Miguel Ramos
Castro Urdiales (Cantabria), 13 abr (EFE).- Faltan apenas unos días para que la liturgia del Viernes Santo detenga una vez más el tiempo y el espacio en la 'Jerusalén' cántabra de Castro Urdiales, con sus más de 700 personajes reales que interpretan con pasión las últimas horas de la vida de Jesucristo.
Son actores no profesionales, en su mayoría vecinos del municipio o de otros lugares de Cantabria. También llegados de comunidades limítrofes como País Vasco y Castilla y León y, sobre todo, incondicionales que desempolvan sus túnicas y regresan a lo que fue su hogar sólo para sentir ese momento tan especial que les reúne en Semana Santa.
"Somos como una familia que nos vemos de año en año", explica a EFE uno de los protagonistas de la representación, Alejandro Calvo, quien encarna por segunda vez a Jesús de Nazaret en esta 41 edición de la Pasión Viviente.
Normalmente, los papeles principales de Jesús, la Virgen María o el discípulo Juan suelen recaer en caras nuevas pero, a veces, surgen estas oportunidades para quienes, desde siempre, están ligados a la celebración.
No en vano, Alejandro de pequeño hizo de niño Jesús en un Belén Viviente durante unas navidades y su padre ya interpretó a Cristo en la Pasión Viviente de 1994.
En ese caso el padre real de este Jesús será el Cirineo que le servirá de auxilio durante los momentos difíciles de la puesta en escena.
Su madre en la vida real asumirá el papel de la Virgen María para dotar de más realismo a los personajes, como suele ocurrir en cada entrega.
Y su hermano le acompañará como uno de los ladrones crucificados en el monte Calvario.
Con la misma "ilusión" con la que portó el madero y la corona de espinos en 2017, Alejandro cree que ahora ha "madurado" en el aspecto mental, aunque reconoce que carece de parte del arrojo de ese joven de entonces que, con 22 años, "tiraba con todo sin miedo a lo que pasara".
"Al final sabes lo que tienes que hacer desde el minuto uno. Aunque voy nervioso y, lógicamente, hay fallos en la interpretación que se corrigen", matiza Alejandro, que no ceja en pulir el más mínimo "detalle" y darle "mil vueltas a las cosas" para que todo salga lo mejor posible.
La última cena, el prendimiento, la flagelación, el viacrucis, la crucifixión o la resurrección son algunos de los numerosos actos con vaivenes emocionales que aglutinará esta representación a lo largo de las más de cuatro horas de puesta en escena.
Entre otros, Alejandro destaca el encuentro con el grupo de leprosos como una de las partes más emotivas de la representación dada la caracterización de los personajes.
De cara a desenvolverse a la perfección en cada escena, lleva desde el 20 de enero practicando cada uno de los pasos y, pese a que le da "pena" que se acabe esta segunda aventura, aguarda expectante al momento final para "cerrar el círculo" y celebrar el esfuerzo del equipo "por todo lo alto".
"Me considero igual de importante en la representación que el último que toca el tambor o el que sale de niño entre el pueblo. No soy más que nadie", admite.
Sólo pide que el Viernes Santo haga "buen tiempo" para que las caracterizadas calles y plazas icónicas de Castro Urdiales atraigan a miles de curiosos y disfruten de este acontecimiento singular, nacido desde el sentimiento de un pueblo y declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional. EFE
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