
Desde que nacemos, la gran pregunta es por qué morimos. O, mejor dicho, por qué las personas que están a nuestro alrededor desaparecen de repente. Candela, la protagonista de Otra versión de ti (Destino), perdió a su madre cuando era aún una adolescente. A Inés Martín Rodrigo, la autora que la escribe, le ocurrió exactamente lo mismo.
De este modo, ambas, escritora y personaje, se sumergen en la escritura de un libro que les permita comprender lo que ocurrió, que les permita, también, conocer a la persona que fue su madre. Un viaje en busca de respuestas que, sin embargo, es también un encuentro con aquellos que siguen con nosotros para ayudarnos a recordar sin, por ello, tener que sufrir.
Otra versión de ti es una celebración de la vida pese a la muerte, o mejor dicho, con la muerte. Es ese libro imposible, y al mismo tiempo necesario, que nos recuerda que no estamos solos, aunque nos sintamos abandonados; que nos empuja a vivir (y leer) bien y despacio porque, hay que recordar, los muertos no envejecen con nosotros. A los muertos, como escribiría Joan Didion, hay que “soltarlos en el agua”.

“No estamos preparados para enfrentarnos a la muerte”
-Pregunta: Citas a Annie Ernaux al principio del libro: “Siempre tuve ganas de escribir libros que no me permitan luego soportar la mirada ajena”. Cuando lo que escribimos se acerca tanto a nuestra vida o a la de personas cercanas, ¿existe cierta preocupación por hacerlo de una determinada manera? ¿O hay que hacerlo con la máxima honestidad posible?
-Respuesta: Yo siempre que escribo me expongo, independientemente de qué esté escribiendo, y creo que para poder ser honesta, y yo siempre lo soy tanto en mi vida como en mi literatura, es necesario exponerse de ese modo. Lo que sucede es que, en este caso, la ficción te protege y te permite establecer esa distancia con respecto a las palabras. Si no, yo no hubiera podido escribir un libro como este, que conlleva un proceso de exploración y de exposición personal tan crudo y tan honesto como esta novela. Aún así, lo he hecho desde un respeto absoluto hacia mí misma y hacia las vidas que me he permitido ficcionar. Y desde un, podrá sonarte a cursilada lo que te voy a decir, pero desde un amor absoluto por las vidas a las que estaba dando nueva vida en la ficción y desde un amor absoluto hacia la literatura. Eso te deja muy tranquila. Me siento muy, muy liberada, como si me hubiera quitado un peso enorme de encima.
-P: Además de temas como la muerte o los recuerdos, aparecen conceptos como shul -la impresión que deja algo que estuvo en un lugar- o los engramas -las marcas de la memoria que quedan en el sistema nervioso cuando experimentamos algo-. ¿Esta novela nace de huellas que ya existen o busca crear una nueva?
-R: Yo creo que ambas cosas. Es una novela que nace a partir de la huella, la huella muy profunda, que dejan las ausencias que están tan presentes en nuestra vida. Las ausencias están presentes mediante huellas que no dejan de ser más que los recuerdos que atesoramos de esas personas que perdimos. Es una novela que al mismo tiempo busca dejar huella literaria porque es una novela muy ambiciosa como proyecto literario, y también busca dejar huella en el lector o en la lectora: que salga, como mínimo, habiendo sentido. Es una novela de las que yo creo que es imposible mantenerse al margen. Y es, también, una novela que a mí, como autora y como creadora, me ha dejado una huella muy profunda, hasta el punto de cambiarme. Sigo siendo la misma escritora, pero la huella que me ha dejado me ha convertido, al mismo tiempo, en otra escritora... espero que mejor. Espero que mejor.
-P: A todos nos acompaña una huella que no se borra nunca, que es la primera muerte de un ser querido... más aún si se produce cuando somos adolescentes.
-R: Yo he pasado de ignorar la muerte y que la muerte no existiera en mi vida a que de pronto, siendo una niña, la muerte lo inundara todo y no hubiera más que muerte en mi vida. Esa primera muerte a mí me llega a marcar tanto que hay un momento en el que puede conducir a mi propia muerte. Además, creo que no nos educan para enfrentarnos a la muerte. No voy a decir que no dispongamos de las herramientas adecuadas para poder lidiar con ella, porque la palabra herramienta es una palabra muy fea, pero yo creo que desde el punto de vista de la educación emocional que recibimos, de cómo se nos amuebla la mente para poder lidiar con todos esos sentimientos contradictorios y terribles que genera la muerte ajena, no estamos preparados para enfrentarlo, sobre todo en la sociedad occidental.
-P: A lo mejor intentan enseñarnos a superar la muerte, pero no nos enseñan a convivir con ella. Quiero decir que hay ausencias que son para toda la vida. Tú puedes superar el duelo pero, seguramente, la tristeza siga contigo.
-R: Yo creo que el duelo no se pasa nunca. Nos educan para seguir viviendo ‘después de’. Quiero decir, nos educan para intentar seguir viviendo cuando una muerte tan terrible sucede. Pero no sabemos cómo. ¿Cómo atravesar ese túnel de oscuridad que, en realidad, nunca va a terminar? Se trata de poder ir buscando pequeñas luces que se van filtrando en ese túnel a medida que va pasando el tiempo y con las que vas encontrando un poco más de luminosidad. ¿Cómo llegan esas luces? A través de la literatura, por ejemplo, o a través de la música.
La importancia de quienes nos cuidan
-P: ¿Una pequeña luz sería escribir un libro, como Candela con su madre?
-R: Por supuesto. Lo que pasa es que Candela se da de bruces con una realidad y con una certeza. Y es que en la literatura no están todas las respuestas. No seamos ingenuos. Eso sería de una inocencia casi peligrosa. Desde luego, no están las respuestas para una pregunta que carece de ellas, como es el por qué de la muerte, el por qué de de la muerte de un ser querido. Esa es una pregunta irresoluble que Candela trata de responder escribiendo este libro sobre la vida de su madre, para tratar de averiguar quién fue esa mujer.
-P: Pero Candela no escribe desde la memoria, sino desde el olvido. ¿Hasta qué punto podemos escribir sobre alguien que no está si no podemos fiarnos de nuestros recuerdos sobre esa persona?
-R: Sabiendo que la verdad no está en los recuerdos. Que si buscas una verdad, es decir, si buscas una certeza de los hechos y de lo que sucedió, no la vas a encontrar en los recuerdos. Y, sin embargo, lo que sí te va a proporcionar la memoria es esa presencia del ausente. Hay un momento en el que uno de los personajes, que es Elizabeth Loftus, le dice a Candela: “No es tan importante que sucediera de este modo o que sucediera de este otro. No está en juego la vida de nadie, ¿no?“. Una vez que asumimos eso, yo creo que podemos convivir de una manera mucho más dulce con nuestros recuerdos. No nos dan un retrato fidedigno de la persona que fue, pero sí nos permiten seguir conviviendo con esa persona ausente. De alguna manera la retienen. Y en ese sentido la literatura es un gran remedio contra el olvido.
-P: En ese viaje al pasado de Candela, es también muy interesante el papel de su pareja, Andrea. ¿Cómo de difícil es cargar con el dolor de los demás?
-R: Candela cuida de su padre hasta el último momento. No pudo cuidar de su madre porque cuando la perdió ella era muy pequeña. Pero también es muy importante el papel del cuidado del cuidador. ¡Qué importante es dejarse cuidar para poder cuidar! Creo que a veces se nos olvida que esa persona también está ahí y que esa persona, que en este caso es Andrea, sufre; que esa persona tiene toda una serie de sentimientos encontrados porque trata de cuidar a alguien que no se deja, que es algo que suele ocurrirles a todas las personas que hemos pasado por una situación tan dolorosa como es la pérdida de un ser querido. Yo, por lo menos, me he aislado, he colocado una distancia prácticamente infranqueable con aquellos y aquellas que me querían y no me he dejado ni querer ni cuidar. Entonces, yo quería explorar y ponerme en el lugar de esa persona que está al lado, porque creo que es muy importante el acompañar. En la novela, cuando el padre de Candela está ya en sus últimos días y no se puede hacer nada más que estar, que acompañar, Andrea está al lado de Candela y las dos están leyendo un libro. No se dicen nada, pero están. Andrea está ahí. Para mí era muy importante poner el foco en esa compañera, en la importancia de las compañeras, de los compañeros, cuando la vida se nos quiebra.
-P: ¿Se puede acompañar, también, desde la espera?
-R: Claro, porque además es una espera que puede caer en la desesperanza, porque ella no sabe dónde está. Solo tiene la certeza de esa nota que Candela deja y que le dice “no me busques”. Pero también le dice “no estoy bien, aunque lo estaré”. Es una espera que comprende. Es una espera que está forjada en la empatía, en el ponerse en el lugar del otro. Y eso es porque no puede haber cientos de yo sin un tú. Solo de esa combinación puede surgir un nosotros.
Una relación “forjada en la fragilidad”
-P: Ahora que se habla tanto de las relaciones tóxicas, cuando leía el libro no podía dejar de imaginarme a los amigos y al entorno de Andrea recomendándole que se alejara de Candela.
-R: ¿Tú crees que es una relación tóxica la que hay entre ellas?
-P: Creo que es una relación compleja y que la complejidad puede asustarnos. Muchas veces no estamos acostumbrados a permitirnos ser débiles o permitir a los demás que lo sean.
-R: La fragilidad no gusta. Huimos de ella. Entonces, cuando se trata de una relación como la de Candela y Andrea, que está forjada precisamente en la fragilidad, nada es fácil. No nos gusta la fragilidad en las relaciones. Muchas veces buscamos la comodidad, buscamos lo fácil, pero porque estamos casi inducidos a ello por todo lo que nos rodea. También desde el punto de vista de la sociedad en la que vivimos, consumista de la rapidez, del no a lo frágil. Cuando nos cruzamos con una persona en tu vida que es frágil, que tiene heridas profundas, a veces nos cuesta acercarnos a ella. Aún así, no hay que confundir la complejidad con que algo sea complicado.
-P: Candela se sabe frágil y aun así no duda en escribir esa novela sobre su madre. Me pregunto si existen libros que nos esperan, que ya están escritos aunque no hayamos empezado ni siquiera a pensarlos.
-R: Yo creo que todos los libros que escribimos ya están escritos antes. Porque además, y a mí me ha pasado muchísimo con esta novela, tú no escribes el libro que quieres escribir, escribes el libro que necesitas escribir y por tanto es un libro que ya existía previamente y que tú lo que haces es, digamos, materializarlo. Lo complicado es bajarlo a la tierra. Y sobre todo con esta novela, que tiene un entramado tan narrativo tan complejo de articular y de construir para que todo esté presente de una manera muy armónica. Yo creo que hay libros, y a esta novela le pasa, que estaban ahí antes de escribirlos.
-P: ¿Y qué ha sido lo más difícil en el proceso?
-R: Bajarlo a la tierra, sin duda. Ha sido el proyecto literario al que más trabajo le he dedicado y al que más me he entregado de una manera exhaustiva. Me ha dejado exhausta. Detrás de cada, ya no de cada frase ni de cada página sino detrás de cada palabra, hay un trabajo inmenso. Ninguna palabra está ahí por casualidad. Nada es casual en esta novela. Lo más difícil ha sido que ese enorme collage narrativo al final tuviera sentido, armonizar la historia cuando contaba con tantísimos elementos diferentes y que el puzzle cuadrara con tantas piezas.
-P: Ahora que se acerca el Día del Libro: si tuvieras la seguridad de que se lo leería, ¿a quién le regalarías este libro?
-R: ¡Qué pregunta! Si tuviera la seguridad de que se lo leería... A cualquier lector. No personalizaría. Yo creo que es un libro que tiene muchas aristas y al que se puede llegar por muchos lados, que trata temas muy universales, desde la muerte al duelo, del luto, de la enfermedad... Esta novela es una novela espejo. Yo creo que es imposible que un lector o una lectora no se vea identificado con algo de lo que se narra en ella porque es la vida. Porque es la vida.
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