
Corinna Larsen vuelve a estar en el centro del foco mediático tras la publicación de fragmentos de las memorias de Juan Carlos I, Reconciliación, en las que el monarca reconoce que su relación con la empresaria alemana marcó un punto de inflexión en su vida y en su reinado. El propio emérito admite que aquel vínculo sentimental “fue un error devastador”, una confesión que, inevitablemente, ha devuelto a Larsen al escaparate público.
Mientras el padre de Felipe VI intenta recomponer su reputación desde Abu Dabi, Corinna —que el próximo enero cumplirá 61 años— mantiene una vida alejada del bullicio, instalada en Londres. Desde allí dirige sus negocios y cultiva una imagen sofisticada, más propia de la aristocracia europea que de la mujer que un día fue protagonista de uno de los mayores escándalos de la monarquía española.
Según los registros mercantiles británicos, la empresaria continúa residiendo en el Reino Unido, donde ha fundado una nueva firma, Audienzia Group Limited, una consultora especializada en gestión patrimonial y relaciones institucionales. Lo ha hecho utilizando de nuevo el apellido Sayn-Wittgenstein, perteneciente a su segundo marido, el príncipe Casimir, de quien se divorció en 2005. Recuperar ese apellido parece haberle permitido mantener su aura aristocrática, algo especialmente útil en los círculos empresariales de la élite londinense.
Corinna vive en el exclusivo barrio de Belgravia, a escasos metros del Palacio de Buckingham. Su vivienda, adquirida en 2009 por unos once millones de euros, es un elegante piso victoriano decorado con piezas de arte y mobiliario de diseño a cargo del prestigioso interiorista Jonathan Reed, conocido por trabajar para familias reales de Oriente Medio. Además, posee una mansión campestre en el condado de Shropshire, que compró en 2015 y actualmente intenta vender por una cifra que duplica su valor inicial.
La danesa-alemana, que en su día fue asesora de imagen de Charlene de Mónaco, continúa moviéndose con soltura entre empresarios y filántropos de la alta sociedad europea. En paralelo a sus negocios, se muestra cuidadosa con su imagen pública: es habitual verla en eventos benéficos o culturales con un estilo pulido y juvenil. Según Semana, confía su aspecto a los mejores especialistas en medicina estética de Londres. Su rostro revela los efectos de tratamientos de lifting, toxina botulínica y rellenos de ácido hialurónico, procedimientos con los que mantiene su apariencia impecable.

Del amor al escándalo
Su historia con Juan Carlos I comenzó en 2004, en un contexto de viajes, cacerías y encuentros discretos. Durante casi ocho años, Larsen fue su compañera más cercana, hasta el punto de que el propio monarca llegó a plantearse formalizar la relación. El idilio, sin embargo, se quebró abruptamente en 2012, tras el viaje a Botsuana, donde el rey sufrió una caída que destapó su romance y precipitó una crisis institucional sin precedentes.
Poco después se conoció la donación de 65 millones de euros que el Emérito había transferido a Corinna desde cuentas suizas, un episodio que intensificó las sospechas sobre su fortuna y su gestión patrimonial. Desde entonces, las relaciones entre ambos se volvieron tensas y, con el paso del tiempo, terminaron en enfrentamientos judiciales y mediáticos.
Tras la ruptura, Corinna no dudó en hablar públicamente sobre su relación con el rey. Participó en entrevistas, filtró detalles íntimos y llegó a producir un pódcast titulado Corinna y el Rey, en el que relataba su versión de los hechos y aseguraba haber sido objeto de “acoso” por parte del entorno del monarca. Sin embargo, la justicia británica terminó desestimando sus acusaciones y dando la razón a Juan Carlos I.
La empresaria mantiene también un perfil humanitario. Es cofundadora de la Authentics Foundation, una organización dedicada a la lucha contra el blanqueo de capitales y las redes de explotación infantil. Aunque sus proyectos no siempre han tenido continuidad, le sirven para reforzar su imagen de mujer comprometida con causas globales.
Una familia de sangre azul
Nacida en Frankfurt en 1964, hija de un empresario danés-húngaro y de una alemana, Corinna fue educada en Suiza y creció en un ambiente cosmopolita. De su matrimonio con el príncipe Casimir zu Sayn-Wittgenstein tuvo a su hijo Alexander Kyril, hoy de 23 años, que reside en Edimburgo y cursa estudios universitarios. Según quienes le conocen, mantiene una relación cordial con el emérito, a quien considera una figura cercana desde su infancia.
Antes de su enlace con Casimir, Corinna estuvo casada con el empresario británico Philip Adkins, con quien tuvo a su hija Anastasia, de 33 años, graduada en Historia del Arte y con experiencia profesional en el Museo del Prado. Aunque su relación con ella es, según se ha publicado, “compleja”, madre e hija mantienen contacto frecuente.
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