
¿Por qué los pobres votan a los ricos? ¿Cómo es posible que trabajadores precarizados acaben idolatrando a millonarios cuyos intereses materiales están, aparentemente, muy lejos de los suyos? La pregunta, planteada por muchos, la ha respondido la antropóloga y divulgadora Candela Antón de Vez -y también actriz de Merlí- en sus redes sociales. “¿Es eso un masoquismo colectivo o estupidez?”, sostiene. “Es hegemonía cultural”.
Antón, conocida en redes como @candeliousfang, donde divulga antropología y evolución humana, parte de una paradoja clásica de la ciencia política: ¿por qué la gente vota en contra de sus propios intereses económicos? “La respuesta fácil es: ‘son tontos o han sido engañados’”, afirma en un vídeo publicado en su cuenta de TikTok que acumula ya más de 1,2 millones de visitas solo en la aplicación china.
La divulgadora cita al intelectual, filósofo, político y teórico marxista Antonio Gramsci en la publicación de 1971 Selections from the Prison Notebooks of Antonio Gramsci, escritos entre 1929 y 1935, cuando estaba en prisión durante el régimen de Mussolini. Este definió la “hegemonía cultural”.
“El poder más eficaz es aquel que te convence de que su visión del mundo es la única posible”, explica. Ese marco permite comprender por qué tantas personas adoptan valores que benefician a élites concretas sin que medie coerción. “Es la que te vende aspiración en lugar de redistribución, la que te vende meritocracia en lugar de igualdad de oportunidades y, lo más brillante, la que te hace creer que estas ideas son todas tuyas”, añade.
“El poder más eficaz es aquel que te convence de que su visión del mundo es la única posible”
La antropóloga también recuerda el célebre trabajo de la investigadora Aihwa Ong en Spirits of Resistance and Capitalist Discipline (1987), que hizo sus investigaciones en las fábricas malayas de los años ochenta. Ong identificó que las mujeres obreras sometidas a duras condiciones laborales defendían a sus empleadores con convicción. No había amenazas ni disciplina represiva. Simplemente, habían interiorizado la idea de que la jerarquía era justa y que “el éxito del jefe era progreso para todos”.
Con esto menciona al sociólogo francés Pierre Bourdieu y su concepto de “violencia simbólica”, definido como una forma de dominación que opera sin necesidad de fuerza bruta. “Dale una vuelta. ¿Cuántas veces has pensado: ‘Si trabajo duro, muy duro, seguro que triunfaré’? ¿Cuántas veces has admirado a un millonario ‘hecho a sí mismo’? ¿Cuántas veces has sentido que el pobre es pobre porque ha hecho algo mal? Todas estas ideas están beneficiando a alguien muy concreto”, reflexiona.
“¿Cuántas de mis opiniones son realmente mías y cuántas están legitimando que el sistema siga rodando?”, añade. Esa introspección, sugiere, es clave para comprender cómo se reproduce el orden social y por qué tantos votantes abrazan discursos de élites económicas que prometen aspiración en lugar de redistribución o meritocracia en lugar de igualdad real de oportunidades.
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