Puede ser difícil responder a qué es más difícil, si hacer reír o hacer llorar. En el mundo de la cultura, lo trágico siempre ha prevalecido y siempre se ha premiado, por ejemplo, a los actores que más han emocionado o los libros que más lágrimas han hecho brotar de la atenta mirada de sus lectores. Los chistes y la comedia, en cambio, han sido más objeto de polémica que de reconocimiento.
Sin embargo, en España se ha producido un curioso fenómeno en el que las personas que más carcajadas han provocado a los demás son quienes han vivido las experiencias más duras, algo que el cine se ha encargado de demostrar en los últimos años. Si en 2023 todos llorábamos por Eugenio en la película Saben aquell, en 2024 llegaría el turno de Gila, uno de los humoristas más conocidos de la historia de España cuya dura biografía queda recogida en ¿Es el enemigo?.
Este año parece que le llegará el turno a Juan Dávila, uno de los cómicos más conocidos actualmente y el que más entradas logró vender en toda Europa en el año 2023. Con el estreno de La senda del pecado, en cines el próximo 15 de mayo, los espectadores conocerán el duro camino que tuvo que atravesar este humorista para convertirse en la estrella que es hoy. Una experiencia que, si bien no llega al lacrimógeno tono de sus predecesores, sí deja una historia de superación, coraje y amor por subirse a un escenario.

‘Papá, mamá, quiero dejar mi trabajo’
Esta no es exactamente la frase que Juan Dávila les dijo a sus padres, pero sí refleja la esencia de la conversación que se inició cuando un hombre de 33 años les dijo a sus padres que quería dejar su empleo fijo como Policía Local. “Quiero ser actor”, les dijo en una charla que tanto el cómico como sus padres recuerdan en el documental dirigido por Alberto Utrera.
Así comienzan las peripecias de Juan, que hasta entonces ya había hecho sus pinitos en la interpretación e incluso leía sus guiones con su compañero de patrulla. Dedicarse a tiempo completo a la interpretación le permitió acercarse a su sueño, pero durante mucho tiempo, hizo que viviera el lado oscuro del mundo de los actores: la pobreza.
Vivir en “una despensa”
La senda del pecado recoge como el humorista comenzó, ya desde 2013, a especializarse en el registro de la interpretación. A través de testimonios como los de Eva Soriano, Eduardo Ferrés, Virginia Riezu o Hovik Keuchkerian, seguimos los pasos de este humorista que, para llenar las butacas de los teatros en los que actuaba, estaba dispuesto a todo: desde salir disfrazado de inquisidor a la Gran Vía a pedir ayuda a un chamán senegalés.
Sin terminar de triunfar en los espectáculos de la comedia y acumulando fiasco tras fiasco en el mundo de la televisión, el momento más crítico para Juan fue cuando decidió, para no vivir en la casa de sus padres, alquilar “una despensa” en la calle Príncipe, en un piso compartido con otras cuatro habitaciones. El cómico recuerda lo duro que fue pedirle a su padre que le ayudara en la mudanza: “Mi pensamiento era: ‘todavía tengo tiempo para no defraudarlo demasiado’”.
Un vídeo de un minuto
La última apuesta de Juan Dávila fue actuar solo en el Teatro Arlequín de Madrid en La senda del pecado, un show de humor e improvisación. Invirtió tanto dinero, que apenas lograba conciliar el sueño pendiente de cuánta gente compraba entradas para verle, e incluso salía a la Gran Vía disfrazado de inquisidor para recomendar a la gente que no entrara, a ver si así lograba atraer a algún curioso.

Como en esos shows el humorista interaccionaba a partir de lo que el público decía, una amiga le recomendó que publicara vídeos del espectáculo en TikTok. Fue a partir de ahí cuando todo cambió: Juan Dávila se hizo viral, y de la noche a la mañana, sus shows comenzaron a llenarse cada vez más deprisa.
El documental sigue, así, el giro de 180 grados que da su vida en el que, de pasar semanas en las que incluso se quedaba sin cobrar para poder hacer sus espectáculos, las entradas para los teatros en los que se llevaba La senda del pecado, cada vez con más butacas, se vendían en cuestión de minutos. Tan es así que Juan Dávila logró, incluso, llenar las 7.000 localidades del Palacio Vistalegre en varias ocasiones, a una velocidad que nadie había logrado nunca -le arrebató el récord, cuentan en el documental, a Coldplay-.

Las redes sociales fueron la puerta de entrada para que todo el esfuerzo acumulado durante años diera sus frutos de la forma más inesperada, algo que desde entonces ha catapultado al cómico a la fama mundial y le ha granjeado todo tipo de alegrías y polémicas. Al fin y al cabo, el humor de Juan Dávila es irreverente y no parece tener más límites que los que quiera imponer el propio espectador, algo que ha provocado su cancelación en diferentes momentos. No obstante, si algo ha caracterizado al cómico durante tantos años es que, con sangre, sudor y lágrimas, nunca ha dejado de creer en lo que hacía. La pregunta es: ¿por qué debería hacerlo ahora?
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