Debutó con Viaje al cuarto de una madre, una pequeña y delicada película sobre las relaciones entre una madre y una hija caracterizada por el elemento doméstico, por aquello que ocurre de puertas adentro en un hogar modesto que se convertía en el centro neurálgico de la historia.
Le seguiría Los pequeños amores, con la que fue afianzando su estilo, repleto de detalles y de una sensibilidad extrema a la hora de abordar la más estricta intimidad de sus personajes, de nuevo femeninos.
Ahora, da un paso más allá con la adaptación de la novela La buena letra, del desaparecido Rafael Chirbes, en la que demuestra un exquisito don para narrar a través de los mínimos gestos, de las miradas imperceptibles, consiguiendo que menos sea más, mucho más.
De qué va ‘La buena letra’
La acción tiene lugar en un pueblo valenciano durante la posguerra. En ese contexto de precariedad y de heridas todavía latentes, Ana (una extraordinaria Loreto Mauleón), intentará sacar adelante a su familia junto a su marido Tomás (Roger Casamajor).
Su pequeño microcosmos monótono cambiará cuando regrese su cuñado Antonio (Enric Auquer), que se encontraba en paradero desconocido mientras que Ana, para no preocupar a su anciana madre, escribía cartas imitando la letra de Antonio para que creyera que seguía con vida y a salvo.

Esas cartas se convertirán en su refugio, como si a través de ellas soñara con una vida diferente que sabe que nunca podrá tener.
“Me pareció que la novela se centraba en un capítulo de la historia de nuestro país poco explorado y que lo hacía a través de lo minúsculo, que es una forma de narrar con la que me siento muy identificada”, cuenta Celia Rico a Infobae España. “Todo aquello que no se decía tenía mucho que ver con ese silencio caracterizó la posguerra. Quería contar la posguerra a través de los ojos de una mujer en su casa”.
Adaptar a Rafael Chirbes
A Celia Rico Clavellino también le motivaba adaptar a un escritor como Rafael Chirbes del que, hasta el momento, solo se habían atrevido a poner en imágenes los hermanos Sánchez Cabezudo en la serie Crematorio. “Tiene un universo de lo más rico y complejo. Además, yo estudié literatura y me parecía un reto el proceso de adaptación, de desgranar un texto y encontrar los hilos adecuados de los que tirar”.
Para la autora, fue también una forma de establecer una conversación imaginaria con sus abuelas, que vivieron esa época y así rellenar algunos huecos de su propio pasado familiar.

De entre todas esas capas que contenía la novela original, Rico se quedó con la sensación de tristeza. ¿Cómo poner en imágenes ese sentimiento? Fue sin duda, uno de sus retos, el de plasmar las consecuencias más íntimas de una guerra. En ese sentido, a ella le gusta más hablar de memoria emocional que histórica.
También había algo fundamental que recorre la película: ¿sirve el sacrificio para algo? Una cuestión de lo más dolorosa cuando se comprueba que, en efecto, no ha servido precisamente para salvar a la protagonista, sino para condenarla.
Las mujeres, siempre juzgadas por someterse o rebelarse
La directora vuelve a poner el foco en las mujeres. A través de Ana y del personaje de Isabel (Ana Rujas), que se casará con Antonio y que tendrá una visión de la vida totalmente diferente, más moderna y menos escrupulosa frente a las tradiciones y al ‘qué dirán’.
“Funcionan como espejos. Ana ha elegido callar e Isabel pone por encima su felicidad, lo que para algunos puede suponer una traición. Aquí lo interesante es que se las juzga por igual, a la una y a la otra, hagan lo que hagan. Siempre se juzga a las mujeres, ya sea por conformarse o por rebelarse. Y, sin embargo, es algo que no ocurre con los hombres de la película, aunque tengan roles similares, Tomás el del sacrificio y Antonio el del individualismo, que son dos actitudes vitales contrapuestas”.

A Celia Rico no le interesaba hablar de ese momento histórico desde el bando de los vencedores ni de los vencidos, sino de lo que ocurría en una familia normal de clase trabajadora. “Quería indagar en las contradicciones humanas, en los dilemas morales en momentos de crisis. ¿Qué decisiones tomaríamos nosotros? Sobre todo a la hora de pensar en los vínculos familiares y cómo el amor y los cuidados también pueden verse contaminados".
La elección de Loreto Mauleón estuvo presente desde el principio. “Tiene en su mirada algo muy puro y bondadoso que no se puede interpretar, sino que procede de ella misma y es verdadera”, continúa la directora. De esa forma, fue eligiendo al resto del reparto en función de cómo interaccionaban con ella.
La buena letra es una película de una sobriedad y extrema elegancia. Parece como si estuviera hecha en otra época, algo que Rico reconoce diciendo que “tiene el alma vieja”. “Para mí es una película que se cocina como los guisos de Ana, muy a fuego lento, por eso requiere a un espectador activo, capaz de rellenar las elipsis y todo ese fuera de campo que propone”.
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