay blanco y negro, no hay fidelidades absolutas y reconciliaciones plenas. Puedes hacer el esfuerzo de reconciliarte y de mesurar las cosas y de ponerlo todo en una balanza, pero luego hay momentos en los que dices ‘carajo, pues a lo mejor no’.
- P: En un pasaje del libro recuerdas cómo ambos confrontabais referentes literarios. Él defendía a Tolstoi, por ejemplo, mientras que tú le citabas a Thomas Bernhard entre otros.
- R: Es triste, pero es la historia de la humanidad. Todas las generaciones han desconfiado de las generaciones más jóvenes. Todas las generaciones han pensado en determinado momento que el mundo iba peor y que todo lo que venía detrás era una catástrofe. No soy muy original con este discurso de antes en el que te decía que no habrá literatura. El mundo está dando a luz permanentemente un nuevo mundo y ese nuevo mundo no se rige por las mismas claves que los mundos anteriores. Lo ideal es que perdure siempre una corriente de humanismo y la posibilidad de ser crítico con el poder.
“Mi literatura nace de un compromiso real con la escritura”
- P: Pensando en el mañana, ¿el siglo XXI es el siglo de la memoria?
- R: Yo creo que es el inicio de la desmemoria más absoluta, desde el momento en el que he visto que yo mismo, que antes era capaz de memorizar cientos de números de teléfono, he perdido agilidad porque estamos con móviles y un montón de instrumentos digitales que nos facilitan la tarea y que fomentan esa pérdida de memoria y esa desmemoria. Yo creo que nos encaminamos hacia épocas muy desmemoriadas. Se está abandonando el rigor en tantísimas cosas... Por ejemplo, yo tengo un hijo de 16 años y es una lucha constante con cosas que para mí son básicas, como la distinción entre información y opinión, que son muy difíciles de explicar. A los 15 años, yo leía cuatro periódicos, hoy mi hijo se informa por TikTok y por videos que son muy sospechosos, que no son información sino la opinión de gente que, la mayoría de las veces, está muy mal informada.
- P: ¿La literatura nos protege contra eso?
- R: Desgraciadamente, la incidencia de la literatura en el devenir del mundo no es muy grande. Hoy en día, creo que hay intereses por alejar a la mayor parte de la población del pensamiento crítico y de las fuentes que pueden alimentarlo, incluida la novela y la literatura, que perdió la batalla hace muchísimo tiempo y la mayor parte de la población vive de espaldas a la ella. Antes, incluso los analfabetos o los que no tenían cultura tenían cierta superstición hacia la cultura: la respetaban porque era aquello que no tenían y que les gustaría tener. Hoy en día está todo lleno de analfabetos alfabetizados, que en el fondo son analfabetos que están muy orgullosos de serlo.
- P: ¿Y a ti, cómo te gustaría ser recordado?
- R: Creo que eso es algo que atañe a la intimidad. Yo espero que mi hijo me recuerde con amor y que en el saldo final haya cumplido pese a mis muchos errores como padre, que seguro que los he cometido, sabiendo que muchas veces los errores provienen de un intento de perfeccionismo que a veces es nocivo. Espero que mi hijo me recuerde como un buen padre. Respecto a los demás, no tengo ni idea. A mí me parece un milagro haber escrito libros que han sido publicados en buenas editoriales, que han sido leídos y que han sido reseñados en la prensa. Eso me parece tan milagroso que ponerme a pensar en la posibilidad de ser recordado cuando ya no esté, más allá de mi círculo íntimo, me parece ciencia ficción. Lo que sí quiero es ser percibido en el presente, en el hoy, como un escritor que se dedica con seriedad a lo suyo. Es decir, que intenta, en la medida de lo posible, no enfrentarse a su tarea de escritor frívolamente, ni intenta dar gato por liebre ni se deja llevar por el oportunismo o por necesidades prosaicas inhumanas. Mi literatura nace de un compromiso real con la escritura.
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