
El teléfono de José Manuel López Viñuela suena prácticamente cada semana con una historia nueva. Al otro lado, casi siempre, hay un padre o una madre que acaba de perder a su hijo por culpa del acoso escolar. Desde la muerte de su hija Kira, en mayo de 2021, se ha convertido en una referencia para quienes viven ese infierno. Pero cuando la semana pasada recibió la noticia de que una adolescente sevillana, Sandra Peña, había decidido quitarse la vida tras sufrir bullying en el colegio, algo se rompió de nuevo. “Lo primero que hice fue llorar, porque vi a mi hija en ella”, confiesa.
Kira tenía quince años cuando se quitó la vida. Durante años había sufrido acoso en el colegio Pare Manyanet de Sant Andreu, en Barcelona. Su padre recuerda que el maltrato empezó cuando apenas tenía cuatro o cinco años: “Al principio era más físico, más violento. Luego se transformó en burlas, en aislamiento, en humillaciones. A los adultos puede parecernos algo menor, pero para ellos es devastador. No hay bullying más o menos tolerable”.
José Manuel y su mujer denunciaron la situación en numerosas ocasiones ante la escuela y en los albergues donde la menor participaba en actividades escolares. “Nos decían que lo estaban parando, pero no era así. Fue un bullying intermitente, muy alargado en el tiempo”, explica. A lo largo de los años, asegura, no solo hubo acoso por parte de alumnos, sino también maltrato docente, un asunto que está pendiente de juicio.
La familia presentó primero una denuncia penal, que se archivó tras casi tres años de investigación. Después iniciaron un procedimiento civil contra la congregación religiosa titular del centro —los Hijos de la Sagrada Familia— para reclamar una indemnización. “Pedimos una compensación porque no hay otra forma de reparar el daño. La vida de una hija no se puede devolver”, afirma con serenidad contenida.

Cuenta que en dos ocasiones se plantearon cambiarla de colegio. “Se lo propusimos cuando era pequeña y más tarde, ya adolescente. Pero Kira nos respondió lo mismo las dos veces: que ella tenía allí sus amigas, que no hacía nada malo y no tenía por qué cambiar de escuela".
Asegura que el colegio era consciente de la situación. “Ellos lo sabían. Lo sabían perfectamente”, insiste. Y denuncia que en el entorno escolar todavía se tiende a minimizar este tipo de violencia: “Los niños no tienen capacidad de gestionar el acoso escolar. Los adultos sí. Pero muchos colegios no quieren verlo, porque admitirlo afecta a su reputación”.
Una historia que se repite
Cuando conoció el caso de Sandra Peña, la adolescente sevillana de 14 años que estudiaba en el colegio Irlandesas de Loreto y que se quitó la vida, José Manuel sintió que todo volvía a empezar. “Pensé: otra vez se repite la historia. Misma manera de fallecer, en casa, mismo tipo de colegio religioso, y un entorno donde el insulto parece estar normalizado”.
Dice que el colegio de Sandra ha seguido el mismo patrón que él vivió con el de su hija: comunicados públicos, manifiestos y promesas de apoyo a la familia, pero sin acciones concretas. “Lo que hacen es aparentar. Dicen que apoyan, pero no son capaces de especificar en qué consiste ese apoyo. Es solo para guardar las apariencias y salvaguardar la imagen”.
José Manuel se puso en contacto con la familia de Sandra pocos días después del suceso. “Les llamamos enseguida. Están destrozados. Acaban de enterrar a su hija, no comen ni duermen. Hablamos sobre todo con su portavoz, porque ellos no están ahora para conversaciones largas”. Desde entonces, Trencats —la asociación que él fundó tras la muerte de Kira— mantiene un contacto constante con la familia.
“Les hemos dado guías y orientaciones sobre cómo tratar con la administración y con la prensa. Estamos a su disposición las 24 horas”, cuenta. Asegura que lo hacen porque conocen el camino: “Sabemos lo que es enfrentarte a la burocracia, a la incomprensión, a que te digan que exageras. Nadie te prepara para eso”.
Trencats, la voz de los padres
Trencats nació, dice, de la impotencia. “Experimentamos una indefensión enorme. Acudimos a la inspección educativa, a la consejería, a la policía… y vimos que no conocíamos los procedimientos, que no sabíamos cómo movernos. Estábamos en desventaja”.
Con el tiempo, esa frustración se transformó en una organización que hoy acompaña a otras familias. “Cuando un padre o una madre va a denunciar al colegio, nosotros nos ofrecemos para acompañarlos. Si el director intenta minimizar lo ocurrido o les engaña, le recordamos lo que dice el protocolo y la ley. No pueden hacer lo que quieran”.
José Manuel insiste en que los protocolos contra el acoso escolar no son ineficaces por su diseño, sino porque no se aplican. “Cuando se activan a tiempo y con ganas de que funcionen, funcionan. El problema es que no se activan. No es que el protocolo no sirva, es que ni siquiera se usa.”
Aunque Trencats no ofrece apoyo psicológico “porque nosotros mismos somos víctimas”, aclara, la asociación sí presta asesoramiento jurídico y mediático. “Tenemos una abogada especializada en acoso escolar, maestros, asistentes sociales, psicopedagogos. Cada uno aporta lo que sabe. Y cuando una familia no consigue que la escuchen, usamos nuestras redes para hacer público el caso. A veces, solo así los colegios reaccionan.”
Los paralelismos
Para José Manuel, los casos de Sandra y Kira no son hechos aislados, sino un reflejo de un patrón que se repite. “Es el mismo tipo de acoso: el que los adultos llaman ‘cosas de niños’. Burlas sin sentido, insultos que la víctima acaba creyendo, pérdida de autoestima. Y cuando un niño pierde la autoestima, se vuelve frágil”.
Explica que en muchos centros el acoso psicológico se considera menos grave que la violencia física, algo que rechaza con contundencia: “Hay estudios científicos que demuestran que el daño psicológico deja huellas en el cerebro iguales a las del daño físico. Si eso se sabe, ¿por qué se da más importancia a una que a otra? El daño psicológico provoca más suicidios que el físico. Hay que tratarlos con la misma dureza.”
Su crítica alcanza también a las administraciones. “Las investigaciones educativas solo escuchan la versión del colegio. No incluyen lo que aportan las familias. Eso genera una indefensión tremenda. En los informes siempre pone que no hubo acoso, que eran conflictos normales. Pero la violencia es violencia, y no debería existir ni entre niños”.

Por eso, su abogada estudia presentar una demanda contra la consejería de Educación catalana por inacción. “No están haciendo su trabajo. Prometieron cambios, pero todo sigue igual. No se puede esperar más”.
El peso del silencio
Han pasado más de cuatro años desde que Kira murió. Su padre sigue medicado, aunque asegura que ha aprendido a vivir con el dolor. “Sigo aquí por ella. Mi misión ahora es defender a todos los niños que ya no pueden hacerlo.”
Cada semana recibe mensajes de padres que buscan consejo. Algunos, como la familia de Sandra, deciden dar la cara. Otros prefieren el silencio. “Muchos padres no quieren oír hablar del tema. Solo quieren llorar y que nadie los moleste. Y es comprensible. Pero otros necesitamos que se sepa. Queremos que la foto de nuestros hijos salga a la luz”.
José Manuel insiste en que el silencio nunca protege a las víctimas. “Solo protege a los agresores”, repite. Y por eso continúa hablando, repitiendo las historias de Kira, Sandra, Daniela, Lucía, Alejandro, Laura, Claudia, Óscar, Ilan, Adam, Diego, Carla, Alan, Hugo, Alana, Jokin y tantísimas otras víctimas anónimas de violencia y acoso escolar.
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