
Siete años después de la última fotografía conjunta de los ocho nietos de don Juan Carlos y doña Sofía —aquel posado frente a Zarzuela en noviembre de 2017— la familia volvió a verse este sábado, esta vez sin cámaras ni protocolo, en un almuerzo privado celebrado en el Palacio de El Pardo. Aunque no se difundieron imágenes, el encuentro tenía una relevancia que traspasaba lo meramente familiar: formaba parte del fin de semana de celebraciones por el Toisón de Oro concedido a la reina Sofía y coincidía con la tormenta mediática generada por las memorias del rey emérito, que verán la luz en nuestro país a principios de diciembre.
Desde primera hora de la mañana se intuía que no se trataba de una reunión cualquiera. El padre de Felipe VI aterrizaba en Madrid desde Abu Dabi con la intención expresa de estar presente en el homenaje a su esposa. Su llegada al Palacio de El Pardo, la primera de la jornada, generó comprensible interés: leve saludo, gesto serio y un acceso rápido al recinto.
Tras él fueron desfilando distintos familiares: la infanta Elena junto a Froilán, la reina Sofía acompañada por la infanta Cristina, varios miembros de la rama griega —entre ellos Ana María y Pablo de Grecia con Marie-Chantal— y representantes del entorno Gómez-Acebo. El goteo continuó hasta que, ya casi al final, aparecieron los reyes con Leonor y Sofía en el coche oficial, ventana bajada y sonrisas para los curiosos.

Si había un punto de atención especial era ese: los ocho nietos juntos, después de años en los que sus caminos se han separado por estudios, trabajos y residencias en distintos países. Leonor, instalada este curso en la Academia General del Aire en Murcia; la infanta Sofía, inmersa en sus estudios universitarios en Lisboa; Juan en Londres, Irene en Oxford, Froilán en Abu Dabi, Pablo asentado en Barcelona y Miguel de vuelta en Madrid tras su formación en Southampton. Un mosaico geográfico que hace difícil coincidir siquiera un fin de semana.
Aun así, la convocatoria surtió efecto. La mayoría llegó en un mismo vehículo, entre bromas y complicidad, con el hijo mayor de la infanta Elena uniéndose después. Victoria Federica, fiel a su estética personal, optó por un estilismo vibrante en tonos magenta y azul oscuro; Irene aparecía con una combinación en rojo y línea juvenil; las hermanas Borbón Ortiz apostaban, cada una a su estilo, por looks discretos y pulidos. La escena, a pesar de no ser fotografiada de manera oficial, dejó la impresión de que el vínculo entre ellos sigue intacto.

El trasfondo emocional de la jornada
El almuerzo no podía desligarse del contexto en el que se producía. Apenas 24 horas antes, Felipe VI había impuesto el Toisón de Oro a su madre, en un acto solemne en el Palacio Real al que no acudieron ni Elena ni Cristina. Tampoco podía ignorarse la publicación de Reconciliación, el libro en el que don Juan Carlos se explaya sobre sus desencuentros familiares, la marcha a Abu Dabi y episodios clave de su reinado. Esa tensión previa convirtió la comida en una especie de pausa pactada: un momento en el que todos debían compartir mesa, conversación y sobremesa durante varias horas.
Una vez concluido el cóctel inicial en el salón de los Austrias, los invitados pasaron a un menú discreto de dos platos y postre. Durante la comida, la reina Letizia permaneció prácticamente todo el tiempo cerca de Leonor y Sofía. “Personas que estaban en el interior me cuentan que doña Letizia no se separaba de sus hijas, que la princesa y la infanta estaban de manera permanente con ella, y todo el mundo se ha acercado a saludarlas", explicaba en Fiesta Alejandro Entrampasaguas.

El discurso del rey y un gesto que no pasó desapercibido
Fue precisamente durante el postre cuando Felipe VI tomó la palabra. Con brevedad, pero visiblemente emocionado, dedicó unas palabras a sus padres. En ese breve discurso mezcló recuerdos familiares e ideas institucionales, agradeciendo a la reina Sofía su medio siglo de compromiso con la Corona. También dirigió unas frases a su padre, lo que provocó una reacción sincera tanto en don Juan Carlos como en la Emérita.
Paradójicamente, uno de los detalles más comentados no sucedió durante la comida, sino a la salida. Aunque los reyes habían llegado juntos con sus hijas, fue Felipe VI quien abandonó el recinto en solitario. No se sabe cómo salieron Letizia, Leonor y Sofía, lo que ha alimentado el misterio. El gesto, sin embargo, devolvía de algún modo cierta ortodoxia al protocolo, que recomienda que monarca y heredera no compartan vehículo.

Otro momento que llamó la atención ocurrió cuando la reina Sofía dejó el palacio después de la sobremesa. Si había entrado acompañada por la infanta Cristina, a la salida fueron sus nietas —Irene y Victoria Federica— quienes ocuparon los asientos más cercanos a ella. Una imagen sencilla, casi doméstica, pero que transmitía cercanía y cuidado hacia la figura que centraba la celebración familiar.
Además del núcleo más conocido, hubo otras presencias destacadas que reforzaron la idea de reunión amplia: Ana de Orleans, Teresa de Borbón-Dos Sicilias, los príncipes Pablo y Marie-Chantal, Kubrat de Bulgaria —que llamó la atención al llegar en un deportivo— o familiares muy vinculados al emérito, como Simoneta Gómez-Acebo o María Zurita. La representación helena, cercana de manera tradicional a la reina Sofía, fue especialmente visible.

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