Nerea Díaz
Madrid 12 abr (EFE).- Desde las profundidades del mar a las mejores mesas viajan los caldos que se producen en bodegas submarinas en Valencia, Tarragona o Vizcaya, producciones pequeñas, pero que van en auge, de vinos convertidos en artículos de lujo tras macerar en la oscuridad más absoluta y mecidos por las corrientes.
El mar culmina las elaboraciones de vino que producen normalmente viticultores locales y pasan una primera etapa en bodegas tradicionales en superficie.
Es el caso de la bodega Crusoe Treasure, que nació hace 15 años con un arrecife artificial en el mar Cantábrico, a la altura de la bahía de Plentzia (Vizcaya); allí la temperatura es bastante similar a lo que puede ser una bodega tradicional, según ha explicado a Efeagro el fundador de la bodega, Borja Saracho.
Trabajan a favor de estos vinos la oscuridad constante, los cambios de presión continuos y las mareas, un factor "muy interesante" pues cada seis horas hay cuatro metros de agua que suben y bajan.
Al final, se genera un escenario absolutamente diferente al de una bodega tradicional, explica el experto, con una presión parcial de oxígeno en el interior de la botella, que cambia y se incrementa.
Y esto se debe, a juicio de Saracho, a las pequeñas partículas que entran a través del corcho al interior de la botella, que no dejan pasar ni sal ni agua.
El resultado final son vinos "muy distintos, sedosos y suaves" que en cifras suponen unas 20.000 botellas por añada y una facturación por debajo de un millón de euros.
El Mediterráneo, la cuna de los vinos submarinos catalanes
Estos arrecifes llenos de vino y vida también se localizan en el Mar Mediterráneo de la mano de la Bodega del Mar situada en el municipio de Vilella Alta (Tarragona), que nació en 2021 gracias a Marión Hug y Manuel López.
Esta bodega submarina arrancó su producción hace cuatro años con alrededor de 60 botellas anuales y hoy ya generan 400 botellas por ejercicio.
Su bodega submarina está a 25 metros bajo el mar, con presión y corrientes marinas que generan "microvibraciones", lo que supone que el vino evoluciona de manera distinta, ha detallado Hug.
Reconoce, no obstante, que el resto de condiciones que se dan bajo el agua coinciden con las de cualquier bodega, esto es: la ausencia de luz y una temperatura constante de 13 grados.
Sin embargo, gracias a esta "crianza submarina", por ejemplo, su vino tinto "integra más los taninos" lo que "acelera la evolución del vino alrededor de tres a cuatro veces" dando como resultado un vino "más redondo, más complejo pero a la vez mantiene la frescura de los aromas", abunda.
Otro ejemplo es Elixsea, un proyecto que nació en 2016 y que tras sumergir sus primeras botellas en Cataluña en 2020 con una producción de 1.800 botellas, se trasladaron a Calpe (Valencia) con una concesión de bodega submarina hábil hasta 2046, detalla una de los fundadores del grupo, Mariona Alabau.
Coincide en que los factores que afectan al vino son "físicos" porque en el mar hay una "microgravedad" y las botellas están en constante movimiento, además de expuestas a las microvibraciones que generan "un cambio real".
Tras el inicio se esa "pequeña producción" ahora elaboran entre 7.000 y 9.000 botellas anuales, en función de la demanda de los clientes.
Hasta hace un año el 95 % de sus ventas iban a mercados como Alemania, Reino Unidos y Estados Unidos; por ahora, no han notado los efectos de la guerra comercial iniciada por Estados Unidos.
Así el mar termina el trabajo que arranca en la tierra para conquistar los paladares más exigentes en un sector milenario, como el del vino, que sigue innovando y avanzando hacia el futuro en todas las circunstancias. EFE
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