José Luis Sorolla
Zaragoza, 26 may (EFE).- La previsión del Real Zaragoza, al comienzo de su duodécima temporada consecutiva en Segunda división y con el mito de Víctor Fernández en el banquillo, no pasaba por sufrir hasta límites insospechados para sobrevivir a la categoría, sino estar metido en la pelea por reverdecer viejos laureles.
Las cosas se fueron torciendo y un partido antes de acabar 2024, el técnico zaragozano dio la espantada ante un equipo con el que no terminaba de hacerse y que había entrado, en aquel momento, en un suave declive.
El interino David Navarro, solo dirigió al equipo un partido, cerró el año con una victoria que, como muchas otras que se han sucedido con el paso de los meses y a pesar de la constatada carencia de calidad en el juego, ahora se contemplan como vitales para haber logrado sobrevivir a un año, otro más, para olvidar.
Llegó el canario Miguel Ángel Ramírez y no resistió en casa ni la primera prueba del algodón, tras un primer partido lejos de La Romareda que escoció y mucho a la afición blanquilla por su timorato planteamiento.
Llegó el debut ante su público y de nuevo con una disposición de juego que nadie entendió, se quería más agresividad, ya se pidió en ese primer partido su cese y su salida de la entidad. Todavía nadie pensaba que lo peor estaba por llegar y que se iba a estar al borde del abismo como no se había estado los once años anteriores.
En el club lo aguantaron como buenamente pudieron, pero con cada vez menos sustentos, y acabaron por cesarlo diez jornadas después y acompañado del director deportivo, Juan Carlos Cordero, artífice y cerebro de una plantilla que amenazaba el más sonoro de los desastres. Por el camino incluso se prescindió en el mercado de invierno del hasta aquel momento máximo goleador Iván Azón y del centrocampista Marc Aguado.
El equipo cayó al puesto que cerraba la permanencia en la jornada 29 y hasta la penúltima, la 41 y con su triunfo ante el Deportivo no lo ha abandonado. Ante el Castellón, que es el que ahora la ocupa, se jugará el acabar asomado al abismo o incluso ganando la posibilidad de mejorar algunos puestos.
Llegó como recambio de absoluta emergencia, a pesar de su bisoñez como técnico de elite pero con un reconocido pasado zaragocista, Gabi Fernández. Tenía doce partidos por delante de una exigencia máxima y un reto: salvar al equipo de un descenso que lo dejaría por primera vez en sus 93 años de existencia fuera del fútbol profesional.
Gabi reconoció que cuando llegó hubiese firmado poder tener asegurada la salvación, como lo hizo este domingo ante el Deportivo a falta de una jornada, pero también que la mastodóntica tarea a la que se estaba enfrentando "me está quitando años de vida".
"Cuando llegué parecía que daba miedo jugar en casa", dijo sobre lo que la afición zaragocista le exigía a su equipo, aunque finalmente ha sido uno de los principales apoyos, sobre todo ante Cartagena y Deportivo, para sumar los dos últimos triunfos que verá el estadio de La Romareda antes de su completa demolición.
El técnico madrileño ya dejó entrever que su intención es continuar en el banquillo del Real Zaragoza y la ingente tarea pasa por reconstruir al equipo prácticamente desde cero, exactamente igual que sucede con el campo que volverá a construirse sobre el mismo espacio que ha ocupado los últimos 68 años.
Al menos se ha ganado junto al resto de la plantilla, ya sin nada en juego lo mismo que el Castellón, el privilegio de ser los primeros en cerrar la temporada. La Liga ha fijado el partido de Castalia como el primero a disputar en la última jornada este viernes a partir de las 20:30 horas. EFE
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