La actriz Chiara Mastroianni siempre ha tenido que cargar con el mito de sus respectivos progenitores, Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni, así como con el parecido físico que guarda con este último. ¿Y si Chiara se convirtiera en Marcello? ¿Y si un día se mirara al espejo y viera la cara de su padre?
Esta es la ‘marciana’ premisa con la que comienza Marcello Mio, la última película de Christopher Honoré que no se puede circunscribir a ninguna convención establecida porque está dispuesta a romper con todas las expectativas: no es un ‘biopic’, pero sí que contiene elementos autobiográficos y, sobre todo, se nutre de unos personajes reales, o lo que es lo mismo, del núcleo familiar e íntimo de la propia Chiara, para construir a su alrededor un impensable mecanismo narrativo.
El clan Mastroianni y el juego de máscaras

La película se presentó en el pasado Festival de Cannes y en ella aparece Chiara Mastroianni, su madre, Catherine Deneuve, el que fuera su marido, el compositor Benjamin Biolay y su primer novio, el actor Melvin Poupaud. Además, encontraremos, como compañero de pesquisas de la protagonista (ambos componen un dúo cómico delicioso) a Fabrice Luchini y a la directora Nicole Garcia, que rueda una película con ellos.
Por supuesto, Marcello Mio se encuentra en todo momento dentro de ese compartimento denominado ‘cine dentro del cine’, ya desde su primera secuencia, en la que se recrea la famosa escena de La dolce Vita (1960), de Federico Fellini, en la Fontana di Trevi, que tendrá una importancia fundamental a lo largo del filme, como una de esas imágenes que quedan para siempre incrustadas en el imaginario colectivo y que tienen un significado imborrable en la memoria cinéfila. Hay más homenajes, como a Luchino Visconti y Noches blancas, o a Una jornada particular, de Ettore Scola.

Decía Christophe Honoré en el Festival de Cannes, que para él era una oportunidad de trabajar de nuevo con Chiara Mastroianni (juntos ya habían colaborado en cinco ocasiones, en Las canciones de amor, Haciendo planes para Lena, Hombre en el baño, Les Bien-Aimés y Habitación 212), pero se atisba algo más detrás de esta decisión en la que encontramos muchas más capas de lo que parece.
Porque Marcello Mio no solo le da la oportunidad a Honoré de jugar con las máscaras, con la verdad y la mentira, la ficción y la realidad, sino también de componer una obra inclasificable en la que hay canciones, elementos surrealistas, caricatura consciente, esperpento y, por supuesto, una reflexión sobre la identidad y el peso de la herencia. También supone un acto de amor a la interpretación, lo que supone meterse en la piel de un personaje y, en el caso de Chiara Mastroianni, un ejercicio sin red a la hora de convertirse en su padre.
En realidad, Honoré ha construido una fábula que se aparta del elemento realista y que apuesta por la ensoñación, por la fantasía, por el cine en todas sus manifestaciones que tienen que ver con la memoria íntima y compartida.
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