
El medioambiente es un tema que ocupa un puesto cada vez más relevante entre los asuntos de actualidad. Problemas como el calentamiento global y fenómenos atmosféricos, que a veces se transforman en desastres naturales, han puesto en alerta a la sociedad, que quiere estar más informada y saber cómo contribuir a un cambio positivo.
Entre los problemas más vigentes a los que se enfrenta la humanidad es el uso de plástico, un material difícilmente biodegradable, y cuya producción genera una huella de carbono significativa.
En este panorama de incertidumbre, muchos científicos están trabajando para encontrar alternativas a este material, preservando sus cualidades. Un ejemplo es Jacqueline Prawira, estudiante en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), que decidió mirar hacia un lugar inusual: los restos del mercado de pescado.
Una solución poco esperada
La industria pesquera genera cada año millones de toneladas de residuos en forma de vísceras, escamas, pieles: muchas de ellas, rara vez se aprovechan. Un uso alternativo que les ha dado Jacqueline ha sido desarrollar de las escamas un film biodegradable, con propiedades sorprendentemente similares a las del plástico tradicional: el material es resistente, flexible y liviano, informan desde EcoInventos.
“Espero que podamos tener una vida cotidiana más en sintonía con el medio ambiente”, comparte Prawira en una publicación del propio instituto. “Para que no siempre tengamos que elegir entre la comodidad de la vida diaria y la necesidad de ayudar a proteger el medio ambiente”.
Sin embargo, lo más sorprendente de esta invención es que no se acumula en vertederos, no flota en los océanos durante décadas. Por lo contrario: en condiciones de compostaje, se desintegra sin que haga falta intervenir de forma externa, cerrando el ciclo de vida del material de forma natural.
Un material con mucho potencial
Es importante tener en cuenta que no todos los bioplásticos son iguales: mientras algunos requieren condiciones industriales específicas para degradarse, otros, aunque compuestos por materiales naturales, dejan huella si terminan en el entorno equivocado. Jacqueline ha inventado un enfoque completamente distinto.
El uso de escamas de pescado, que son ricas en colágeno y quitina, no solo evita competir con cultivos alimentarios (como ocurre con el bioplástico a base de maíz), sino que incentiva un segundo uso a un desecho abundante y subvalorado. El resultado: un material versátil, ideal para productos de un solo uso como bolsas o envases, que no compromete la salud del planeta.
Si el producto se escala adecuadamente, podría reducir la dependencia del petróleo en la fabricación de plásticos, sobre todo en sectores como el comercio minorista o la distribución alimentaria, en los que los envoltorios de usar y tirar son la norma.
Usos que van más allá del plástico
Pero Jacqueline no destaca solo por su ingenio, sino también por su visión sistemática. Además de su trabajo con bioplásticos, la estudiante también participa en el laboratorio del profesor Yet-Ming Chiang, donde ha contribuido a otro proyecto clave: una alternativa de bajo carbono para fabricar cemento.
Se trata de un proceso conocido como silicate subtraction, que reduce la necesidad de altas temperaturas, y, por ende, de combustibles fósiles, facilitando la formación de compuestos minerales de forma más eficiente. Es un proceso que podría disminuir drásticamente las emisiones de CO₂ del sector de la construcción, responsable de aproximadamente el 8 % de las emisiones globales.
La misma tecnología se ha adaptado para extraer litio sin producir residuos tóxicos, un avance clave en plena transición hacia baterías más sostenibles. La iniciativa ya se ha convertido en una empresa llamada Rock Zero, lo que indica que estas innovaciones no se quedarán en el laboratorio.
Inspiración personal con impacto global
Un lugar que le sirvió de inspiración fueron los mercados asiáticos que Jacqueline visita con su familia, donde reparó en la textura y resistencia de las escamas desechadas. Esa observación atenta le permitió descubrir valor donde otros solo ven basura.
Este tipo de innovaciones abre la puerta a una economía circular auténtica, en la que los materiales no solo se reciclan, sino que se crean desde el inicio pensando en su final de vida. El uso de subproductos orgánicos como base para nuevos materiales podría replicarse en numerosas industrias, desde la moda hasta la construcción, y en los últimos años ha habido varios ejemplos de inventos parecidos.
Además, como no necesita infraestructuras de compostaje industrial, podría usarse incluso en regiones con recursos limitados. Las bolsas de supermercado, envases o cubiertos que se desintegran con la lluvia y el sol ya no es ficción: es el resultado de un diseño inteligente que respeta los límites del planeta.
Pero lo más importante del invento de Jacqueline Prawira es darse cuenta de que no es necesario escoger entre comodidad y sostenibilidad. Podemos vivir bien sin hacerlo a costa del medioambiente. Solo hace falta más ciencia concienciada… e inspiración del mundo que nos rodea.
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