
“Recibí un mensaje de un compañero [en el que me preguntaba] si quería ir con él en su furgoneta, que tenía un sitio libre. No me podía quedar en Ferrol con los brazos cruzados”. El 29 de octubre de 2024 las lluvias torrenciales y las tormentas de la DANA dejaron 237 víctimas mortales en la Comunidad Valenciana (229), Castilla-La Mancha (7) y Andalucía (1). A la alta cifra de fallecidos se sumó la de los daños materiales: calles anegadas, destrucción de casas e inundaciones en garajes y locales.
En las zonas más azotadas por el temporal (como los municipios de Paiporta, Catarroja o Alfafar), muchas personas perdieron sus viviendas, sus vehículos y sus negocios, así como a familiares para los que el ES-Alert llegaba muy tarde, cuando ya se encontraban rodeados de agua.
Las terribles imágenes que durante esos días invadieron las televisiones, los periódicos y las redes sociales calaron tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, y España decidió volcarse con los afectados. Decenas de miles de personas de todas partes del país se movilizaron con los recursos que tenían a su alcance: ataviados con guantes, escobas y cubos, llegaron con el objetivo de intentar ayudar a quienes en cuestión de horas lo habían perdido todo.

Este es el caso de Julia, una joven de 27 años, técnico en emergencias sanitarias y socorrista en espacios acuáticos naturales, que recorrió más de 900 kilómetros para ayudar en las labores de limpieza y reconstrucción tras la DANA en Valencia. Perteneciente a la Agrupación de Voluntarios de Protección Civil del Ayuntamiento de Ferrol, en A Coruña, estaban organizando un convoy para que un grupo viajase hasta allí.
“Finalmente el Ayuntamiento tomó la decisión de que no era buena idea que viajásemos todos para no arriesgar la salud de los compañeros. Por lo cual, solo viajaron a Valencia 4 de los 9 que íbamos a ir”, explica Julia a Infobae España. Ella fue una de las que se quedó fuera.
Eso no impidió, sin embargo, que acabase en la carretera rumbo a Valencia. Tras recibir el mensaje de su compañero, que tampoco había podido subirse al convoy, no se lo pensó dos veces. “Dije: ‘Esta es mi oportunidad’”.
Desde Ferrol, Julia y el resto hicieron varias paradas en tiendas, farmacias y supermercados para conseguir “todo lo habido y por haber que fuese necesario”: “Comida (para bebés también), material de trabajo (cubos, palas, escobas, ropa de trabajo), comida para los animales, productos de higiene, material sanitario, medicinas…”.
En la zona afectada por la DANA estuvieron cinco días, ayudando en Utiel, Chiva y Paiporta, algunas de las localidades que más sufrieron las consecuencias de las lluvias torrenciales y las inundaciones.

La DANA de Valencia: una historia compuesta por miles de recuerdos
De esas largas jornadas quitando lodo, Julia recuerda especialmente una historia: la de un vecino al que conoció en la zona vieja de Paiporta y que “se dedicaba mañana y tarde a hacer de comer a los voluntarios que venían a ayudar desde todas partes de España, incluso de fuera también”. “Una persona fuerte y valiente como él solo”, lo describe Julia. “Él y su hijo son las personas que me llevo de todo este desastre”.
En uno de los pequeños descansos que hacían para comer, el hombre le contó a Julia que había perdido a su mujer en la riada: “Desde el primer momento decidió junto a su madre (la abuela del pequeño) y su hijo ponerse a cocinar para todas aquellas personas que pasaban por allí dispuestas a ayudar”.
Su historia le marcó profundamente. Aquella familia había perdido una parte importantísima de su vida, pero no dudaron en dedicarse a “aportar su granito de arena” devolviéndoles a los voluntarios toda la cooperación que le estaban ofreciendo al pueblo valenciano. Desde ese momento, varias veces al día, ella y sus compañeros le llevaron paquetes de comida para que tanto él como su hijo pudiesen continuar con su labor.
“Compartimos horas de trabajo con varios compañeros de la UME, Protección Civil de Llobregat de Barcelona, bomberos de la Comunidad Autónoma de Galicia, Protección Civil de Verín y de Muxía, Cruz Roja de varias partes de España, cuerpos de Policía Local, Municipal, Nacional de toda España, SAMUR Protección Civil de Madrid, varias empresas de ambulancias… También Salvamento Marítimo de Barcelona", explica Julia, que no duda en mostrar su agradecimiento a todos aquellos que se movilizaron por la DANA.
“Era lo que había que hacer”
Víctor, de 31 años, es natural de un pueblo de Alicante, pero reside en Valencia desde hace muchos años. Aunque la DANA de octubre de 2024 no afectó directamente a su vivienda, a su alrededor se encontró con un paisaje de lodo y destrucción. “Parecía que hubiese pasado una guerra por esos pueblos”, explica a Infobae España. “Veías los vídeos y las fotos y pensabas que era una barbaridad, pero, cuando llegabas a los sitios y veías cómo estaba todo y cómo estaba la gente, era una locura”.
En las zonas afectadas por las inundaciones se encontró con “supermercados vacíos”, con “negocios destrozados”, con personas que habían perdido sus viviendas o que habían sufrido serios daños. “Hacía falta ayuda y, viendo que tampoco había mucha por parte de los de siempre, de los de arriba, pues tocaba ir”.
Además de hacer varias compras grandes y llevarlas a puntos de recogida, Víctor estuvo tres o cuatro fines de semana yendo a algunas de las zonas afectadas: al barrio de La Torre, donde ayudó a la hermana de un amigo a vaciar el garaje anegado de fango; a Aldaia, y a Alacuás.

En Aldaia y en Alacuás, Víctor fue a ayudar a dos urbanizaciones grandes con parkings enormes. “Allí no había nadie como tal de servicios oficiales, pero la gente [los vecinos] lo tenían muy bien montado”. Para los voluntarios que llegaban a colaborar tenían preparados EPIs, bolsas de basura, guantes, gafas..., todo lo necesario para hacer frente a la suciedad y la “peste de gasolina”, que se juntaba con la del fango.
Junto con este olor que llegaba a traspasar la mascarilla, Víctor recuerda el enorme esfuerzo físico de esos días en los que estuvo tantas horas “pegando palazos”: “Yo igual me tiraba cinco o seis horas ahí a oscuras quitando fango. Es que era lo que había que hacer”.
Ayudas y donaciones desde todas partes de España
La ayuda de los voluntarios no se limitó a labores de limpieza en los lugares afectados. Quienes no pudieron viajar hasta Valencia encontraron la manera de aportar su apoyo y cooperación, aun estando a cientos de kilómetros. Personas que, dentro de sus posibilidades, compraban alimentos, ropa y materiales, así como aquellos que se acercaban a los puntos de recogida para coordinar la avalancha de donaciones que llegaban.
La gente se movilizó en cuestión de horas, como si pareciese un plan organizado, pero que en realidad se trató de un movimiento completamente altruista y espontáneo del pueblo. Es el caso de Alba y sus amigos, que desde la localidad madrileña de Villanueva del Pardillo hicieron llegar al este peninsular un lote considerable de bienes muy necesarios.

“Un amigo se fue de voluntario para allá con una asociación, pero los que no podíamos ir físicamente nos sentíamos mal por no poder ayudar”, explica Alba a este medio. Por este motivo, uno de los del grupo propuso la idea de hacer un bote común y los demás “se apuntaron superrápido”.
En cuestión de ocho horas recaudaron 700 euros, aportando cada uno lo que podía en ese momento. Además, se movilizaron para conseguir ropa y comida no perecedera entre sus conocidos, así como palés, pues desde el punto de recogida les habían indicado que eran muy importantes para organizar todas las donaciones.
“Otra conocida nuestra trabajaba en un almacén y nos cedió mogollón de palés”, explica Alba. “Pero quedaba lo complicado: recogerlos y transportarlos. Yo misma pedí a un amigo de mi padre una furgoneta”. Fue así como se creó de forma espontánea una red de personas que hacía uso de los recursos con los que contaba para que saliese adelante la idea.

“Era algo bastante urgente”, por lo que a las 18.00 de la tarde de ese mismo día —el plan había nacido a las 10.00 de la mañana— ya se encontraban con todo en el punto de recogida de Pinto: ropa, cubos, pilas, bolsas, guantes, forros polares, botas, cajas, plástico de embalar, palas e incluso un generador, que “fue clave” porque las inundaciones provocaron que en muchos lugares se interrumpiese el suministro eléctrico y “no había apenas donaciones de eso”.
Allí se quedaron muchos de ellos para ayudar a empaquetar, organizar las donaciones y cargar los camiones rumbo a Valencia, donde el movimiento ciudadano tomaba cada vez más fuerza.
“Me pareció emocionante ver esa cantidad de gente movilizándose”
Carmen, de 24 años, también había decidido contribuir llevando algunas cosas a puntos de recogida. Sin embargo, en las redes sociales, que se convirtieron en un potentísimo altavoz en este momento, encontró mucha contradicción: “Algunas personas que estaban viviendo de primera mano la situación decían que no les estaba llegando la ayuda, que había gente que no tenía nada. Otros decían que, por favor, paráramos de llevar cosas, que estaban hasta arriba”.
A esta inseguridad por que las ayudas no llegasen o hubiese tanto volumen que no estuviesen pudiendo repartirse se sumó su frustración: “Yo me sentía muy impotente aquí. Veía a todo el mundo movilizarse, veía testimonios de gente que había perdido todo, absolutamente todo, incluso familiares, y no sabía qué hacer, no sabía cómo podía aportar algo”.

“No podía dormir y no estaba tranquila sabiendo que quizás podría estar dando ayuda y estaba en casa”, explica a Infobae España. Por este motivo, tanto ella como su pareja tomaron la decisión de preparar algunas cosas, cargar el coche con otras tantas de un punto de recogida y salir desde Villacañas (Toledo) con un grupo de voluntarios. “Cuanto más veía fotos y vídeos en redes sociales o las noticias, más ganas me daban de estar con la gente y hacer lo mínimo posible, lo que se pudiera dentro de nuestras posibilidades porque era muy desesperanzador”.
Cuando llegaron a Valencia, se encontraron con un atasco de dos horas debido a la gran cantidad de gente que estaba yendo a ayudar. Los servicios de emergencias, militares y de seguridad se encontraban allí coordinando la situación. Carmen destaca que, pese a esa saturación, nadie les dijo que lo mejor es que se marchasen. “La gente nos estaba agradeciendo la ayuda. En ningún momento nos dijeron: ‘Por favor, hay demasiados voluntarios, tenéis que volver, no hace falta’. La Guardia Civil nos mandaba a los pueblos donde estaban pidiendo ayuda”.
Ellos llegaron a un punto de recogida en Silla, cuya ubicación les habían facilitado un grupo de voluntarios de Toledo. Desde allí, algunos se quedaban a organizar las ayudas que llegaban, otros, como fue su caso, eran destinados a otros puntos para llevar lo que se necesitase. Carmen y su pareja hicieron varios viajes a Albal, donde las donaciones se recogían en el colegio. La joven explica que, para agilizar la coordinación en las carreteras, varios vehículos colocaban carteles indicando que transportaban ayuda humanitaria y el lugar al que se dirigían.

Su estancia en Valencia fue breve, desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde de ese mismo día, ya que Carmen, que en ese momento era estudiante, tenía que estar al día siguiente en Madrid para sus exámenes. Sin embargo, esas horas le permitieron ver la magnitud de los efectos de la DANA. “Estaba todo destrozado: coches, camiones flotando, apilados, empresas enteras destruidas, el campo, los cultivos, todo”.
Una de las cosas que más sorprendió a Carmen fue la cantidad de personas que se encontraban allí como voluntarios, muchas de ellas gente joven. “Todo el país se movilizó para ayudar con lo que cada uno podía” y con lo que habían encontrado para quitar el barro y los escombros: “Iban grupos bastante grandes caminando por los puentes, por los laterales del campo al lado de la autovía. Había agricultores con los tractores y otros vehículos de campo ayudando a limpiar fincas”.
Esta estampa de solidaridad espontánea, pese a lo trágico de la situación y la catástrofe que se veía, respiraba y sentía en el ambiente, le resultó “esperanzadora”: “Me pareció bastante emocionante ver esa cantidad de gente movilizándose y dejando todo atrás para ayudar a otras personas, ya fuesen conocidos o no”.
De aquella destrucción nació algo muy poderoso que dejó una marca imborrable en Carmen, en Víctor, en Alba y en Julia, en las decenas de miles de voluntarios que en las semanas siguientes a la DANA aportaron lo que pudieron, así como en todas aquellas personas que se vieron afectadas por las inundaciones y vieron en el pueblo un apoyo inconmensurable.
“Si alguna vez tenéis o encontráis oportunidades de poder ayudar a alguien que lo necesita, sea con poco o mucho, no dudéis en hacerlo”, expone Julia, con el recuerdo todavía latente de aquellos cinco días en la zona cero. “No sabemos por lo que cada persona puede estar pasando y con lo mínimo que ayudemos a esas personas le podemos estar levantando el ánimo. Hoy por ti, mañana por mí. Hacedlo sin dudarlo. Tarde o temprano os lo van a agradecer”.
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