El arquitecto Pedro Torrijos reivindica en ‘Catedral de Escombros’ la memoria de las víctimas de desastres como la DANA de Valencia: “Se convierten en fantasmas sin cara”

“Las personas que toman decisiones, que luego contribuyen a que se produzcan esas catástrofes, tratan a la gente como fantasmas sin cara. Si pensaran que no son números, seguramente tomarían otro tipo de decisiones”, reflexiona

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Coches amontonados en una zona
Coches amontonados en una zona afectada por la DANA, a 16 de noviembre de 2024, en Sedaví, Valencia. (Carlos Luján/Europa Press)

José Javier, Elisabeth y Francisco fueron las tres últimas víctimas de la DANA que asoló Valencia y que se llevó por delante la vida de 229 personas en la provincia —en total fueron 237 fallecidos, otros siete en Castilla-La Mancha y uno en Málaga—. Sus cuerpos no fueron encontrados y, tras meses de búsqueda, la Justicia les dio por fallecidos en marzo. A José Javier Vicent Fas, de 56 años, le arrastró la riada en Pedralba cuando estaba junto a su hija. El cuerpo de la joven sí apareció. A Elizabeth Gil, de 38 años y vecina de Cheste, la vieron por última vez cerca del Hotel La Carreta en Chiva. Allí le perdieron la pista. Francisco Ruiz Martínez, de 64 años, fue arrastrado por la corriente de agua en el aparcamiento de un supermercado en Montserrat. Salvó a sus dos nietos tras subirlos al techo de un coche. Fue lo último que hizo.

Estas son solo tres historias de las 237 víctimas de la tragedia, una que se podría haber evitado. De todas ellas, de sus vidas y sus muertes, habla Pedro Torrijos en su último ensayo, Catedral de escombros (En Debate, 2025). El arquitecto, que se convirtió en contador de historias a través de su cuenta de X, donde traduce la arquitectura para un público ajeno a las propiedades de los materiales de construcción, las estructuras de los edificios, los contrapesos y los principios de la física, trata en su último libro de “rescatar fantasmas” de desastres como el de Valencia.

Torrijos escribe por las víctimas de la DANA de Valencia del 29 de octubre de 2024, pero también por las del colapso de la fábrica textil del edificio Rana Plaza de Bangladesh, donde murieron más de 1.000 personas en 2013, y por las del restaurante del complejo de Los Ángeles de San Rafael, en Segovia, donde fallecieron 58 personas aplastadas tras el derrumbe de un techo en 1969. Todos esos desastres —y otros que también aborda— fueron fruto de una concatenación de negligencias que cometieron personas que decidieron mirar a otro lado. Entre ellos, un joven Jesús Gil, promotor del complejo de Los Ángeles de San Rafael, que fue condenado a cinco años de cárcel —solo cumplió uno, fue indultado por la dictadura franquista— tras llevar a cabo la obra sin arquitecto ni plan de construcción. Años más tarde, fue nombrado presidente del Atlético de Madrid, para después convertirse en su dueño absoluto.

La alcaldía de Marbella, el boom de irregularidades urbanísticas y las decenas de causas judiciales aún estaban por llegar. Pero antes de los paseos por los juzgados, Gil miraba a los españoles desde su jacuzzi, a través de la televisión y de las portadas de los periódicos. Lo hacía desde el podio, y aquellos que le veían desde abajo parecían olvidar que había entrado en prisión tras cometer un homicidio involuntario. “¿Qué se siente cuando el culpable no es castigado, ni siquiera olvidado, sino reciclado, absorbido, glorificado?”, se pregunta Torrijos. “Tal vez rabia”, atisba. Pero su libro, que no olvida a los culpables, trata de las víctimas y de desligarlas de lo cuantificable.

“Las catástrofes no son números, ni cifras, ni cosas que aparezcan en titulares, porque si convertimos las catástrofes en curvas o en gráficos, todas esas personas se convierten en una especie de masa uniforme y, de manera directa o indirecta, en fantasmas sin cara”, reflexiona. “Lo que intento —dice en conversación con Infobae España— es rescatar a esos fantasmas porque las personas que toman decisiones, que luego contribuyen a que se produzcan esas catástrofes, también tratan a la gente como fantasmas sin cara. Si pensaran que no son números, seguramente tomarían otro tipo de decisiones o las tomarían con otra distancia”.

Distinguir la señal del ruido

El escritor también deja hueco en el ensayo a su temor a que “el miedo se vuelva rutina, una sección fija del telediario” e insiste en que las alertas desproporcionadas de todo tipo y ante casi cualquier escenario —meteorológico, sanitario, social o cualquier otro— solo contribuyen a generar una falsa sensación de inseguridad que impide que cualquier persona sea capaz de vivir su vida desde la normalidad. Torrijos considera arriesgado convertir la cotidianidad en un caos irreal y pone un ejemplo con los últimos mensajes de Es-Alert que se lanzaron a principios de octubre por la DANA Alice. “Todo el mundo le hizo un caso religioso, pero si pasan diez años que no es tan grave y se siguen lanzando las alertas, y luego realmente nunca pasa nada tan grave porque el evento no es tan inaudito, no es tan severo, no es tan grueso, pues a lo mejor la gente al final se acaba olvidando y diciendo: ‘Bueno, otra vez la alarma’”, expone. Y por eso firma el libro diciendo: “Mi intención es que aprendamos a distinguir la señal del ruido. No sé cómo se hace eso, pero esa es la intención”.

Catedral de escombros, de Pedro
Catedral de escombros, de Pedro Torrijos. (Montaje Infobae)

Torrijos no busca soluciones —“Si alguien te da una solución sencilla, rápida, un poco mágica, seguramente te está intentando engañar”— y no pretende que nadie las encuentre en su ensayo. Tampoco llama a ira o al enfado. Lo que le ha llevado a escribir estas páginas, según comenta, es la necesidad de retratar el ruido constante que generan las falsas alertas y el miedo al ‘efecto vacuna’. “Cuando una vacuna falla o cuando aparecen unos efectos secundarios no deseados, enseguida se genera una alarma tremenda, y es como si todas las vacunas fueran peligrosas, cuando precisamente la inmensa mayoría de las vacunas no son noticia porque funcionan”, explica. Lo que provocan esas informaciones, dice, es la creación de una sensación de inseguridad que no es real, y lanza su propio aviso: “Al final se diluyen las señales reales del ruido que hemos fabricado”.