Una biomédica aclara la veracidad de la regla de los tres segundos para la comida que se ha caído al suelo: “¿Se ha contaminado realmente?”

La doctora Teresa Arnandis explica hasta qué punto esta creencia popular es un mito o tiene algo de realidad

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Una placa Petri con colonias
Una placa Petri con colonias de microorganismos. (Adobe Stock)

A menudo se escucha hablar de la llamada “regla de los tres segundos”, una creencia popular que sugiere que los alimentos que caen al suelo permanecen seguros si se recogen en los primeros tres segundos. La idea ha calado hondo en la cultura cotidiana, transmitida como un consejo práctico para evitar que la comida se contamine. Su sencillez y aparente lógica (cuanto más rápido se recoja, menos probabilidades de ensuciarse) la han convertido en un referente casi automático en hogares, colegios y espacios públicos.

Sin embargo, a pesar de su popularidad, esta norma sigue generando interrogantes desde el punto de vista científico. Teresa Arnandis, doctora en Biomedicina y Bioquímica, profesora, investigadora y divulgadora científica, ha explicado que es posible comprobar experimentalmente hasta qué punto esta regla “es un mito o tiene algo de realidad”.

La regla de los tres segundos, a prueba

En un vídeo publicado en su cuenta de Instagram (@ladyscienceofficial), la biomédica, a partir del experimento del microbiologista Bruno Brunetti, observa si el alimento, pese a recogerse antes de que pasen tres segundos, se ha contaminado realmente. Para ello, solo es necesario coger un trozo de comida que haya estado en contacto con el suelo (aunque hayan sido unos pocos segundos) y colocarlo sobre una placa Petri con agar.

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Esta herramienta, empleada habitualmente en laboratorios, es un recipiente redondo y transparente que contiene una sustancia gelatinosa derivada de algas marinas. Este medio permite que las bacterias y otros microorganismos crezcan y se hagan visibles a simple vista.

Para entender la dimensión de la contaminación de este alimento, se utiliza otro trozo de comida que no haya tocado la superficie del suelo. “Después de dejarlos incubando a 37 grados, podemos observar que el que ha caído forma gran cantidad de colonias bacterianas, mientras que el que no ha caído al suelo apenas contiene contaminación bacteriana”, explica la biomédica, observando el resultado del experimento. “Ahora ya sabes que lo que cae al suelo no se come”.

Al incubar las muestras a 37 grados (una temperatura similar a la del cuerpo humano), se recrean las condiciones idóneas para su desarrollo, lo que hace posible observar la contaminación en pocas horas. El resultado del experimento es contundente: incluso un contacto breve con el suelo basta para que se produzca transferencia bacteriana.

Diferencia de colonias bacterianas del
Diferencia de colonias bacterianas del trozo que no ha caído al suelo y el que sí. (@ladyscienceofficial/TikTok)

Esto ocurre porque las superficies, por muy limpias que parezcan, suelen albergar una gran cantidad de microorganismos procedentes del polvo, del ambiente o del propio tránsito de personas. La suela del calzado, por ejemplo, puede acumular bacterias que provienen del exterior y que se depositan luego en los suelos del hogar.

Diversos estudios microbiológicos han demostrado que esta transferencia es prácticamente inmediata y que el tiempo de exposición influye menos de lo que suele creerse. Lo que realmente determina la magnitud de la contaminación son factores como la textura del alimento, la humedad o la cantidad de bacterias presentes en la superficie. Un alimento húmedo o pegajoso, como una fresa o un trozo de pan con mantequilla, atraerá más microorganismos que otro más seco o duro, como una galleta o una nuez.

Aun así, la regla de los tres segundos ha perdurado gracias a su componente cultural y emocional. En muchas ocasiones se invoca como una justificación para evitar desperdiciar comida o como una forma de restar importancia a algo cotidiano. Sin embargo, experimentos como este sirven para recordar no se trata de cuánto tiempo pase, sino del mero contacto entre el alimento y el suelo. Lo que ocurre en esos breves segundos es suficiente para que las bacterias se adhieran y empiecen a multiplicarse.