
“Somos los hijos de nadie, bastardos de la juventud”, cantaba la banda estadounidense The Replacements, que nació en Minneapolis a principios de los 80 y que, tras un par de álbumes punk, se convirtió en una de las pioneras del rock alternativo que influyó a otras más conocidas hoy día, desde Nirvana o Pavement a Green Day o Wilco. Ha sido en gran medida rescatada del olvido gracias a exitosas series recientes como The Bear, pero pocos saben que lo que en realidad decía ese verso era algo bien distinto.
“Tuvieron que pasar años para que alguien se diera cuenta de que el estribillo era en realidad “Wait on the sons of no one” (Espera a los hijos de nadie). Yo ni siquiera lo sabía: lo escribí y lo olvidé“, contaría en una entrevista el cantante del grupo, Paul Westerberg. En cualquier caso, la canción iba de lo mismo: una generación perdida que no tenía nada contra lo que rebelarse y de difícil relación con la anterior, los padres del ‘baby boom’ que miraban a estos más como deducciones fiscales que como hijos.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos underground, The Replacements se dice que interpretaban canciones de rock “con el corazón en la manga” que combinaban el “aullido adolescente de garganta cruda” de Westerberg con letras autocríticas. A ese mismo espíritu, y a esa sensación de ser una generación perdida, se aferra con fuerza Cooper Raiff en Hal y Harper, la serie que él mismo dirige, (auto)produce y protagoniza después de haberse convertido en el chico de oro en Hollywood tras vender a Apple su película Cha Cha Real Smooth —que llegó a nuestro país como Bailando por la vida— por 15 millones de dólares tras triunfar en el Festival de Sundance, el mismo en el que ahora ha presentado una serie que acaba de llegar en exclusiva a Movistar+. De forma literal, ya que de momento no está disponible en ningún otro servicio en todo el mundo.

Una ‘coming of age’ muy adulta
Demasiado joven para haber realizado la que ya es su tercera obra con 27 años, y demasiado mayor para seguir haciendo otra película sobre sus experiencias de instituto, Raiff ha optado en Hal y Harper por combinar algunas de las temáticas de sus anteriores trabajos estableciendo como lazo común el de la familia protagonista. Hal (Raiff) es un joven a punto de terminar la universidad sin saber muy bien a qué dedicarse laboral ni tampoco sentimentalmente, como le sucedía al protagonista de Shithouse, primera película de Raiff. Harper (Lili Reinhart) es la hermana mayor, quien siempre ha cargado con la familia a sus espaldas y quien por primera vez se ve incapaz de tomar decisiones maduras al engañar a su pareja con una compañera de trabajo, que para más inri está casada y con hijos, mismo conflicto que el de Cha Cha Real Smooth. Entre medias de estos hermanos está el padre (Mark Ruffalo), quien vive con su nueva pareja y está a punto de tener un hijo, pero no sabe cómo contárselo a Hal y Harper.
Tras esas dos películas que estaban muy inspiradas en sus propias experiencias y que le han colocado como un gran cronista de esa nueva generación perdida —Cooper es de 1997, que suele ser la bisagra entre los millenials y la Generación Z y según a quién preguntes estará en una u otra—, en Hal y Harper se pasa al formato serie, con nueve capítulos de una duración aproximada de media hora en los que va reconstruyendo poco a poco el puzle de estos tres personajes a primera vista egoístas, infantiles y emocionalmente distantes.
Como cabe esperar, un gran trauma en la infancia es el culpable en gran medida de todo, pero a Raiff le interesa más explorar el proceso de agarrarse a ese trauma como forma de identidad más que el incidente en sí. Para ello, el joven cineasta emplea una infinidad de flashbacks, pero lo hace con una gran particularidad. En estos momentos en los que Hal y Harper eran niños de entre 5 y 7 años, 8 y 10 o 12 y 14, los actores que los interpretan siguen siendo los mismos, Raiff y Reinhart. Un recurso prácticamente inédito y que puede resultar algo confuso y hasta cierto punto ridículo, pero que encaja perfectamente en la gran metáfora de cómo toda la familia ha estado de alguna manera estancada emocionalmente durante tanto tiempo.

“Para mí, toda la serie es como revivir cosas para entenderlas mejor y curarlas”, contaba Raiff en una entrevista en el Festival de Sundance, en donde defendía la narración confusa como una manera de hacer entender al espectador cómo los recuerdos de infancia son muchas veces demasiado borrosos y poco fiables aunque a veces hagamos de ellos puntos de inflexión en nuestras vidas. “Para mí tenía sentido (interpretar al personaje como adulta), la Harper de nueve años es básicamente el punto de vista de la Harper de 25 años. Es una visión hastiada y retorcida de su yo de nueve años, de lo que sentía y llevaba dentro. Una mujer de 25 años que mira hacia su pasado y siente cierto resentimiento por lo rápido que tuvo que crecer”, reflexionaba Lili Reinhart, quien vuelve a la pequeña pantalla dos años después de terminar Riverdale, la serie con la que se dio a conocer.
Al tiempo que el espectador va reconstruyendo el gran puzle familiar y entendiendo por qué cada personaje actúa de la forma en la que lo hace, Cooper introduce hábilmente los temas que siempre le han preocupado y otros nuevos: el sentimiento de pertenencia dentro de una comunidad ajena —Raiff no es judío aunque se empeñe en que sus personajes lo parezcan, solo porque él se crio en una comunidad judía sin serlo—, el amor en un tiempo en el que se aboga por las relaciones abiertas, la dificultad para encontrar trabajo y sentirse realizado o cómo evoluciona la relación padre-hijos y entre hermanos cuando te das cuenta de que no son las mismas personas que cuando eras joven, pero tú tampoco eres esa misma persona.
En definitiva, Hal y Harper es un viaje al corazón de la infancia desde la perspectiva de los adultos de hoy, de esos nuevos hijos de nadie y bastardos de la juventud de los que hablaban The Replacements y a los que ahora alude Raiff, quien visto su éxito puede que consiga tener el reconocimiento en el cine y las series que le faltó a la banda en su día. Después de todo, el cineasta sí que ha conseguido transmitir la idea original, que a esos bastardos de la juventud tan solo hay que saber esperarlos y, como a él, darles la oportunidad que merecen.
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