
Toda la industria cinematográfica conoce a Elena Manrique. Ha ejercido de productora desde hace más de 20 años y ha estado detrás de proyectos como Kiki, el amor se hace o de otros éxitos del cine nacional e internacional como Celda 211 o El laberinto del fauno.
Ahora, debuta como directora, aunque ya había hecho algún experimento en el cine ‘low cost’ dentro del proyecto Little Secret Film, con Cinema, Verité, Verité (2013). Su ópera prima se titula Fin de fiesta y en ella se encarga de imprimir buena parte de su personalidad arrolladora para componer la historia de una joven mujer migrante (que se hace pasar por chico) que llega en patera a un pueblo de la costa y se refugia en una señorial casa andaluza donde permanecerá presa. Y es que su dueña, una señora con mucho dinero, mucho tiempo y pocos amigos, no solo se encargará de darle cobijo, sino que querrá tenerla a su disposición como si fuera de su propiedad.
“Yo siempre había querido dirigir, pero a veces no tienes más remedio que trabajar para buscarte la vida y el mundo de la producción es muy sacrificado, cuando te metes en un proyecto, son más de dos años y muy absorbentes, no tienes tiempo para preparar tus cosas”, cuenta Elena Manrique a Infobae España.
Por eso, cuando comenzó la pandemia tuvo tiempo para escribir. “Al final ha pasado cuando tenía que pasar. Y, toda la experiencia que habían acumulado la he podido utilizar en esta película para hacerla lo mejor posible”
Lucha de clases en un cortijo andaluz
Fin de fiesta transcurre de forma íntegra dentro del espacio que conforma la casa señorial, entre el interior de la mansión y los impresionantes jardines que la rodean. Y, básicamente, nos encontramos con tres protagonistas: la señora Carmina (Sonia Barba), su asistenta Lupe (Beatriz Arjona) y la joven inmigrante (Edith Martínez Val). Ah, y también un pavo real que se pasea por el espacio y que formaba parte de la propiedad.

“Yo cuando me enfrento a una historia no pienso en el dinero. Pero es verdad que, en esta ocasión, me ha salido una cosa muy intimista. Creo que yo estaba en un momento también introvertido, porque era la pandemia, y me salió de esa manera, no la pensé fríamente para que fuera más o menos barata”.
Manrique quería hablar de las dinámicas de poder y de los privilegios de clase. “La inmigración me servía para hacer un retrato de dónde se sitúa casa uno en la escalera social. El emigrante está en el último peldaño, después estaría la clase trabajadora, a la que representaría Lupe, y por último, la aristocracia, que está claramente en decadencia, en descomposición. A mí me gusta pensar que falta la clase media, que la representarían los espectadores”.
A la directora le molesta especialmente que se haya instalado el discurso de que las clases populares odian a los emigrantes. “Las clases trabajadoras siempre se han ayudado entre sí y para mí era importante mostrar el acercamiento al otro, dejar de verlo como una amenaza”.
Un cuento sobre el racismo seleccionado en el Festival de Toronto
Otra de sus obsesiones era importante encontrar el tono adecuado. “Me gusta decir que empieza casi como una película de Ken Loach y termina como una de Gaspar Noe”, ríe. “Pero es cierto que no quería brocha gorda, tampoco que todo se quedara en una parodia. Era importante encontrar un lenguaje interno, un ritmo para que la historia avanzara y, además, en los momentos adecuados. No fue fácil encontrar ese tono, y no salió hasta probar muchas cosas en la sala de montaje. No podíamos dejar que lo cómico se comiese la parte emocional, por eso, ese plano siempre estuvo muy presente para nosotros”.
Para Manrique, Fin de fiesta es una especie de cuento con una bruja como la de Hansel y Gretel que encierra a su presa para ir devorándola poco a poco. “Me gusta pensar que es una especie de fábula de Esopo y que la historia está contada desde el punto de vista del pavo”, continúa con la ironía que le caracteriza.
Fin de fiesta fue seleccionada para participar en el Festival de Toronto y en Valladolid ganó el premio a la mejor nueva dirección. Además, el American Film Institute la seleccionó entre las 25 películas del año. ¿Le hubiera gustado estar nominada en los Goya? “Por supuesto, pero es lo que hay. Mira, a Marisa Paredes, solo le dieron un Goya de Honor. Así que me gusta ser parte de la leyenda negra. Lo que sí me duele es que la gente que vota en los Goya no busque la excelencia. No es posible que nominen a mejor fotografía, mejor sonido, mejores efectos digitales a películas que no se lo merecen. Creo que se debería votar por departamentos”.
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