
La fuga de cerebros es un fenómeno ampliamente conocido que afecta a jóvenes y no tan jóvenes de casi todos los ámbitos profesionales. La realidad que no está tan señalada es, quizá, el retorno de esa población por motivos diversos: ya sea el éxito laboral, el cansancio emocional o la añoranza del hogar. Un conjunto de estos tres motivos es el que subyace la vuelta a España de Rosie Mesa, tras una década de trayectoria profesional en el extranjero.
A sus treinta años, ha vuelto a casa de sus padres en València y se enfrenta a la incertidumbre de buscar empleo en un mercado que, según relata, no valora de igual forma la experiencia internacional. “Con treinta años, he vuelto a España sin faena y a casa de mis padres. Tengo claro que aquí no me pagarán lo mismo”, ha compartido Rosie Mesa en una entrevista con La Vanguardia. En esta, también ha tratado de resumir el reto de reinventarse tras alcanzar el éxito laboral fuera del país.
La historia de Rosie Mesa comienza en València, donde estudiaba Turismo y soñaba con explorar el mundo. Su primera experiencia internacional llegó con un Erasmus en Dublín, que se transformó en el inicio de una vida en el extranjero. Tras completar un máster en España, decidió mudarse a Londres, ciudad en la que ha residido durante ocho años. Su primer empleo en la capital británica fue como hostess en un hotel de cinco estrellas, un puesto que, según explica, en realidad equivalía al de camarera, aunque con una profesionalización y formación muy superior a la que había conocido en el sector hotelero español.
Los inicios en Londres no fueron sencillos. Rosie ha recordado que el primer año fue especialmente duro, tanto por la adaptación al idioma como por las dificultades para encontrar alojamiento asequible. Llegó a pagar 400 euros por compartir una habitación de 35 metros cuadrados con tres personas. A pesar de contar con un salario de unos 2.300 euros mensuales más propinas, el alto coste de vida en la ciudad le obligó a ahorrar durante años antes de poder independizarse junto a su pareja, de origen húngaro, a quien conoció trabajando en hostelería. El proceso de emancipación fue gradual: primero consiguió una habitación individual, después compartió casa con su pareja y, finalmente, ambos lograron alquilar su propio estudio, por el que llegaron a pagar 1.900 euros al mes cada uno, más facturas, en una zona lo más cercana posible al centro.
El coste personal de la vida en el extranjero
A pesar de las oportunidades laborales, Rosie ha subrayado en una conversación con La Vanguardia el precio personal que implica residir en una gran ciudad como Londres. La soledad y la temporalidad de las relaciones, tanto personales como profesionales, forman parte de la experiencia. Según ha relatado, es habitual que quienes llegan de fuera permanezcan solo una temporada antes de marcharse, y en el ámbito laboral, los cambios de empleo cada dos o tres años son frecuentes para mejorar las condiciones.
En 2022, tras una década fuera de España, la vida de Rosie dio un giro tras la pérdida repentina de un familiar. Este hecho, unido a un clima político cada vez más ajeno tras el Brexit, la llevó a replantearse su futuro y a decidir regresar a España. Ha lamentado no haberse informado mejor sobre la situación política y económica antes de mudarse a Londres, ya que desconocía que el referéndum del Brexit se había celebrado pocos meses antes de su llegada en 2017. Actualmente, considera que los salarios en el Reino Unido ya no compensan el elevado coste de vida y que ahorrar resulta casi imposible. “Al final, estás igual que en tu país -o, al menos, a España-, pero además sin los tuyos y sin el buen tiempo”, ha afirmado al periódico catalán.
El retorno a València no ha estado exento de dificultades. Tras tres años buscando empleo desde Londres sin éxito, Rosie decidió volver con la esperanza de mantener su trabajo a distancia, pero la empresa no se lo permitió. Ahora, se encuentra en situación de desempleo, a pesar de contar con un currículum amplio. Ha señalado que en España, a diferencia del Reino Unido, la sobre cualificación puede percibirse como una amenaza y dificultar la inserción laboral. Además, ha constatado el drástico aumento del coste de vida en su ciudad natal: mientras que durante su máster pagaba 180 euros por una habitación, hoy el precio en la misma zona no baja de 1.200 euros. Esta situación la ha llevado a regresar al domicilio familiar, al menos hasta lograr cierta estabilidad y poder independizarse de nuevo junto a su pareja, que también ha decidido mudarse a España.
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