
Un infiltrado dentro de los movimientos estudiantiles durante el franquismo que ahora quiere que se recojan sus memorias, una mujer que cometió un asesinato y fue absuelta por un falso párroco, un dentista que en su niñez mató sin querer al ‘Ratoncito Pérez’ y por eso los padres tuvieron que continuar con su misión... Y un antiguo amigo que hackea el ordenador de Juan José Millás para intervenir sus textos y compartir su autoría.
Son algunos de los personajes (no se sabe si reales o inventados) que forman parte de Ese imbécil va a escribir una novela (Alfaguara), el nuevo libro de Juan José Millás.
En él, el escritor también se sitúa como protagonista de una historia que recorre su vida, de una manera tan inesperada como genial, desde su niñez a la actualidad para reflexionar sobre la juventud y la vejez, sobre los círculos que no se cierran, sobre la identidad escindida, sobre los límites entre la realidad y la fantasía. Todo desde el humor que caracteriza al autor, pero también desde una hondura reflexiva absolutamente reveladora.
La emoción frente a la razón
-Pregunta: En la novela hay un juego entre la narración y el ensayo, así como de la necesidad de romper con estos compartimentos estancos.
-Respuesta: Es una tensión que yo he vivido con mucha intensidad porque, cuando yo empecé a escribir, estaba de moda lo que se dio a llamar el experimentalismo, que era una novela muy intelectualizada, donde el argumento estaba mal visto. Así que se crearon como dos categorías, que en el fondo es muy parecido a la que existe en pintura entre lo figurativo y lo abstracto que, por alguna razón, parece más prestigiado.
En literatura también se da esta especie de lucha de clases, entre los novelistas de pelotón, los torpes que nos dedicamos a escribir novelas en las que el argumento tiene importancia y aquellos que nos miran por encima del hombro. Es una de las ‘pulsiones’ que atraviesan el libro, sí, uno de sus hilos conductores y que da pie a otras tensiones, digamos, más existenciales.
-P: Hábleme del título de la novela.
-R: Decía Juan García Hortelano que para ser escritor no era absolutamente necesario ser tonto, pero que ayudaba bastante. Y expresa muy bien una idea con la que yo estoy de acuerdo. Creo que para ser escritor tienes que tener dos cualidades incompatibles: ser un ingenuo para mirar las cosas desde la extrañeza, que todo te genere asombro, pero, al mismo tiempo, hay que ser lo suficientemente listo para coger todos los materiales que te proporciona el tonto y ordenarlos y articularlos. Y eso no es nada fácil. Si el mundo no te extraña, ¿de qué vas a escribir, del Código Penal?
Yo creo que lo importante, tanto en las novelas como en la vida, es la tensión entre emoción y razón. Aunque las emociones están muy mal vistas.
-P: ¿Por qué cree que las emociones están tan mal vistas?
-R: Yo creo que no deberían estar en compartimentos estancos y que deberían dialogar con el intelecto. Muchas veces se dice, por ejemplo, que hay que votar desde la razón, y eso es un disparate, porque la razón sin emoción no es nada.

-P: De hecho, en la novela, la idea de la dualidad está siempre presente, del choque entre opuestos.
-R: No lo escribí con esa intención, pero después he visto que está ahí. Es como la pugna entre las humanidades y las ciencias. Ahora las humanidades están mal vistas, ¿por qué? Porque vivimos en un mundo en el que solamente existe lo cuantificable. Si tú no sabes dividir y aprendes, te dirán que has adquirido una nueva herramienta, pero cómo se mide haber leído Madame Bovary. Lo que te puede aportar la lectura no se puede medir y en esta sociedad todo se asocia a un número, a una cantidad.
Por eso cuando se hace un proyecto educativo siempre se recortan las humanidades. Quitemos el latín, el griego, la historia, la literatura, la filosofía porque, ¿para qué sirve esto? Los políticos creen que lo que no es cuantificable no sirve para nada.
La sencillez compleja o la complejidad sencilla
-P: Hacer una carrera de letras tampoco está bien visto, al igual que las emociones.
-R: Está muy desaconsejado, porque no tiene salidas. Y es por eso, porque vivimos en un mundo dominado por los números. Somos esclavos de un verbo que ha aparecido relativamente hace poco en nuestras vidas: monetizar. Esto es monetizable, esto no es monetizable. No sé ni siquiera si está en el diccionario de la RAE, pero desde la entrada del neoliberalismo estamos supeditados a él.
¿Cómo se va a monetizar estudiar filosofía? Pero lo grave es que ya ni siquiera estudiar ingeniería o medicina te asegura nada. Cuando era joven, esas carreras te aseguraban un porvenir, te daban prestigio. Ahora no, la precariedad lo inunda todo. Por eso deberíamos volver a las humanidades.
-P: Hábleme de cómo organizó esta novela que, por una parte es tan compleja, repleta de capas y reflexiones y, al mismo tiempo, tan fácil de leer
-R: Llevo toda la vida luchando por dar con la fórmula de lo que podríamos llamar la sencillez compleja, o la complejidad sencilla. A mí me gustan mucho los relatos que sean capaces de introducir reflexiones de forma escondida, que no se vea, pero que forme parte de él.
Cuando tú vas dentro de un buen coche, no oyes el motor, porque está en el sitio que debe estar, si no, no funcionaría. Yo creo que el motor de una novela es la reflexión, pero no tienes por qué verlo o sentirlo de forma explícita. Y esta novela, aunque esté contada de forma sencilla, está hablando de temas importantes.
-P: ¿Cree que cada vez ha ido depurando más su escritura?
-R: Yo siempre he tendido hacia eso. Por eso, cuando reescribo una novela siempre quito, nunca pongo. Quito por lo menos un tercio de lo que he escrito. A mí me dan miedo las novelas de 500 páginas porque, en la mayoría de los casos, no son necesarias.
-P: A veces parece que se compre literatura al peso.
-R: La mayoría de novelas de 500 páginas que leo, cuando llego a la 200 ya sé que no me va a dar más de lo que me ha dado. Yo siempre he defenestrado eso, porque elijo la intensidad frente a la extensión.
-P: Quería que me hablara del juego que se establece con el lector entre lo verdadero y lo imaginado, entre la realidad y la fantasía.
-R: Es que la frontera entre lo real y lo imaginado se mueve constantemente, nunca es estable. Para mí todo es un continuo porque, de hecho, lo que llamamos real es producto de lo imaginado. Una mesa no existiría si alguien no la hubiera imaginado antes de ser un objeto real, tuvo que ser un fantasma en la cabeza de alguien. Pero, curiosamente, tendemos a negarle a lo imaginado la categoría de real y lo mismo ocurre con los sueños. Los sueños son realidad, al igual que nosotros somos hijos de un cuento, hijos de un mito, de aquello que imaginamos. Por eso tienes que llevar cuidado con lo que imaginas, porque tarde o temprano se hace realidad.
Cerrar círculos reales o imaginados
-P: ¿Cree entonces que la imaginación es peligrosa?
-R: No tendría que serlo, pero depende de lo que hagas con ella, depende de las cosas que se te ocurran y de que intentes materializarlas.
-P: ¿Para usted esta novela ha sido una forma de cerrar un círculo?
-R: Es otra idea que apareció en algún momento, hasta que me di cuenta de que sí. Yo estaba haciendo una especie de contabilidad de mi propia existencia y vi que habían quedado círculos sin cerrar, había muchas cosas abiertas. Y hay una cosa muy elogiable de los seres humanos, incluso de los que no creen en la otra vida, y es que la mayoría quiere dejar las cosas en orden antes de morir. Y yo había dejado heridas mal cosidas y quería cerrarlas.
-P: ¿Aunque fueran reales o imaginadas?
-R: Bueno, es que los círculos imaginados pueden ser mucho más preocupantes que los reales. Hay que cerrarlo todo. Por ejemplo, la herencia emocional es más importante que la física.

-P: La novela parte de una preocupación, escribir un último reportaje que cierre su carrera como periodista. ¿Por qué quiere abandonar esa faceta?
-R: Yo ya tengo una edad y hay cierto tipo de reportajes que exigen un gran esfuerzo físico. Además, creo que el reportaje está desapareciendo del periodismo, así que tengo la sensación, más bien, de que el reportaje se ha despedido de mí.
Por eso, quería despedirme de ese género, y todo surge de una llamada de teléfono pidiéndome un reportaje sobre “lo que yo quisiera”, que es lo peor que te puede pasar, porque entonces no sabes de qué escribir. Eso me sirvió para repasar aspectos que me interesaban. Pero al final el reportaje no se escribe y, en cambio, este libro sí. Por eso digo que es una novela resultado de un fracaso. Con mucha frecuencia, los éxitos nacen de los fracasos.
-P: ¿Sigue pensando en escribir ese gran reportaje que le queda por hacer?
-R: Sí, pero me gustaría escribir un gran reportaje sobre algo muy pequeño, algo de carácter doméstico pero que fuera grande.
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