Cuando la comida se convierte en un activo financiero: los alimentos más baratos suben un 37% mientras que los de gama alta lo hacen un 23%

La inflación depende de múltiples factores y está vinculada a tenencias macroeconómicas globales como los costes energéticos, los conflictos geopolíticos o los movimientos financieros

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Idra señala que la inflación
Idra señala que la inflación del productos más baratos afecta directamente a las familias con menores recursos (Imagen Ilustrativa Infobae)

El Índice de Precios de Consumo (IPC) marcó en septiembre de 2025 una tasa del 3% interanual, acentuada por la subida en los alimentos, tanto los elaborados como los que no requieren elaboración, que registraron un 1,5% y un 5,9% de subida anual respectivamente. Además, el pescado y la carne aumentaron sus precios un 1,4% y un 0,5% respectivamente con respecto al mes anterior, lo que perjudica directamente a las familias españolas.

Según señala el informe de Idra, ¿Por qué sube la cesta de la compra?, en España, los productos más baratos subieron un 37% entre 2021 y 2024, mientras que los de gama alta lo hicieron un 23%. Este fenómeno se conoce en el estudio como cheapflation (inflación de lo barato) y afecta especialmente a los hogares de menos recursos ya que, cuando intentan adaptarse a las subidas de precios, a menudo sustituyen marcas comerciales por marcas blancas, reduciendo los formatos o decantándose por productos de menor calidad.

Las alternativas “baratas” elegidas por las familias españolas no están exentas de la inflación y, a menudo, experimentan subidas de precios más intensas que los productos de gama media o alta. Esta afirmación de Idra se basa en una investigación publicada en Journal of Monetary Economics, a finales de 2024, que analiza las subidas de precios en los productos alimentarios de ocho países, entre los que está España, que registra el aumento más alto de los productos baratos (37%), seguida de Países Bajos (36%) y Canadá (34%).

La especulación de los alimentos

Como señala el estudio, la inflación depende de múltiples factores y no siempre a una dinámica propia del sector -en este caso el alimentario-, sino que está vinculado a tenencias macroeconómicas globales, como los costes energéticos, los conflictos geopolíticos o los movimientos financieros. Por ejemplo, cuando se inició la guerra entre Rusia y Ucrania, los precios de la energía aumentaron, puesto que el país liderado por Putin era uno de los principales suministradores de petróleo a Europa. El cierre de los gaseoductos hizo aumentar los precios energéticos. Lo mismo ocurre cuando un país exportador tiene una mala cosecha, al poder despachar menos cantidades aumenta el valor del alimento.

Cuando los ingresos no aumentan al mismo ritmo que los precios: los españoles pierden hasta 1.200 euros de poder de compra por la inflación.

Idra señala también que, tras la crisis de 2008, los alimentos se convirtieron en activos financieros, dejando así de ser simples bienes de consumo. La Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas advirtió entonces que la financiarización del mercado alimentario había generado “una burbuja especulativa” con efectos devastadores, como una subida en los precios de los cereales y otros alimentos básicos que condenó a millones de personas a la inseguridad alimentaria.

Según el informe, este fenómeno se debe a que, tras la liberalización de los mercados, los bancos de inversiones, los fondos especulativos y otros actores no vinculados a la producción agrícola influyeron masivamente en los precios de los alimentos mediante operaciones de compraventa a corto plazo en los mercados de derivados. Además, la financiarización -cuando el sector financiero influye en la economía real- provocó una transformación en los modelos empresariales, haciéndolos más dependientes del endeudamiento, las estrategias orientadas al valor del accionista y la estructuración de las empresas como vehículos de inversión.

La suma de todos estos factores provoca que los modelos actuales busquen la rentabilidad a corto plazo e incentiva el aumento de los precios más allá de los costes productivos (incluyo aunque no haya escasez). Así, por ejemplo, durante la crisis de 2008 se triplicó el precio del arroz y se duplicó el del trigo y la soja, sin que existiese una correlación directa entre los alimentos y la producción o la demanda, ya que fue motivada por la entrada masiva de inversores financieros en los mercados agrícolas.