Es probable que no haya un nombre más reconocible en el cine de terror del último año que el de Oz Perkins. El director estadounidense, de 50 años, logró en verano de 2024 llenar las salas de todo el mundo con Longlegs, la película de terror y misterio protagonizada por Maika Monroe y Nicolas Cage. Poco más de medio año después, sin embargo, parece que podría volver a conseguirlo con el estreno de The Monkey.
The Monkey, basada en un relato del maestro del género, Stephen King, cuenta la historia de dos gemelos, Hal y Bill, que descubren un antiguo mono de juguete con un tambor que pertenecía a su padre, y que atesora un terrorífico poder: cada vez que el animal golpea el tambor con sus baquetas, sucede una horrible muerte a su alrededor.
De este modo, el director vuelve a la gran pantalla con un trabajo de tintes más comerciales que con Longlegs, pero con escenas igual o más escabrosas. Una propuesta que parece haber atraído a los espectadores al estreno, puesto que la película ha recaudado más de 460.000 euros en su primer fin de semana -solo en España-, colocándose entre las cuatro más vistas.
Los problemas con Disney y los monos con platillos
A juzgar por el relato original y las declaraciones de Perkins, parece claro que el mono de juguete que en un principio iba a aparecer en The Monkey no era el que los espectadores han acabado viendo en la pantalla. La imagen más típica de estos animales de peluche son los famosos Jolly Chill, unos juguetes de origen japonés creados en un principio para los más pequeños, pero destinados en seguida a otros fines debido a su pesadillesco aspecto.
Tal era su popularidad (y su terrorífico efecto) que incluso Disney decidió emplearlos en su película Toy Story 3. El famoso vigilante del que huyen Woody y compañía formó parte de una de las mejores películas de la historia de Pixar, pero por el que Perkins, sin saberlo, tuvo que pagar un precio a cambio.
“Disney es dueño de los platillos”, sintetizaba en una entrevista con la revista SFX. Y es que la empresa de cine de animación se hizo con los derechos para emplear ese peluche en concreto. “Entonces, no podían ser platillos. ¿Y si era un tambor? Es una de esas cosas en las que una limitación se convierte en una oportunidad”, razonaba Perkins. “‘Yo pensaba: ‘Oye, eso es genial. El tambor es mejor’. El tambor es como un tambor de marcha. Es como decir: ‘¡Redoble de tambores, por favor!’ Antes de que pase algo. Eso es mejor que los platillos. Así que gracias, Disney. ¡Lo prefiero!”.
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