
¿Qué sucede si al entrar en una habitación a oscuras, encuentras una vela encendida? Te das cuenta enseguida de la llama prendida. Sin embargo, si el cuarto está completamente iluminado, ¿cuánto puedes tardar en darte cuenta de que hay una vela alumbrando?
Esta lógica se aplica a muchos otros aspectos de nuestra vida: el peso, el tiempo, el tamaño o la altura de las cosas que nos rodean. Por ejemplo, es mucho más fácil distinguir entre 100 gramos y 120 gramos que entre 200 gramos y 220 gramos.
Puede parecer un efecto ilusorio, como el del vestido azul y dorado, que se hizo tan popular hace unos años. Sin embargo, se trata de un fenómeno científico demostrado, conocido como la ley de Weber. Según esta ley, cuando se comparan dos estímulos pequeños, una diferencia mínima es suficiente para distinguir entre ellos. Sin embargo, si son grandes, la diferencia también tiene que serlo para que se pueda distinguir entre ellos.
El tiempo se mide en experiencias
Este concepto se hace aún más interesante si se trata del tiempo que ha trascurrido: “Cuantos más años tienes, más rápido pasa el tiempo y es culpa de tu cerebro”, explica Inés Moreno Sánchez, traumatóloga en Hospital Universitario Clínico San Cecilio, en un reciente vídeo publicado en la red social TikTok.
La doctora explica que para los niños, cada experiencia es distinta, única, inolvidable: aprender a montar en bicicleta, viajar, el primer amor, la primera película. Se trata de momentos fundamentales en la vida que el cerebro intenta grabar, hasta el más mínimo detalle: “Por eso la infancia parece infinita”.
En la edad adulta, sin embargo, muchos momentos empiezan a repetirse: la rutina hace que todos los días vayamos al trabajo, comamos lo mismo, hagamos las mismas cosas, o incluso que veamos la misma serie una y otra vez. Esta repetitividad ya no es tan estimulante, el cerebro sabe qué viene después y si no hay ninguna novedad, comprime el tiempo: “Literalmente, salta frames de la película”, explica la traumatóloga.
La neurociencia y el paso del tiempo
Siguiendo la ley de Weber, una vez que seamos mayores, se nos hace más difícil distinguir entre pequeños periodos de tiempo: cada año que pasa añade perceptualmente menos al total de nuestra vida que un año cuando somos niños de corta edad. Por ejemplo, cuando cumplimos tres años, añadimos un tercio más a nuestra vida, pero cuando cumplimos cincuenta, tan solo añadimos 1/50, explica la matemática Hannah Fry en un vídeo en el canal de YouTube de Numberphile.
Ella pone otro ejemplo práctico: “Un período de seis meses entre rejas se siente mucho más que un plazo de tres. Pero una pena de 20 años y tres meses no se percibe mucho más que otra de 20 años”.
Inés añade que, según la neurociencia, el tiempo no se mide en segundos, sino en experiencia: “Tu cerebro deja de grabar y por eso los años se sienten más cortos”. Según ella, la mejor manera de “alargar” la vida es cambiar la rutina, dedicarse a nuevas actividades que expongan al cerebro a más estímulos: “La eternidad no está en tu reloj, está en tu corteza prefrontal.”
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